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Iguala, donde no pasaba nada

Cristina Pérez-Stadelmann| El Universal
Jueves 04 de diciembre de 2014
Iguala, donde no pasaba nada

SENTIR. Ernesto, estudiante de tercer grado en la Normal Rural de Ayotzinapa, dice que la desaparación de los 43 jóvenes destapó una cloaca de delincuencia. (Foto: JORGE RÍOS / EL UNIVERSAL )

Las fosas, los desaparecidos, la corrupción se develaron tras el ataque del 26 de septiembre a los normalistas. Dos de los jóvenes que se salvaron hablan del incidente

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"Me pudo tocar a mí, pero hoy sigo vivo para exigir justicia"

Para Ernesto, estudiante de tercer grado y también policía comunitario “es evidente que en la ciudad donde se supone no pasaba nada, ocurrían muchas cosas: han surgido fosas, restos humanos calcinados en el basurero. A raíz del ataque que sufrimos nosotros los estudiantes de Ayotzinapa el 26 de septiembre en la ciudad de Iguala, todo se descubrió”.

Para este sobreviviente de la agresión se destapó una cloaca de corrupción, de delincuencia. “Las fosas desde la primera hasta la última que se han encontrado no son mis compañeros, pero entonces, ¿quiénes son esas personas, 28, 30 cuerpos? ¿Qué es lo que pasa en la ciudad de Iguala, a esa que se le llamaba la ciudad mágica? Una cantidad de muertos exagerada, fosas y nadie reconoce a esas víctimas”.

Este joven tiene claro que “abogamos por la vida de nuestros tres compañeros caídos, por los 43 compañeros que no aparecen y por todos los que han aparecido en las fosas clandestinas”. Se debe investigar, sostiene.

“Mis tres compañeros Julio César Ramírez Nava, Daniel Solís Gallardo y Julio César Mondragón Fuentes fueron asesinados. El primer compañero que cayó fue Aldo Gutiérrez, él estaba a mi lado cuando los policías nos comenzaron a disparar. Nosotros empezamos a empujar la patrulla que nos impedía avanzar y le dieron a Aldo el primer balazo. Creímos que estaba muerto, pero empezó a vomitar sangre, a mí me tocó ver cómo cayó, y ahora sabemos que está en estado vegetativo”.

Ernesto quiere viajar a la ciudad de México para ver a sus compañero en el hospital, pero comenta que por seguridad no los dejan salir. “Vi que Aldo cayó. Después grité que le habían dado un balazo, con otros compañeros lo intentamos acercar hacia nosotros, pero la balacera seguía, le aflojamos el cinturón, es frustrante porque no fue suficiente lo que hice por él a pesar de que tomé un curso de primeros auxilios de la Cruz Roja”.

Ernesto tiene claro que “me pudo tocar a mí, pero si sigo vivo es para exigir justicia por mis tres compañeros que fueron asesinados y para exigir que así como mis compañeros fueron asesinados, asimismo me los regresen”.

Para él este movimiento no parará hasta que los 43 compañeros, víctimas de desaparición forazada por elementos de la policía municipal de Iguala, regresen con sus familias, regresen a la escuela.

Ernesto dice que vio cómo se llevaban a sus compañeros y los subían a las patrullas sin él poder hacer nada, “porque si te movías te disparaban, si hablabas te disparaban. Esa noche la describo como una experiencia que me deja marcado, pero estas adversidades me harán más fuerte”.

Reconoce que “tengo miedo, pero no me dejo doblegar por él, me ha llevado a hacer cosas que ni yo mismo pensé que haría; hoy sé que los compañeros que quieran entrar a la normal deben tener dos característica: ser trabajadores y ser valientes”.

Le preguntamos si se considera valiente. Y responde: “Tengo miedo, pero hasta para tener miedo hay que tener valor. La valentía no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él”.

Sobre la versión oficial de que sus amigos fueron incinerados, él señala que “a mí me queda una duda enorme; esa noche llovía y fue un aguacero, y si prendieron lumbre qué le echaron para que la lumbre ardiera a tal grado para calcinar los cuerpos y peor aún, con lluvia. A mí no me van a decir que no estaba lloviendo porque yo estuve ahí”, asegura.

“A nuestros compañeros caídos no los enterramos, sino que los sembramos para que florezca la libertad, y tenemos que luchar para que la muerte de ellos no sea en vano”, dice Ernesto, quien seguirá en este movimiento hasta las últimas consecuencias”.

 

"Su cosecha se está secando"

La Escuela Normal de Ayotzinapa está callada, como en pausa. En medio del gran patio principal hay 43 sillas, y en cada una de ellas una fotografía de los jóvenes normalistas desaparecidos, acompañadas por una veladora. Junto a los fotografías no hay flores, "porque las flores se les ponen a los muertos y ellos están vivos", dice Uriel de 18 años, alumno de primer grado.

Uriel llegó desde una región lejana para estudiar en esta normal; no conocía la ciudad de México y tenía el proyecto de ir a la marcha conmemorativa del 2 de octubre. Ya no llegó. Él pertenece a la banda de guerra y uno de los compañeros fue uno de los seis que falleció en el ataque del 26 de septiembre pasado en Iguala, Guerrero, cuando policías municipales los emboscaron y los atacaron con sus armas en al menos dos ocasiones.

Dice que le preocupa que las flores de cempasúchil que se sembraron en los campos de la escuela para vender se estén secando, porque no hay quien las recoja.

Los 506 alumnos que permanecen en la normal están esperando a sus 43 compañeros para poder recoger la milpa, los ejotes, las flores que sembraron. Aquí nadie toca lo que cada uno de los que están desaparecidos sembró.

"Andábamos contentos, sembrando aquí, trabajando en la normal, antes de que esto pasara. Ahora hay silencio. El mismo gobierno es el que actuó así".

Para este joven no hay ninguna duda de quiénes son los culpables de haber sumido en el silencio a la escuela, a una comunidad entera.

"El responsable fue el presidente municipal [José Luis Abarca] porque es el dirigente, el encargado de cuidar a la comunidad, y lamentablemente no hizo bien su trabajo, a los compañeros no los respaldó". La versión oficial, de acuerdo con las investigaciones, apunta a que el edil -actualmente preso- ordenó a sus policías municipales que detuvieran a como diera lugar los autobuses en los que viajaban los normalistas, para impedir que los jóvenes interrumpieran un acto de su esposa María de los Ángeles Pineda, quien está bajo arraigo.

Más allá de estas explicaciones, para Uriel lo único claro es la pérdida de sus amigos, de los integrantes de su familia.

Era muy cercano a Julio César Ramírez. "Él era de la comunidad de Tixtla, era padre de familia. El compañero tenía muchas ganas de salir adelante, él ya tenía una familia, una hija recién nacida. Nos daba ánimo a los compañeros para que estuviéramos alegres como era él. Esto, lo que nos pasó, ya no es normal, ya es fuera de lo normal, lo que le hicieron fue quitarle el rostro", fue desollado.

"Quiero que aparezcan nuestros compañeros, porque vivos se los llevaron y vivos los queremos", dice, no sin antes agregar que ahí permanecerá hasta que esto ocurra.

Uriel no le encuentra explicación del ataque que sufrieron: "Simplemente son estudiantes, solamente fueron a recolectar apoyo y la policía municipal actuó en contra de ellos, no lo entiendo".



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