Viaje a una comunidad en rebeldía
ORGANIZACIÓN. Varias mujeres indígenas del EZLN, con sus hijos, realizan sus actividades cotidianas en el Caracol de Oventic. (Foto: LUIS CORTÉS / EL UNIVERSAL )
OVENTIC, Chis.— En un paraje boscoso del municipio autónomo Sakamch’en de los Pobres, en el Caracol de Oventic, “Corazón Céntrico de los Zapatistas delante del Mundo”, una de las cinco regiones del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el sol vespertino inunda la tienda mientras el tendero zapatista muestra las velas que vende para los altares religiosos de la zona.
Las velas son de distintos tamaños y colores: rojas, naranjas, verdes, tricolores. Las más chiquitas las da a 10 por un peso. También hay dulces a 1.50, panquecitos caseros a un peso, machetes para el campo a 55 pesos.
De forma extraordinaria el zapatista dice su nombre: Alberto Gómez, y muestra a la cámara su rostro moreno, cuadrado, de ojos brillantes y bigote ralo, sin cubrirlo con el tradicional capucha.
Un tropel de niñas y niños entran y salen de la tienda. Parlotean, ríen, compran un dulce, corren cuando el zapatista explica en español, con cierta dificultad, que a 20 años del alzamiento no han logrado el cumplimiento de sus demandas de justicia e igualdad indígena.
“No vivimos una situación mejor, pero esperemos [que la vivan] todos los pequeños, los que vienen atrás, pues”.
El abarrotero de Oventic ingresaba a su turno de 24 horas en la tienda: de cinco de la tarde a las cinco de la tarde del día siguiente, porque deben dormir ahí, en resguardo de los productos.
“Cinco personas cada mes, días distintos; hoy me toca, pero voy a tocar viernes o sábado, termina este mes de diciembre, y viene enero, otro turno”, detalla.
Alberto tiene 45 años, es campesino y albañil. Tenía 25 cuando se sumó a los planes insurreccionales del EZLN el primero de enero de 1994, hace 20 años. Dice que participó en la toma de San Cristóbal de las Casas, “junto con el sub Marcos”.
El indígena no es dueño del negocio ni recibe un salario. Labora en la tienda cooperativa en la que la comunidad usa las ganancias para comprar mercancía por mayoreo para darla a precio de costo en beneficio de la clientela del paraje: zapatistas, priístas o quien pase por ahí. Así, todos se ahorran dinero y la transportación a la ciudad más cercana: San Cristóbal de las Casas, a hora y media de camino.
Este es uno de las decenas de proyectos colectivos que el EZLN consolidó en sus cinco Caracoles creados hace 10 años, luego de que la organización rompiera toda relación con los gobiernos federal y estatal —tras el rechazo de los Acuerdos de San Andrés— y creara comunidades con programas autónomos de salud, educación, justicia y economía autosustentable.
EL UNIVERSAL hizo breves incursiones en tres de los cinco Caracoles: Oventic, La Garrucha y Morelia, para introducirse en el mundo zapatista y en el de sus adversarios.
Ayuda gubernamental
En el Caracol de La Garrucha, en la Selva Lacandona, el ajetreo de los promotores de salud y educación es evidente. Realizan reuniones de preparación para recibir a sus invitados de los dos ciclos de las Escuelitas Zapatistas en los que recibirán a cientos de simpatizantes para mostrarles sus avances.
La gente va y viene a un costado de la construcción de dos pisos considerada la más importante de la zona autónoma: la Clínica Comandanta Ramona, especializada en salud reproductiva y sexual.
Justo afuera del Caracol, ajenos al movimiento zapatista, militantes priístas levantan sus viviendas con bloques de cemento que reciben de los gobiernos estatal y federal.
En algunas comunidades zapatistas los rebeldes cohabitan con gente que no es de su organización, sino que milita en algún partido político y acepta programas de gobierno.
Sobre el camino de terracería aledaño a La Garrucha, un grupo de jóvenes bajan láminas de un tráiler, que servirán de techo para las nuevas casas —de unos 40 metros cuadrados.
Intrigados, preguntamos si son zapatistas, por estar pegados al Caracol. El líder, un joven priísta alto, expresa de manera cortante: “No somos zapatistas, nosotros recibimos ayuda oficial”. Nos corrieron del lugar.
Al día siguiente escuchamos la opinión de un joven priísta que recibe beneficios del gobierno en San Juan Chamula. De los zapatistas opina: “Están desaprovechando, la verdad, porque el gobierno es de todos, es beneficio de nuestros hijos, ya ves que la chamba no hay”.
El EZLN, por su parte, denuncia que el gobierno recurre a la distribución de beneficios sociales para impedir su crecimiento territorial y sofocarlos. Un taxista zapatista de Oventic expresa: “El gobierno busca dividir a las comunidades, ha dividido familias”. Su copiloto añade: “El mal gobierno piensa que nos gusta recibir apoyo, pero no, porque estamos en la resistencia”.
Migrar bajo la resistencia
En el Caracol de Morelia, en la región de Tzotz Choj, cerca de la zona arqueológica de Toniná, se vislumbran algunas casitas de cemento, con techo de lámina, alzadas por el gobierno federal. Las otras, las del EZLN, están hechas con tablones de madera y son más grandes.
En una casa tzetzal zapatista están a punto de cenar. El alimento es café, galletas y chayotes hervidos. La madre, una tzetzal monolingüe, cuida del fuego mientras su hija mayor carga a un bebé.
El muchacho de la familia tiene 20 años y es parte de los zapatistas que emigran del estado, especialmente a Cancún, Ciudad de México o a la línea fronteriza del norte del país, en busca de trabajo en la construcción.
En su último viaje el joven se fue a Cancún a trabajar dos meses como albañil y carpintero. “Fui por la necesidad, no por gusto, la necesidad pues”, dice.
—¿Están migrando por cuestiones económicas?
—Creo que sí, algunos.
Desde antes de 2007, el EZLN ya mostraba preocupación por la migración zapatista laboral debido a la crisis económica. La organización reguló las salidas, debe autorizarlas la Junta de Buen Gobierno, la autoridad máxima del Caracol.
El chico explica: “Pedimos permiso a la autoridad, póngale si hay trabajos. La autoridad te está apoyando tres meses, y si no llegas a los tres meses, ya te sacan [de la organización], pues no cumpliste las órdenes, y a veces no son dos meses, 8 o 10 meses se van y el servicio del pueblo ya no lo quieren cumplir otra vez [cuando vuelven a su comunidad]”.
“El dinero sí nos da vicio pues, pero uno que está en la ciudad no se puede vivir uno”, dice. “Sabes que aquí, en un poblado, si quieres leña hay leña ahí, y en la ciudad si no hay trabajo no se puede vivir uno, hay que pagar la luz y el agua, en cambio aquí nadie nos molesta”.
El zapatista también ha observado cómo el arribo de programas sociales divide a las comunidades. “Sí, porque ven el gobierno les está dando programas [como] Casa Firme, póngale Oportunidades, y muchos dicen que si hay muchos hijos que están en la escuela, te dan más dinero, a veces sacan 6 mil o 7 mil al mes”.
—¿Ustedes han decidido seguir como zapatistas?
—Sí, porque nosotros no estamos haciendo nada malo, como dijo Zapata desde hace tiempo que ayudó a los pobres, y hasta ahorita sigue la lucha de Zapata.
Esperan “frutos”
Atrás de la tienda de Oventic está la primaria Lucio Cabañas Barrientos. No es horario de clases. Los salones están vacíos y en un pizarrón quedó constancia de la última lección. Se leen frases y palabras sueltas: “Área ciencias sociales, tema nuestro estado, EZLN, gerarquías (sic), gubernamental, batalla”.
Alberto Gómez tiene ocho hijos con edades que van de uno a 14 años. Los más pequeños van a la primaria Lucio Cabañas Barrientos. Los otros, a la secundaria del Caracol de Oventic.
Dice que en la primaria, ocho promotores de educación dan clases a un centenar de infantes. Sin embargo, con motivo de la Escuelita Zapatista, el plantel está cerrado y abrirá el 6 de enero.
Explica que quienes enseñan en la escuela viven en el mismo paraje, los eligió la comunidad y se les capacitó como promotores de educación. “Sólo les damos comida, no cobran”, dice.
—¿Las nuevas generaciones van a seguir su lucha?
—Van a seguir la lucha, como nosotros, como soy ejemplo pues, como soy padre pues, para que vean mis hijos, mis hijas pues, vamos a seguir adelante.
—¿La nueva generación son como las semillas?
—Sí, como las semillas.
—¿Y qué esperan que hagan esas semillas?
—Las semillas esperemos que den fruto, pues, más después, que sea tarde o temprano, no sabemos cuándo, pero vamos a tener fruto.