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"Gritamos que éramos estudiantes y disparaban..."

Cristina Pérez-Stadelmann| El Universal
Viernes 26 de diciembre de 2014

Facundo Serrano, encargado del equipo de los Avispones de Chilpancingo, y Miguel, defensa de la escuadra, resultaron heridos durante el ataque que recibió el autobús del conjunto en Iguala. (Foto: Cristopher Rogel Blanquet )


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Chilpancingo, Gro.— Cuidar el sueño de su hijo es lo que una madre hace. Que ningún ruido lo despierte, que duerma tranquilo. Ese 26 de septiembre, aproximadamente a la una de la mañana, Patricia Ney no dejaba que su hijo Miguel, de 17 años, se durmiera. Cerrar los ojos, descansar en este caso, podría ser fatal, significaba que probablemente entrara en shock y después en estado de coma. “Manténgalo despierto”, fue la instrucción que ella escuchó del médico del equipo.

Miguel iba en el asiento de atrás de la camioneta de sus padres, con cinco balazos en el cuerpo: dos en el abdómen, uno en una pierna, otro en el brazo, otro en la pantorrilla izquierda, y se estaba desangrando, sobre todo por el impacto en el muslo derecho que le había perforado una vena. Su uniforme azul del equipo de futbol Avispones de Chilpancingo comenzaba a teñirse de sangre mientras su padre corría a toda velocidad por la carretera federal Iguala-Chilpancigo hacia el primer hospital que pudiera encontrar en Iguala.

En el trayecto los detuvo un retén, los federales de camino le marcaron alto a la camioneta para revisión, los padres de Miguel no obedecieron, “mi esposo explicó que traíamos a nuestro hijo herido de muerte, ellos insistieron en que nos detuviéramos, mi marido puso el pie en el acelerador, brincó el retén y continuó lo más rápido posible por la carretera... si ahí nos hubieran balaceado qué más daba, ya no teníamos nada que perder, traíamos a nuestro hijo desangrándose”, narra Patricia.

Mientras avanzaban llamaron al 065 para pedir ayuda. Explicaron por teléfono lo que ocurría. Dieron las placas de su auto, especificaron el modelo de la camioneta y el color. Una patrulla los alcanzó sobre la carretera y les abrió camino hacia el primer hospital en el camino.

Servicio negado

Llegaron al primer nosocomio, las puertas estaban cerradas, al padre de Miguel le indicaron que no había servicio. La patrulla los condujo hacia un segundo hospital en Iguala, tampoco fueron atendidos. Negado el servicio, continuaron hacia un tercer hospital, el padre bajó del auto, gritó, suplicó que atendieran a su hijo, pero tampoco accedieron. Le cerraban las puertas en cuanto explicaba que Miguel traía heridas de bala.

Llegaron a la Clínica Reforma. Patricia se bajó del automóvil, recargó la cabeza de su hijo en el asiento. “No dejes que se duerma”, indicó a su esposo, y salió del auto por primera vez, ya en un acto desesperado . “Tranquila, mamá, que estoy bien”, fue lo que alcanzó a escuchar mientras se iba alejando de Miguel.

El lugar estaba cerrado con candados en la puerta, a pesar de que era una clínica de 24 horas. “Toqué a la puerta hasta casi tirarla a patadas y puñetazos. Mi grito era desesperado. Salió una doctora, le expliqué la situación, supliqué, ella finalmente abrió la puerta y Miguel ingresó cargado por su padre directo al quirófano. Lo primero fue detener la hemorragia; nosotros tuvimos que permanecer afuera, sin poder hacer ya nada más por él. La impotencia era total. Estar a punto de perder a tu hijo es lo peor que te puede pasar”, dice Patricia.

Los padres telefonearon a médicos conocidos en Chilpancigo. Estos se desplazaron hacia el quirófano de Iguala; Miguel fue operado, salió de la emergencia, para ser trasladado dos días después a Chilpancingo. “Lo que queríamos era dejar Iguala, salir cuanto antes de ahí. No sabíamos qué estaba pasando y ante la incertidumbre y el terror por lo ocurrido queríamos llevarlo a casa de regreso”.

Miguel permaneció 15 días más en un hospital de Chilpancigo hasta que fue dado de alta. Con el paso de los días fue recordando lo ocurrido la noche del 26 de septiembre, y lo narra a EL UNIVERSAL. Al principio no podía hablar de lo que pasó. Tuvo que transcurrir un tiempo con la asistencia de sicólogos del Programa de Atención a Víctimas de la Secretaría de Gobernación para que Miguel saliera del impacto por lo vivido.

Sus padres, junto con un hermano y él, asisten una vez a la semana a este programa. “Nos están ayudando a hablar poco a poco lo ocurrido. Al principio no podíamos, ni siquiera entre nosotros”.

Y Miguel comienza poco a poco a narrar: “Yo iba sentado en la parte de en medio del lado derecho. Iba con un compañero. Veníamos viendo la película Los ilusionistas, estábamos cansados después del triunfo en el partido de fut en Iguala. Íbamos en la carretera cuando de pronto, sin ningún aviso, el camión comenzó a salirse y caer sobre el acotamiento. Empecé a escuchar ruidos, no sabía que eran balazos, miré hacia todas partes, sentí un golpe en la mano, miré mi mano, estaba sangrando. Volteé a ver a mi compañero, estaba en shock, lo jalé de su playera hacia el piso y los dos nos tiramos sobre el pasillo. Los vidrios comenzaron a estrellarse, escuchaba ráfagas y veía su luz; los profesores y el equipo técnico gritaban que éramos estudiantes, los de afuera, los que nos disparaban gritaban que abriéramos la puerta del autobús mientras seguían tirando.

“Yo gritaba: ‘¡ya me dieron!’; escuchaba voces adentro del autobús que decían: ‘no te levantes’. Obedecí; ya en el suelo continuaba recibiendo balazos. Nos gritaban: ‘¡abran la puerta, los vamos a matar!’. Había gritos por todas partes de las 30 personas que íbamos en el camión. Gritos de auxilio, de muerte, de terror. Los profesores, los compañeros insistían en explicar que éramos estudiantes. De pronto los disparos se detuvieron.

“Vi que las ventanas del autobús estaban rotas, y que los compañeros por ahí brincaban, saltaban. Yo hice lo mismo. Revisé mi cuerpo, tenía balazos por todas partes, pero podía caminar. Sentía mucho dolor en mis piernas. Salté del autobús y brinqué una cerca de alambre. Corrí. Algunos corrimos hacia la misma parte, hacia los cerros, para escondernos”.

Los compañeros de Miguel, los que no estaban heridos, comenzaron a atenderlo, a hacerle torniquetes para que la sangre se detuviera. “El doctor del equipo me gritaba que no me durmiera. Yo sentía que me desmayaba. Llamaron a las ambulancias. No llegaban. Estuvimos esperando como una hora y no llegaban. En cuanto pude llamé a mis padres. No contestaban. Llamé a mi abuelo. Le expliqué que estaba herido con balas en el cuerpo. Le pedí que le llamara a las ambulancias, a la policía. Le indique a qué altura de la carretera estábamos. Colgué con el abuelo. Llamé a mis padres. Finalmente contestaron, llegaron por mí. Recuerdo a mi padre cargándome hacia la camioneta, recuerdo a mi madre gritando desesperada tratando de entender lo que había ocurrido, mamá hacía preguntas. En medio de todo recibí la llamada de una tía que intentaba calmarme. Presté mi celular para que mis demás compañeros hablaran a sus casas. Mis padres llegaron antes que las ambulancias. Y ya no recuerdo nada más...”, narra Miguel, quien nunca pensó vivir una situación así en lo personal, “y aun menos como deportistas, viajando con nuestro equipo de futbol. Tenía idea de cómo está la situación de violencia en nuestro país, pero nunca pensé que nos atacaran a jóvenes que estamos haciendo deporte, que no hacemos nada malo”.

Miguel está estudiando tercero de preparatoria. Tuvo dificultades en la escuela, pues por varias semanas no pudo escribir debido al balazo que recibió en el codo. Poco a poco ha ido integrándose de nuevo a los entrenamientos de futbol y a su vida en general. “Sé lo que ocurrió con los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa la misma noche del 26 de septiembre en que fuimos atacados. Quiero que los encuentren vivos, quiero que los regresen a sus familias”, concluye Miguel.

Patricia sabe que el mayor anhelo de su hijo es destacar en el futbol. “Ojalá que la vida, que le dio una segunda oportunidad, se lo conceda”, concluye la madre.

Este es un deseo que comparte el ingeniero Facundo Serrano, director de Cultura Física y el Deporte del municipio de Chilpancingo, quien ha impulsado que los jóvenes del Club Deportivo Avispones continúen en la medida de lo posible con el torneo. Algunos ya no querían seguir en el campeonato. “Hoy los jóvenes ya viajan en un autobús rotulado, un trasporte donado por el gobierno del estado con el rótulo del equipo, con un escudo del estado de Guerrero y una foto del equipo”, afirma.

Cuentan también con una beca deportiva de 2 mil 500 pesos, que ya reciben del gobierno del Estado.

“Fueron 10 o 15 minutos de total oscuridad e incertidumbre”, asegura quien tuvo varias esquirlas en el cuerpo y aún hoy permanece con una de ellas en una costilla y cerca del pulmón. “Tengo mucho temor, porque a pesar de consultar a varios médicos, todos han coincidido en que mi pulmón podría colapsar en caso de que entraran a quitar esa esquirla que tengo en la costilla. No crea, tengo miedo de que esa esquirla pudiera ocasionarme algún tipo de cáncer. Finalmente es un objeto extraño que traigo en mi cuerpo”, confiesa Serrano, quien brindó los primeros auxilios al chofer del autobús.

“Yo iba en el segundo asiento del lado derecho del chofer. Vi cómo lo balearon en la cabeza, me arrastré por el piso para asistirlo. Apliqué los primeros auxilios; pero la bala entró por la cabeza del operador y ya no salió. Fue una herida letal. Murió en el hospital. Llamé por teléfono, recibimos enseguida el apoyo del gobierno municipal. Estoy seguro de que nos confundieron con los normalistas, pero a los agresores tampoco les importó que fuéramos deportistas a pesar de nuestras explicaciones. La puerta del autobús quedó atorada porque cayó como en un vado. Yo recuerdo jalar a los muchachos hacia el piso, de pronto vi cómo uno de ellos se levantaba y como en un instante era balaceado. Los jóvenes del equipo tienen tan solo entre 15 y 17 años. David García, el deportista que falleció en el camión tenía 15 años, fue terrible ver cómo frente a mí se desangraba por el tórax”, asegura quien agrega que en la historia del futbol mundial nunca había ocurrido un hecho así. “Darle la vuelta a la página quizás un día. Olvidar un hecho así, jamás”, concluye.



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