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"Policías me quieren entregar", advirtió Manuel antes de morir

Doris Gómora| El Universal
Martes 21 de octubre de 2014

doris.gomora@eluniversal.com.mx  

A los 15 años, Manuel lo tenía todo, pero quería más. Decidió que podía obtenerlo si se dedicaba al narcotráfico. Aceptó ser parte de la organización criminal Los Rojos que opera en el estado de Guerrero. Un año después fue secuestrado y torturado, casi desfigurado su abuelo lo reconoció en una plancha forense en Iguala.

La última noche de su vida Manuel la dedicó a pedir perdón a todos por no haber dejado antes a la organización criminal. Ttomó su mochila para irse a Estados Unidos, pero antes de llegar a la terminal de autobuses de Taxco, policías municipales lo persiguieron y “detuvieron”. Luego se lo llevaron a los límites con Iguala y junto con policías de éste municipio lo entregaron al grupo criminal contrario al que pertenecía: Guerreros Unidos.

Antes de ser detenido por los policías, Manuel marcó por teléfono a sus familiares para decirles que lo perseguía la policía, que querían entregarlo a los integrantes de Guerreros Unidos: “me quieren entregar, yo lo sé bien, eso hacen siempre los policías, los conozco, me van a entregar a los Guerreros”.

Esa noche y las tres siguientes, sus familiares marcaron repetidas veces el celular de Manuel, las primeras horas lo contestaron voces masculinas que se burlaban de ellos, les decían que ni rezando lo iban a encontrar vivo. Uno de los parientes se enfrentó a los policías, pero no pudo lograr nada a cambio.

La familia empezó a rastrear los lugares por donde Manuel había huido, los testigos les dieron el número de patrulla donde se llevaron a Manuel, y en la búsqueda llegaron hasta un cerro; después regresaron para hablar con los policías municipales, hasta que finalmente uno les advirtió que mejor se fueran, sino querían que les pasara lo mismo que al adolescente.

Cinco días después de que los policías se llevaron a Manuel, la familia recibió una llamada en la que les pidieron que fueran a identificarlo a la morgue. Su abuelo lo hizo, no hubo autopsia, no hubo respuestas, sin saber que más hacer pidió que le entregaran el cadáver.

Antes de firmar una hoja que le dieron, los policías se le acercaron para decirle: “pero no va a querer levantar denuncia ¿verdad?, lo mató sabrá Dios quien, y mejor déjelo ahí antes que siga otro en su familia”. El abuelo no respondió y dijo que solo quería llevarse el cuerpo.

Se hizo el funeral con algunos amigos, los policías municipales se apostaron los tres días afuera de la casa familia de Manuel, después les dijeron que era hora de irse del lugar. Dos días después los deudos dejaron todo y se exiliaron.

“Narcotraficantes o personas sin relación con ellos, ya hay muchas personas perdiendo a seres queridos, de ambos lados, por la única razón de que el narcotráfico se ha convertido en una forma de vida para pueblos enteros: la mitad amenazados y la otra mitad trabajando para ellos”, aseguró en entrevista el abuelo de Manuel.

El silencio domina cuando llegan los muertos de uno y otro lado en Taxco e Iguala: unos por miedo a que los maten si denuncian, y los otros porque no quieren perder el trabajo con sus patrones, pero sobre todo porque no saben con qué grupo están las autoridades, agregó.

Los pocos que no han aceptado estar en uno u otro bando, guardan un profundo silencio, y otro se han autoexiliado, mientras que en el centro del país nadie vio venir lo que hoy pasa: Iguala era una “bomba de tiempo” que pronto iba a estallar, el laboratorio de ensayo de criminales que dividieron una región y la vida de sus habitantes, afirmó.

“Viendo el cuerpo de Manuel, solo había una pregunta que me hacía ¿qué falló? para que él se uniera a ellos. Ni las lágrimas de sus padres, ni el enojo de la familia hoy lo pueden regresar…. sí, fue muy torturado antes de morir. Y hoy una frase resume la vida en ese lugar: no confíes en nadie”, apuntó.



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