Crónica. "No se pudo hacer nada, ya se terminó"
TRISTEZA. Familiares de Édgar, tras recibir la noticia en Miacatlán, Morelos, de que ya había sido ejecutado. (Foto: JORGE SERRATOS / EL UNIVERSAL )
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MIACATLÁN, Mor.— La esperanza murió al último, el milagro no se hizo. Ni los rezos, ni las plegarias, ni las súplicas a Dios y a la Virgen de Guadalupe que se hicieron desde aquí, del domicilio de la familia Tamayo y de decenas de hogares de este municipio, pudieron detener la ejecución del nacido en esta localidad, Édgar Tamayo Arias.
“Ya no se pudo hacer nada, esto ya se terminó”, fue el primer mensaje de texto que les envió cerca de las 21:00 horas un “familiar cercano” a quienes estaban orando en esta casa de la calle Cuauhtémoc, de la colonia Centro de Miacatlán.
Edelmira Arias, prima del mexicano ejecutado se llevó la mano al rostro, cerró los ojos y rompió en llanto. Casi sin poder hablar decía con la voz desgarrada:
“Les pido que eleven sus oraciones, que no dejen de orar, porque Édgar ya fue ejecutado, no se pudo hacer nada”.
La tristeza invadió este hogar, esta calle en donde se instalaron sillas para los vecinos, que con velas en las manos, llegaron desde las cinco de la tarde para unirse en oración, aún con la esperanza de que a las seis les dijeran que se había cancelado la ejecución a la que fue condenado Édgar, por el asesinato del policía Guy P. Gaddys en 1994, en Texas.
Fue América, sobrina de Édgar, quien recibió por teléfono la noticia a viva voz a través de su padre Omar, quien es hermano de Édgar.
Es “una víctima más del racismo con el que actúan las autoridades de Estados Unidos”, dijo María, una vecina.
“No se pudo hacer nada, ya todo se acabó, ya ejecutaron a tu tío”, le dijo Omar a su hija América, quien no paraba de llorar, al igual que otros familiares que repudiaban la decisión de las autoridades estadounidenses y quienes sostenían que Édgar era inocente, que lo habían hecho pagar 20 años por un crimen que no cometió.
“Muchos ya lo decían, que lo iban a ejecutar, pero nosotros teníamos esperanza de que esto no sería así”, repetía Edelmira Arias, mientras todos en la casa de los Tamayo se tomaron de las manos y comenzaron a rezar.
“Unidos pidamos por él”, insistía Edelmira Arias, quien no podía contener las lágrimas al igual que Karen, sobrina del mexicano quien se fue en busca de un trabajo en 1986 a EU, derivado de la sugerencia de un amigo de la infancia.
Una amiga de él, María Magdalena Arriaga Valle, mostró antes en entrevista las últimas cartas que Édgar le envío desde la prisión en Texas y en las cuales le habla de la vida, y de lo que el sentenciado considera, la importancia de estar cerca de Dios.
Padre de dos hijas y abuelo de cinco nietos, Tamayo manifestó en la comunicación epistolar con María Magdalena su preocupación por sus familiares, por sus amigos que dejó en su pueblo.
Ahora, familiares y amigos esperarán los restos de Édgar, cuyo cuerpo será sepultado en el panteón de este municipio.