Horas antes, decidió hacer suyo el "Todos somos Ayotzinapa"
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“Tenemos que hacer nuestro el grito”, dijo el presidente Enrique Peña Nieto a su equipo compacto, la víspera de su mensaje en el patio central de Palacio Nacional. Frasea que el caso Iguala ha metido en un bache a su gobierno y que han querido culpar a su administración. “Todos somos Ayotzinapa”, queda escrito tres veces en el discurso presidencial del 27 de noviembre de 2014.
Son las 11:25 horas en la plancha del Zócalo, cerrada por el Estado Mayor Presidencial con vallas pintadas de verde. Hay filas para ingresar a Palacio Nacional para el acto denominado “Por un México en paz, con justicia, unidad y desarrollo”. No hay invitaciones impresas, sólo listas con nombres de quienes han sido convocados para escuchar el mensaje presidencial.
Líderes sindicales, representantes de las iglesias, empresarios, dueños de medios de comunicación, intelectuales, militares, funcionarios y un artista, el cantante Emmanuel, circulan por los pasillos del Palacio, que mantiene un ambiente serio, de duelo. No hay música de fondo ni el bullicio que vivió el recinto en el evento del segundo Informe de Gobierno apenas el pasado 1 de septiembre, antes de la fatídica noche del viernes 26.
Al frente y antes de que llegue el jefe del Ejecutivo, el empresario Carlos Slim conversa con algunos concesionarios de medios electrónicos. El líder de la Iglesia ortodoxa, Antonio Chedraoui, abraza al canciller José Antonio Meade, recién llegado de París. El presidente de la Mesa Directiva de San Lázaro, el perredista Silvano Aureoles, se pasea muy sonriente por la tarima frontal, entre los integrantes del gabinete legal y ampliado; abraza efusivo al general Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa Nacional.
Los coordinadores del PRI en el Congreso, el senador Emilio Gamboa y el diputado Manlio Fabio Beltrones, llegan juntos —se dicen brothers— y se colocan cerca del líder priísta César Camacho y del líder de Nueva Alianza, Luis Castro. Los presidentes del PAN, Ricardo Anaya, y del PRD, Carlos Navarrete, no acuden a Palacio.
Jesús Murillo Karam, procurador general de la República, se acomoda en su lugar. No mueve un músculo de la cara, rostro pétreo. Y Rosario Robles, titular de Desarrollo Social, lanza besitos con la mano. Antes del mediodía, aparecen el presidente del Senado, el perredista Miguel Barbosa, y el presidente de la Corte, Juan Silva Meza. Solamente hace falta el jefe del Ejecutivo para que el acto tenga la representación de los Poderes de la Unión.
El grupo compacto se aparece en el lugar, justo cuando el maestro de ceremonias avisa de la presencia del mandatario. Peña Nieto, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, el de Hacienda, Luis Videgaray, y el jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño. La imagen de ellos es inequívoca: siguen juntos en medio del golpe por el caso Iguala.
El Presidente sube al atril inmediatamente después del Himno Nacional y de la foto con los representantes de los Poderes. Son las 12:09 horas y él de traje azul marino y corbata azul con verde. Semanas atrás, en una escala de su gira a China, usó una corbata negra. Saluda a los representantes de todos los sectores —en las primeras filas se encuentra el rector de la UNAM, José Narro y la activista María Elena Morera— y no hace pausa para arrancar con el tema que convoca a la cita: Iguala.
“Los actos inhumanos y de barbarie, ocurridos el 26 y 27 de septiembre en Iguala, Guerrero, han conmocionado a toda la nación”, señala el Presidente de la República en su discurso.
El atroz crimen de seis personas y la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa, el pasado 26 y 27 de septiembre, es el eje del mensaje y de la propuesta para reformas en materia de justicia, que confluyen en alcanzar la seguridad de los mexicanos, el establecimiento pleno del Estado de derecho y la protección de los derechos humanos. El Presidente mueve la mano derecha y apunta con el índice y el dedo medio y lanza el “Ya basta”. Su procurador no se inmuta.
A las 12:17 horas, comienza a enlistar el decálogo, con el compromiso de liberar a México de la criminalidad, “para combatir la corrupción y la impunidad”. Abre los brazos cuando enumera las reformas que presentará al Congreso. Pero no hay aplausos; prevalece el ambiente de duelo.
El ministro Silva Meza permanece serio, en la zona asignada para los 31 gobernadores y el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera. No hay acuse de recibo cuando el Presidente describe una justicia lenta, compleja y costosa.
Son las 12:34; el Presidente toca las medidas sociales que acompañarán la propuesta, porque hay una dimensión social y económica detrás de los hechos de Iguala. Robles aprovecha para enderezar el cuerpo y acomodarse el cabello. Él dibuja los dos Méxicos: el de la economía global, con crecientes índices de ingreso, desarrollo y bienestar, y el pobre con rezagos ancestrales.
Nueve minutos más tarde hace una pausa y toma un poco de agua. Son las 12:43 horas cuando regresa a lo ocurrido con los normalistas desaparecidos y lanza tres veces el grito de “Todos somos Ayotzinapa, demuestra ese dolor colectivo… Todos somos Ayotzinapa, es ejemplo de que somos una nación que se une y se solidariza en momentos de dificultad… Todos somos Ayotzinapa, es un llamado a seguir transformando a México”.
En el colofón, llama a los mexicanos a cerrar el paso a la criminalidad, a la corrupción y a la impunidad. Termina su mensaje a las 12:46 horas. Hay un aplauso. Peña Nieto agradece y se acerca a saludar de lejos a su gabinete. No hay apretón de manos. Luego, se despide de Barbosa, a quien pregunta sobre el paquete de reformas.
—Bien pero tienen que salir este año, al menos la de los municipios —responde el perredista.
Del otro lado del patio, un integrante del grupo compacto revela que era necesario “hacer nuestro el grito de Ayotzinapa” y salir del bache. El Presidente está convencido…