"Me duermo esperando que mi hijo toque la puerta"
Joaquina de la Cruz, mamá de Julio César López Patolzin, uno de los desaparecidos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, muestra fotos y da su testimonio sobre lo que ha vivido desde hace más de un mes. (Foto: JORGE RÍOS. EL UNIVERSAL )
Tixtla, Gro.— El 27 de agosto de 2014, Julio César López Patolzin escribió en un cuaderno de rayas y a lápiz las razones por las cuales ingresó a estudiar a la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero:
“Yo ingrese a esta normal por el simple echo (sic) que mis padres son de escasos recursos campesinos y mis habilidades es ser responsable, en lo académico trato de poner mucha atención a los maestros para poder sobresalir”, se alcanza a leer entre sus apuntes mezclados con estrofas de himnos revolucionarios como Venceremos o clases de materialismo histórico sobre qué es el marxismo.
López Patolzin, quien estudia el primer año de la carrera de educación primaria, es uno de los 43 normalistas desaparecidos desde hace 37 días, tras un ataque de un grupo armado en Iguala que cobró la vida de seis personas, entre ellos tres de sus compañeros.
Desde ese viernes sus padres no han dejado de buscarlo. Su madre Joaquina Patolzin de la Cruz no pierde la esperanza. “Yo siento que él está bien, que no está muerto, para mi él va a regresar, yo como le digo a mi mamá y a mi familia: yo sé que él va a llegar. Me duermo como a la una de la mañana esperando que toque la puerta”, dice al borde del llanto.
“No sé si les darán de comer o no, pero no importa que gaste lo que sea, lo voy a internar y voy a estar con él toda la noche aunque yo no duerma”, dice desesperada en la casa de su madre, donde vive con sus otros cuatro hijos, pues por su precaria situación no tienen hogar propio.
En esta morada, del barrio del Santuario, el Día de Muertos llegó con coronas cempasúchil, todos los ángeles y santos bajaron a su mesa. La ofrenda es un despliegue de imágenes religiosas, del Arcángel San Gabriel en las veladoras, con pan de muerto que en esta región le llaman “muñecos”; jícamas, mole, fruta, mezcal y tamales nejos.
Joaquina es una mujer chaparrita, de brazos gruesos, que echa los hombros hacia adentro del pecho, pero su voz está llena de convicción. “Imagínese (cómo me siento), son cuántos días los que llevamos, a veces me vengo durmiendo a la una o dos de la mañana porque a lo mejor (Julio César) llega, mi idea es que está vivo”.
En su desesperación una vez la señora De la Cruz acudió con una persona para que le leyera las cartas.
“A mí me han dicho que están bien, la verdad. La primera vez que fui me dijeron más o menos el punto por donde los tenían, pero al mismo tiempo una piensa que a lo mejor eso no es cierto. La señora me dio las señas por las primeras fosas, dijo que estaban hacia arriba y en un jacal, que los tenían amarrados”.
La madre del normalista desaparecido dice con pesar que si hubiera hecho caso a la señora, podría estar con su hijo, pero se detiene a reflexionar y comenta que si esa información la hubiera dicho en la Normal, la señalarían como una mentirosa.
El último en tener contacto con Julio César fue su hermano Gustavo por medio de WhatsApp. El joven recuerda que sin tener conocimiento de que los normalistas habían sido agredidos con armas de fuego por Guerreros Unidos en Iguala, le envió un mensaje a su hermano la noche del 26 de septiembre.
—“Ora compa cómo andamos”— preguntó, a las 22:25 horas, Gustavo a Trivi, como él llamaba a su hermano Julio César.
—“Bien carnal”, respondió el mensaje a las 22:26 horas. Después Gustavo le envió otros tres mensajes a las 22:37 horas: “Órale compa cuídate”; “Estamos pendientes”; y “Sale compa”. Pero ya no hubo ninguna respuesta de su hermano.
Un joven muy trabajador. Su madre Joaquina de la Cruz recuerda que la última vez que vio a su hijo fue hace dos meses antes de que entrara a la Normal. Habla de él como un joven muy trabajador, que antes de entrar a Ayotzinapa le ayudaba a su padre en el campo o su madre a llevar la flor para venderla.
“Ellos (quienes tienen a Julio César y a sus compañeros) no creo que no tengan hijos, porque uno de padre o de madre, al menos yo me siento triste. ¿A poco a ellos les habría de gustar que a sus hijos así los tuvieran?, quizás como son hijos de campesinos no nos hacen caso, si fuera el hijo del gobernador o del Presidente, ¿usted cree que así los habían de dejar¿, ya los hubieran encontrado”.