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El otro día de la Revolución; la demanda de justicia

Guillermo Osorno| El Universal
Viernes 21 de noviembre de 2014
El otro d�a de la Revoluci�n; la demanda de justicia

CONCURRENCIA. Cientos de inconformes se sumaron a los contingentes para congregarse en el Zócalo capitalino. (Foto: TANYA GUERRERO / EL UNIVERSAL )


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A las siete y media de la noche un grupo de manifestantes encapuchados estaban sobre la avenida 5 de Mayo, a punto de entrar al Zócalo. No sólo tenían cubierta la cara, sino que también llevaban palos y escudos transparentes, como granaderos. Mientras la prensa les tomaba fotos y ellos posaban, desafiantes; algunas voces sonaban pidiendo que se quitaran las pañoletas; otras advertían que habían visto a miembros del Ejército vestidos de civil, que la gente no debía caer en provocaciones. El río de gente finalmente caminó y entró a la gran plaza, donde se supone que se iba a celebrar el 20 de noviembre, día de la Revolución. La iluminación, normalmente sobrecogedora, estaba ayer algo deslucida. Solamente había dos planas de focos blancos sobre los edificios del ala poniente: los perfiles de Villa y Zapata, y el eco de los padres de los normalistas de Ayotzinapa que retumbaba en las paredes de la Catedral, el Palacio Nacional y la pirámide del Templo Mayor: pedían la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto.

Una pinta sobre la calle de 5 de Mayo cifraba la percepción de que éste puede ser un momento histórico importante: “1810/1910/1968/2014”. Todavía es difícil saber si la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa va a dejar una marca de ese tamaño, pero no hay duda de que va a signar el sexenio.

A las cinco y media de la tarde, al comienzo de la marcha, el contingente de padres de familia que partió del Ángel de la Independencia pasó enfrente de la Glorieta de la Palma. Iban seguidos por otros grupos, los contingentes que vinieron de diversas partes de Guerrero, por ejemplo, campesinos de caballo y machetes. El cielo estaba nublado y los cristales oscuros del edificio de la Bolsa de Valores, la Torre de Mapfre y la Torre Capital se conjuraron para hacer más opresivo el ambiente.

Comenzó a desfilar la gente vestida de luto que caminaba resguardada por un cordón. Pasó, por ejemplo, el grupo de Fundar, una organización no gubernamental conocida por sus trabajo sobre transparencia y derechos humanos. Pasó un grupo que, según una de las organizadoras, es gente común y corriente que se junta cuando se indigna (llevaban a sus hijos); desfilaron académicos de la UNAM, estudiantes del Politécnico y una persona con una pancarta de protesta que al mismo tiempo vendía hamburguesas vegetarianas a 20 pesos.

Jaime López Vela, que cargaba una bandera gay, dijo que a su grupo le preocupan los crímenes por homofobia, pero que asistía a solidarizarse con los desaparecidos, porque es básicamente el mismo punto. Un grupo feminista, que participaba encapuchado, llevaba cruces rosas para que no se olvidaran los feminicidios, particularmente los del Estado de México. El grupo yogui tenía turbantes y estaba vestido de blanco (aunque algunos llevaban un detalle negro) y cantaban mantras de protección contra la violencia, según dijo Sat Atma Kaor, su organizadora. Un grupo de capoeira cargaba una manta que decía “El arte de la resistencia”, como si se refiriera al ánimo de la gente. Alguien del contingente de ciclistas dijo que, aunque su tema era la movilidad, su método era hacerse visibles en la calle, como los familiares de los desaparecidos.

A las seis y media, el Paseo de la Reforma estaba inundado. La gente caminaba por ambos lados del camellón. Sonaba música; acá, una banda norteña; allá, una batucada que cantó: “Los queremos vivos”, pero todo el mundo calló cuando pasó la comunidad Mechica (sic) haciendo sonar sus caracoles, enseñando sus plumas y sus rostros pintados de calavera.

Al final del camino, el Zócalo parecía un cuenco cacofónico. La voz de los padres de los desaparecidos se escuchaba como un eco lejano que chocaba con un audible griterío. ¿Qué pasaba? En el costado de 20 de Noviembre había un periodista de Televisa rodeado por una turba encendida: la gente criticaba su línea editorial y le pedía cuentas del dinero que ganó una estrella de telenovelas, la primera dama de México, la esposa del Presidente.



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