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El fracaso de la guerra contra las drogas

Alejandra S. Inzunza y José Luis Pardo| El Universal
Miércoles 26 de noviembre de 2014
El fracaso de la guerra contra las drogas

RESULTADOS. La Drug Policy Alliance asegura que 78% de los presos por drogas en Estados Unidos son gente arrestada por la posesión o venta de pequeñas cantidades de enervantes. La organización calcula que ese país ha gastado un trillón de dólares en el combate a esta problemática. (Foto: LUIS CORTÉS / EL UNIVERSAL )

A 40 años de que el ex presidente Nixon se lanzara contra los enervantes, su consumo creció y los homicidios vinculados a su uso se duplicaron

Nueva York

Cuando el presidente Richard Nixon declaraba el 18 de junio de 1971 que el “enemigo público número uno de Estados Unidos es el consumo de drogas y para derrotarlo hay que crear una nueva ofensiva”, la tasa de homicidios en el continente americano era de ocho por cada 100 mil habitantes, según la Oficina de las Naciones contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés).

Cuatro décadas después de lo que se considera como el inicio de la guerra contra las drogas, los homicidios casi se han duplicado (14), con casos flagrantes como el de Honduras, el país más violento del mundo, o el propio México.

La guerra contra las drogas ha fracasado, concluyen expertos consultados por EL UNIVERSAL. Aseguran que después de cuatro décadas, el costo del actual modelo en términos de seguridad, salud y economía, es insostenible. La regulación o legalización de la mariguana y la descriminalización de la posesión de enervantes son los primeros pasos hacia una nueva visión global sobre política de drogas.

Cálculo errado

Eran los años 70 en EU y las protestas en las calles de Nueva York o Washington en contra de la guerra de Vietnam se aderezaban con el espíritu hippie y el consumo de mariguana. En los barrios de población negra, marginales y violentos de las grandes ciudades, proliferaban los usuarios de heroína.

“[La de Nixon] fue una política que nació por causas racistas. Una campaña en contra de sus enemigos políticos”, explica en una cafetería de Brooklyn Paul Gootenberg, profesor de Historia y Sociología en la Universidad de Stony Brook [Nueva York] y especialista en historia de las drogas. La cocaína por aquel entonces ni siquiera estaba entre las mayores preocupaciones de Nixon. En aquellos años apenas cruzaba la frontera estadounidense una tonelada anual. Pero él convenció a un continente de que su principal enemigo era el enemigo común de todos.

La lógica de esta política, explica Gootenberg, era que si se presionaba con medidas políticas y militares a los pequeños y localizados productores, situados en su mayoría en Perú, la oferta escasearía, el precio de la droga subiría y el consumo bajaría abruptamente. Las consecuencias fueron contrarias: los contrabandistas extendieron sus redes para escapar de la presión policial, la cocaína se convirtió en un sustituto de la heroína y se democratizó su uso, el precio se ha mantenido estable durante décadas y un negocio minoritario y pacífico se convirtió en un problema global y violento.

En los 90, la época del auge de los grandes cárteles colombianos, la cantidad de cocaína que llegaba anualmente a EU rozaba las mil toneladas. Hoy, cuando el mercado está mucho más diversificado hacia Europa, se calcula que todavía cruzan entre 400 y 600 toneladas. Es lo que Gootenberg llama el efecto boomerang.

En 2016 se celebrará en Nueva York la sesión especial de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre Drogas (UNGASS, por sus siglas en inglés), un cónclave que no se realiza desde 1998 y que marca la hoja de ruta mundial en materia de política de drogas. “En la última reunión se marcaron objetivos risibles, como acabar con la mitad de la producción de coca, esta vez habrá un diálogo mucho más vigoroso”, comenta Ethan Nadelmann, director ejecutivo de la Drug Policy Alliance, una de las fundaciones que están detrás del cambio de discurso de muchos presidentes y ex mandatarios latinoamericanos en materia de drogas. La fundación calculó en 2011, cuando se cumplían exactamente 40 años del discurso de Nixon, que EU había gastado un trillón de dólares en combatir el narcotráfico.

Nadelmann cuenta en su oficina de Manhattan que irónicamente uno de los principales impulsores de la búsqueda de políticas alternativas fue Felipe Calderón, “el campeón de la guerra contra las drogas”. Mientras en México desataba una confrontación directa que causó miles de muertos, en EU le decía a las autoridades que si no bajaba la demanda del vecino del norte, había que explorar otras medidas. El mismo discurso mantuvo en 2012, en su última comparecencia ante la ONU como presidente de México. “Cuando lo conocí le pregunté si se refería a la legalización y me respondió que por supuesto”, dice Nadelmann.

Más allá de las palabras de Calderón, el punto de quiebre que solidificó el debate sobre una alternativa a una guerra que en términos de seguridad, salud pública y economía no ha conseguido sus objetivos, fue el informe publicado en 2009 por la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, creada por los ex presidentes Ernesto Zedillo, Fernando Henrique Cardoso (Brasil) y César Gaviria (Colombia). Fue la primera vez que un texto público, con respaldo de ex mandatarios, rechazó frontalmente la prohibición. Desde entonces, otras voces tan dispares como las del presidente de Guatemala, Otto Pérez, un ex militar; el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos; el de México, Enrique Peña Nieto, o el de Uruguay, el ex guerrillero José Mujica, han apoyado vías alternativas.

Uruguay se ha convertido en el primer país del continente en regular la producción, distribución y consumo de cannabis. En 23 estados de EU se ha aprobado la venta de mariguana para usos medicinales, y en Colorado y Washington también es legal su uso recreativo.

La legalización o regulación de la mariguana es uno de los dos ejes de cambio. El otro, como explica Aram Barra, director de proyectos de Espolea, una de las organizaciones mexicanas enfocadas a debatir una nueva política de drogas, es descriminalizar la posesión. “Lo que se buscará en UNGASS es llegar a un pacto de mínimos. Es difícil ir más allá cuando hay países asiáticos [como Singapur o Taiwán] que todavía aplican la pena de muerte”, dice el activista que radica en Nueva York como parte de la preparación de la asamblea extraordinaria de la ONU.

En EU, la principal causa de encarcelamiento son los enervantes. “Un 78% de los presos por drogas son gente arrestada por posesión, por vender pocas cantidades, o adictos que venden para poder consumir. Los ricos no consumen menos que los pobres, sólo te encierran más si eres pobre y tu piel es oscura. Esto es así en todo el mundo”, asegura Nadelmann. En varios países de Europa hace tiempo que el consumo se ve sólo como un problema de salud pública. En España, la posesión se castiga con una multa y es conmutable por sesiones de concientización sobre el uso de drogas. En Portugal, la posesión está despenalizada.

La cocaína se inventó en un laboratorio alemán en 1860. Después de la Segunda Guerra Mundial se empezó a perseguir y la represión se intensificó en el mandato de Nixon hasta nuestros días. Hoy el debate está en la agenda de los presidentes latinoamericanos.

Nadelmann explica que EU debería haber aprendido de su experiencia con el alcohol en los años 20: “Se prohibió, pero la gente podía seguir tomando. Murieron algunos porque el alcohol que les daban era de mala calidad, y el crimen subió”. Y con el tabaco en el siglo XXI: “En mi país ha renunciado mucha gente al cigarrillo con la subida de impuestos, con espacios sin humo y campañas. Y sin llevar preso a nadie”.

*Los autores ganaron el Premio Nacional de Periodismo 2013 y el Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2014, por reportajes de la serie Narcotráfico en América, publicados en esta casa editorial.



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