Crónica. Miramar, "destino turístico"
Video. A raíz de su detención, el puerto de Mazatlán se ha convertido en un punto de referencia para los turistas que buscan conocer los apartamentos donde fue detenido el jefe del cártel del Sinaloa
EXPECTACIÓN. Turistas y curiosos frente al edificio de donde fue sacado El Chapo, ubicado en el malecón. (Foto: LUIS CORTÉS EL UNIVERSAL )
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Varias personas veían el edificio Miramar, una torre exclusiva de 11 pisos, y le sacaban fotos con sus celulares:
—¿Fue aquí donde agarraron a El Chapo?
Serían las diez de la mañana, los autos pasaban a vuelta de rueda, esa parte del malecón se había congestionado. Turistas y habitantes de Mazatlán se aglomeraban bajo la torre, intentaban mirar entre las rejas.
Había una alberca en la planta baja, totalmente desierta, y varios vecinos que desde las terrazas miraban asustados a los reporteros que esperaban en la calle. Dos días antes, alguien se había alojado en el departamento 401. No lo conocían, no lo habían visto nunca. Los medios les informaban ahora que aquel desconocido era El Chapo Guzmán, uno de los hombres más buscados en México y el mundo.
—El 401 siempre estaba solo, con basura, se veía descuidado. No sé nada más —dijo un vecino que llegó a bordo de su camioneta.
Los habitantes de una casa contigua asomaron la nariz. También lucían atemorizados. Uno de ellos relató, a regañadientes, que se oyó sobrevolar un helicóptero hacia las cinco de la mañana. El ruido de las aspas se escuchaba muy cerca, y lo despertó:
—Me acerqué a la ventana, vi que bajaban a dos detenidos, y que los llevaban agachados.
Tampoco quiso decir más.
Hacia el mediodía, el edificio Miramar se había convertido en una suerte de destino turístico. Algunos recién llegados preguntaban:
—¿Aquí andaba El Chapo? ¿Que es aquí donde vivió Poncho Lizárraga, el de la banda El Recodo?
—Seguro. Aquí mismo es.
Los turistas llegaban en esos taxis conocidos como “pulmonías” —pues carecen de puertas— y se tomaban fotos frente a la torre.
Una moto roja sin placas se estacionó de pronto. Bajó un joven con bermudas. Traía el casco de motociclista puesto y unos lentes de espejo que impedían distinguir sus rasgos. Comenzó a hacer fotos de los reporteros que hacíamos guardia frente al edificio.
—Es un halconcito —dijo una corresponsal—. Nos está “plaqueando” para que sepamos que nos tienen checados.
El 18 de febrero, en dos domicilios cateados en Culiacán, la SEIDO localizó unas tinas de baño con un mecanismo de apertura automatizado: eran puertas de entrada a túneles que se comunicaban con el sistema de desagüe pluvial. Ese mismo día, la Marina, la PGR y la Policía Federal batieron seis colonias de Culiacán y lograron detener a dos personajes clave en la estructura del Cártel de Sinaloa, Mario Hidalgo y Mario López, “pertenecientes al primer círculo de la organización delictiva”, de acuerdo con el comunicado que emitió la dependencia federal.
Al día siguiente el desconocido al que nadie había visto antes en el edificio Miramar, apareció en un departamento del cuarto piso con vista al mar.
Manuel Díaz, un taxista que inició su turno la madrugada de ayer, descubrió que personal de la Marina, con uniformes de camuflaje, había bloqueado un extenso tramo del malecón. Una mujer que salió a correr hacia las siete y media de la mañana encontró la calle totalmente ocupada “por soldados”. Uno de ellos le dijo:
—Para allá. Aquí no hay paso.
La mujer dice que no había carros “no pasaba ni un carro”, y que alcanzó a ver de pronto que del edificio Miramar salía “una camioneta blanca y detrás de ella cuatro o cinco camiones militares”.
Originada en las redes sociales hacia las 8:34, la noticia de la detención de El Chapo cruzó Mazatlán como relámpago.
—No hay nada oficial —me dijo un reportero de El Noroeste—, porque en Mazatlán no hay nada oficial de nada. De todo te enteras por la voz de la calle, o porque te acercas a un policía y te haces el disimulado para que te lo cuente. No fluye información oficial sobre asuntos policiacos.
Por eso todos esperamos frente a las puertas cerradas del edificio Miramar. De un lado, los vecinos asustados; y del otro, los reporteros, los camarógrafos, los halcones. Las dos caras de Mazatlán.
Cuando el procurador Murillo Karam sale a confirmar la captura, muchos de quienes caminan por la calle se acercan a mirar los televisores encendidos en los comercios; durante un instante extraño —como ocurre sólo en los grandes momentos—, el movimiento en las banquetas parece detenerse: en esa parálisis sólo existen los ríos de luz que el mar trae hacia la costa, y los corrillos expectantes que se han formado frente a los locales.
—¿Sí era El Chapo o no?
—¡Sabe! El Chapo tiene muchas caras.
—Pero míralo, si está igualito. No envejece.
La detención, después de 13 años, del criminal más buscado en México, no parece alegrar a nadie. Termina la conferencia de prensa del procurador en el hangar de la Marina en el aeropuerto de la Ciudad de México, y todos siguen de largo hacia sus vidas.
El termómetro de las ciudades suelen ser sus taxistas. Le pregunto a uno de ellos por qué nadie parece estar contento.
—Porque El Chapo tenía tranquilo aquí —responde. Ahora quién sabe qué va a pasar. Se van a meter Los Zetas.