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La del ataque a Avispones "fue una noche de terror..."

Alberto Morales / Enviado| El Universal
Viernes 31 de octubre de 2014

Video. ´Fue una noche de terror´, señala Aurelio García, taxista y sobreviviente al ataque al autobús de Los Avispones de Chilpancingo, equipo de tercera división, la noche del 26 de septiembre pasado

La del ataque a Avispones

TESTIGO. Aurelio García es taxista de Iguala y sobrevivió al ataque perpetrado por un comando armado al autobús de Los Avispones de Chilpancingo. (Foto: JORGE RÍOS / EL UNIVERSAL )


alberto.morales@eluniversal.com.mx

Iguala, Gro.— “Fue una noche de terror”, señala Aurelio García, taxista de Iguala y sobreviviente al ataque al autobús de Los Avispones de Chilpancingo, equipo de tercera división, la noche del 26 de septiembre pasado.

Esa noche un comando armado atacó el autobús en el que viajaban los jugadores, supuestamente por una confusión, pero murieron seis personas y desaparecieron 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa.

Aurelio recuerda que había sido un buen día de trabajo; llevaba a una pareja al poblado de Santa Teresa y en el cruce vio un autobús atravesado. Era el de Los Avispones. Se detuvo unos metros cuando comenzó a escuchar detonaciones de armas que caían sobre su automóvil.

“No me di cuenta de nada. Cuando iba circulando me dispararon, yo me quedé agachado en el carro, el pasaje alcanzó a correr hacia el cerro y en un momento de desesperación logré arrastrarme y salir de él brincando con un pie y me caí en una zanja hasta que pasó todo”, dice el hombre de 35 años con la voz apagada.

Dice que le cuesta trabajo recordar qué fue lo que pasó, pues al tocarse la pierna sintió como un “rozón”. “Bajé la mano, sentí la sangre, entré en shock”.

Era uno de los disparos que le dio en el pie derecho y una esquirla de apenas cinco milímetros le hizo un hoyo en el pie, le destrozó la tibia y el peroné. Ahora los médicos le dicen que tendrá que estar en recuperación por dos años y medio.

“No recuerdo más, me caí, vi el impacto de la bala, vi el hoyo cómo lo tenía y me quedé en shock, no recuerdo muy bien, es un tramo de carretera donde no hay luz, no hay nada.

“Hasta que salí arrastrándome vi el autobús y vi que estaban saliendo personas gritando auxilio y en ese momento pasó un compañero taxista y me ayudó a llegar a Iguala, hay momentos que no recuerdo porque me quedé en shock, se me bloquearon varias partes [de lo que sucedió]”.

Postrado en una silla, saca de la bolsa de su pantalón el pedazo de metal, “todavía tiene carne”, comenta y esboza una ligera sonrisa, pero su mirada parece distraída, como tratando de escapar de esa noche en el cruce de Santa Teresa.

Aurelio se acaba de divorciar, es padre de familia. Dice que es una persona afortunada por estar con vida después del atentado, pero está preocupado porque con su trabajo mantiene a sus tres hijos, sus padres y Rosita, la menor de la familia, quien lo acompaña.

Una de esas preocupaciones es el taxi con el que trabaja. Como un flashazo recuerda que su carro tenía varios impactos de bala del lado del conductor, los vidrios rotos, el parabrisas, en la confusión y la oscuridad “alguien” se robó su celular, el dinero de la cuenta y una tablet que le había comprado a Rosita.

Aurelio salió el 6 de octubre del Hospital General de Iguala y a más de un mes de la agresión por parte de un grupo armado, dice que siguen las secuelas, por ello tiene que tomar terapias sicológicas.

“¿Cómo me siento? Pues mal, las cosas que estamos viviendo no son para que las estemos viendo, son cosas muy malas las que estamos pasando, pero a ver qué hacemos, son cosas que tenemos en Guerrero”.

Ahora Aurelio vive con una de sus hermanas, otro hermano lo apoya económicamente, pues su hija mayor estudia en la universidad y hay que ayudarla con sus estudios.

“Este accidente me cambió la vida, la persona que yo era antes, ahora ya no soy nada, me siento triste, mi vida es trabajar. Además de ser taxista soy chofer para unos vecinos, en un buen día me gano hasta mil pesos, pero ahora por lo menos dos años no podré trabajar”, dice el hombre mirando la esquirla que le cambió la vida.



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