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Un americano a la caza de "templarios"

Lydiette Carrión / Enviada| El Universal
Sábado 08 de febrero de 2014
Un americano a la caza de

LIDERAZGO. A la izquierda, Simón, en uno de sus patrullajes por las localidades que suele recorrer en compañía de sus escoltas. (Foto: JORGE SERRATOS / EL UNIVERSAL )

El estratega del combate es aclamado por la gente, respetado por los milicianos y cuestionado porque tiene negocios en California y ranchos en Michoacán. Algunos lo acusan de comerciar droga, cosa que él niega

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TIERRA CALIENTE, Mich.— Él se encuentra de pie, con la cabeza baja y mirando hacia arriba, como lo haría un niño. Pero la expresión en los ojos pequeños y oscuros más bien recuerda a un lobo al acecho. La boca entreabierta, el labio inferior colgando, como un adolescente distraído o de corta inteligencia. Y, de nuevo, el gesto es desmentido por la corte que lo rodea y la constante llegada de personas que piden instrucciones que siguen al pie de la letra, una vez que este hombre las dicta con su voz mesurada, ligeramente aguda, de marcado acento pocho–michoacano.

Alto, robusto y encorvado, su silueta es también un tanto infantil, como la de un niño de vientre prominente, cara redonda. Las manos están manchadas con pintura negra, porque ha estado pintando unos rines que, tal vez, eran demasiado plateados para ir a la guerra. Pero el cuerno de chivo y el arma corta, ambos primorosamente adornados con cachas plateadas, develan que 'El Americano' es en realidad alguien de respeto.

Simón, 'El Americano', es el líder de las autodefensas de Buenavista Tomatlán, un pueblo que se levantó el 26 de febrero de 2013.

Según él, la cosa estuvo así: el día 25, José Manuel Mireles le llamó por teléfono y le pidió que alzara su comunidad. 'El Americano' no lo pensó y aceptó inmediatamente. El último año había sido hostigado, levantado y extorsionado por el crimen organizado. Primero lo acusaron de vender droga y señalaron que siempre llegaba de Estados Unidos con un auto diferente. Él alegó que era ciudadano de aquel país y propietario de un local de compra-venta de autos en California, así como poseedor de algunos ranchos en Michoacán. Entonces comenzaron las extorsiones. Para finales de 2012 lo habían levantado tres veces. En la última, lo obligaron a vender unas tierras. Así que cuando Mireles lo llamó, él no lo pensó e inmediatamente dijo que sí.

Lo que no cuenta 'El Americano' —quizá por modestia, quizá por cautela— es que los jornaleros de Buenavista ya lo habían buscado antes. Un puñado de muchachos juntaron rifles de diábolos, calibres 22 de cacería, algunos palos. Estaban hartos de pagar los 30 a 50 pesos diarios que los templarios exigían sobre su sueldo de cortadores de limón. Se querían alzar, pero con ese equipamiento simplemente no podrían, así que lo buscaron para pedirle ayuda: armas, dinero. 'El Americano' dijo que sí.

Así, el 26 de febrero la cabecera municipal de Buenavista se levantó con armas largas especializadas para cacería, calibre 30-06 y 30-08. Y es que, asegura Simón, antes de volverse jefe de Buenavista él y sus primos y familiares iban cada viernes a cazar venado, huilota, iguana. Esta última, la cabecita de la iguana, a lo lejos, “es lo que te da la puntería”, agrega uno de los primos de 'El Americano'. Y se ríe. “Es más fácil pegarle a un templario que a una iguana. No somos narcos, somos huiloteros (cazadores)”, asegura.

De hecho, antes de alzarse, cada fin de semana salían de cacería. Ahora, los templarios les han dicho: “Ya no tiren, iguaneros”. Uno de los primos agrega: “Dicen que La Tuta dijo: ‘No, pues puro iguanero y huilotero’”.

Pero al poco tiempo las 30-06 fueron sustituidas por cuernos de chivo. Y comenzaron a limpiar su municipio. No fue fácil. Buenavista se volvió famosa, primero, por el enfrentamiento entre autodefensas y autoridades locales; luego porque junto con otras comunidades quedó cercada por el crimen organizado durante semanas. Posteriormente, para mayo, porque el Ejército entró e intentó desarmarlos; entonces, los contras aprovecharon el desbarajuste para atacar. Y comenzó lo de los colgados. Fue en junio. La primera vez, dos hombres pendiendo desde el vistoso letrero de metal que da la bienvenida al poblado Limón de La Luna. Y a los pocos días, en el mismo lugar, otros cuatro: dos hombres y dos mujeres. La fotografía dio la vuelta al mundo. Dicen que tres de ellos eran autodefensas.

Por esto, por el desarme que los expuso, los de Buenavista no quieren al Ejército.

Hay que trabajar

Aunque no haya enfrentamientos, la vida de las autodefensas es agitada. Siempre a las prisas. Una caravana de camionetas patrulla la sierra cercana a Apatzingán. Al frente va la de 'El Americano'. Se detienen primero en un poblado. Él invita a todos, unas 40 personas, refrescos y helados. Luego se dirigen a Acahuatla. En la última barricada, los que montan guardia están guisando una víbora. La piel cuelga de un árbol cercano. En el comal sisean los pedacitos de carne al contacto con el metal; unas tortillas, cebollas. Ahí tienen retenido a un muchacho de unos 17 años que, dicen, era “puntero” de Los Templarios. El muchacho está de pie, en tensa calma.

Primero 'El Americano' resuelve pendientes. Reparte un dinero para pagar algunos gastos: ayuda para los guardias, alimentos, la reparación de una llanta de camioneta. La gente lo rodea respetuosamente y él, con la misma voz serena, va despachando cada asunto. Es el turno de un hombre de unos 40 años. Su malestar es el siguiente: le han dejado a dos muchachos a su cargo, pero no le sirven. No obedecen órdenes, no hacen el trabajo. No sirven, pues.

'El Americano' lo escucha con su expresión característica: la mandíbula colgando y los ojillos fijos. No se inmuta ni pide explicaciones; tampoco se molesta; no reprende a nadie. Sólo responde que mañana le mandará a otros dos y se llevará a los que no están funcionando. Por último le llevan al “puntero”. De pie, tranquilo, le pregunta sobre gente desaparecida, propiedades de Los Templarios, ranchos, armas.

El muchacho balbucea un poco de información: una huerta cercana, parque enterrado cerca de Parácuaro; sobre los desaparecidos, dice, no sabe nada.

Entonces 'El Americano' da la orden de retirarse. “Hay que trabajar”, dice. Y todos los armados a su cargo se trepan a las camionetas y comienza a avanzar la caravana, que se detendrá en cada rancho, en cada lugar que el muchacho indique. Puro trabajo.

Al frente

A 'El Americano' su gente lo quiere, de eso no hay duda. Uno de los muchachos que le pidió ayuda al inicio dice que lo respetan porque siempre va al frente, donde se dan las balaceras. No le huye al peligro. No se queda atrás, ni deja el campo de batalla. Los comandos de Buenavista encabezan cada incursión a las comunidades que van cerrando la pinza rumbo a Apatzingán.

Son varias camionetas marcadas con la leyenda H3 (“H” por el primer auto que utilizaron para levantarse, una Hummer. Y “3”, por ser la tercera población en alzarse en armas) Buenavista, limoneros. Y ahí va la camioneta de El Americano, una de las más lujosas.

También muestra cierta vocación para la guerra de guerrillas. “Donde sabemos que se están agrupando, nosotros vamos primero”.

—¿Cómo lo hacen?

—Sabemos cómo llegarles de frente, porque conocemos las brechas también. Aquí tenemos muchos venaderos. Sabemos brechar. Cómo salir de un lugar a otro. Pero aquí había una brecha que no sabía. Se me alcanzaron a ir dos camionetas. Y me mataron a un muchacho.

Se refiere al muchacho asesinado en Parácuaro. Al poco tiempo de haber tomado la cabecera municipal, el joven de unos 21 años salió en su camioneta, solo, a las afueras de la barricada más desprotegida.

En ese lugar queda, como un fantasma, la camioneta roja baleada. En el suelo es posible hallar casquillos de diferentes calibres. Dentro del vehículo se encuentra la lata de una bebida energética a medio tomar. En la calle, las autodefensas muestran los rastros de sangre de un templario.

“A ese muchacho me lo alcanzaron a matar porque le avisaron de esa brecha e iba solo. Si nos hubieran avisado a todos, hubiera sido diferente”, dice.

Un año de ver sangre, vecinos colgados y torturados, compañeros baleados y asesinados. Interrogar gente, resolver logística, ir al frente en todas las batallas.

—¿Cómo se imagina un final feliz?

—Si logramos ganar esto, vamos a vivir felices y contentos. Sin ya andar armados. Como vamos a ser una unión, cada quien va a tener su arma en su casa y no andar en la calle con ella. Y no vamos a aceptar gavillas, como que este agarre un grupito de 20, 50 gentes y quiera andar en caravanitas, no lo vamos a permitir, para que la gente se olvide de esto. La guerra es contra Los Templarios. Cuando se acaben ellos, se acaba esto.



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