'Templarios' arrepentidos temen por sus vidas
Video. Grupos de autodefensas toman bajo su resguardo a 49 ex "halcones" y 8 ex parejas de templarios. Temen la venganza del cártel
ANGUSTIA. Las mujeres retenidas por las guardias civiles tienen entre 15 y 27 años de edad. Todas son ex novias de "templarios" y sus historias son similares: provienen de familias pobres, no terminaron la secundaria y temen la venganza del cártel. (Foto: JORGE SERRATOS / EL UNIVERSAL )
LOS REYES, Mich.— La luz vespertina se cuela y acalora levemente un modesto centro de recuperación de alcohólicos en Los Reyes de Salgado, una ciudad de 50 mil habitantes de la meseta purépecha, tomada por las autodefensas el 28 de enero de 2014.
En las instalaciones de color azul celeste hay dos filas largas de camas tendidas en orden, con cobijas a rayas. Algunos pacientes de edad permanecen sentados en sillas y torean la tarde entre el sopor y el aburrimiento.
A un llamado, de una habitación trasera que tiene televisión salen uno, nueve, 18, 26... 49 muchachos flacos, rapados, con mirada expectante y vestimenta gastada pero limpia, retenidos por la autodefensa. Andan como en su casa. Algunos llevan sandalias, tres de ellos caminan descalzos sobre el piso de cemento.
Saludan con afecto a Poncho, el productor de zarzamora y aguacate, líder de la autodefensa, que nos acompaña en el lugar.
Hace menos de un mes estos jóvenes eran halcones, “punteros” les llaman aquí, del cártel de Los Caballeros Templarios, y su tarea era notificar por radio a los capos de la plaza de cualquier movimiento de las fuerzas federales. También detectaban blancos ciudadanos para secuestro o extorsión.
Ellos eran los ojos y oídos del crimen organizado, y ahora están aquí, en este centro de recuperación para adictos que fue habilitado como una especie de “cárcel”, aunque por estos rumbos prefieren no llamarle así.
La personas resguardadas por las autodefensas varían en edades que van de los 13 a los 40 años. La mayoría acepta hablar con el equipo de investigación de EL UNIVERSAL. Una docena de ellos decide no mostrar su rostro ante la cámara, se coloca a un costado y desde ahí interviene. Los demás se arremolinan ansiosos y dan pie a una charla colectiva catártica, expresada a borbotones.
—¿Cuántos jóvenes aquí fueron traídos por ser punteros? —primera pregunta y un coro alborotado responde:
—¡Todos!
Un hombre moreno y correoso, quizá el mayor del grupo, toma la palabra y primero agradece el buen trato y la comida recibidos ahí.
—Nadie nos trajo, somos voluntarios, a nadie lo agarraron —sus dichos son secundados por una oleada de voces y por movimientos de cabeza.
Ellos dicen que a partir del 28 de enero se entregaron en las barricadas, con sus radios y celulares, y aceptaron proporcionar información para que las autodefensas, coordinadas con las fuerzas federales, dieran con las casas de seguridad del crimen organizado en la zona.
Sin embargo, aquí no están reunidos todos los halcones que en aproximadamente dos años dicen que el cártel reclutó y subyugó en la ciudad de Los Reyes.
Un joven largo levanta una mano y exclama: “¡Tenemos como 40 asesinados y unos 30 desaparecidos!”.
Estiman que 36 punteros más andan libres, por lo que ellos mismos, acompañados por las guardias civiles, se prestan a buscarlos en sus casas y a hablar con sus familias para que se les recluya con ellos antes, dicen, de que los capos los ajusticien.
Poncho dice que busca arrancarle al cártel a todos sus halcones, para cortar las redes de comunicación en la ciudad. Si bien el crimen ejecutó a tres de sus familiares, no pide venganza contra el grupo aprehendido.
“Nos vamos a poner de acuerdo con el Ejército y la Policía Federal para entregar a los punteros a sus familias, para que se hagan bien cargo de ellos y no vuelvan a andar con otro cártel”, dice.
La estrategia de la autodefensa comprende por igual a punteras y ex parejas de los criminales. Ocho de ellas están bajo su custodia en otra casa de seguridad.
La autodefensa los alimenta a todos y les permite el contacto cotidiano con sus familias.
Eran “carne de cañón”
Un torbellino de emociones mana de entre los 49 ex templarios. Externan que tienen miedo de salir de este centro porque corre riesgo su vida, pero les urge hacerlo porque temen por la seguridad de sus familias, además de que la mayoría es sostén económico o tienen parejas embarazadas.
Un muchacho explica que se pasan el día “barriendo, trapeando, viendo tele y reflexionando muchas cosas”.
Aseguran que el cártel llegó a sus barrios ofreciéndoles mil 800 pesos a la semana, motos, despensas y cigarros, para que vigilaran desarmados a unidades federales en un horario inicial de ocho horas, que luego les aumentaron a 12.
Pero aseguran que los capos no les cumplieron. Que los atemorizaban con atacar a sus familias y no les pagaban. Que a unos les deben hasta seis meses de sueldo.
Un muchacho veinteañero de camiseta gris comenta: “Ya solamente si secuestraban a alguien sacaban dinero, y nos pagaban una o dos semanas”.
Manifiesta una voz desde atrás: “Y si perdíamos la radio, la teníamos que pagar”. “Nos amarraban”, expone una más. “Nos llevaban al cerro y nos golpeaban”, agrega otro. “Y si se nos pasaban las unidades, nos mataban”, se escucha.
El de camisa gris detalla su castigo: “Me trajeron vendado en las camionetas tres días, tres veces me levantaron, y feo me golpearon las plantas de los pies con mangueras”.
Un muchacho que no sale a cámara señala, además, que “la policía municipal estaba vendida: llegaba a nuestras casas y nos amenazaban”.
—¿Ustedes eran carne de cañón? —se les pregunta.
—¡Sííí! —se oye al unísono.
Un joven situado en la parte trasera cuenta que cuando la autodefensa llegó a Los Reyes, los capos “nos amenazaron de que si nos íbamos, iban a matar a nuestra familia”. Otro más dice: “Dijeron que nos iban a mochar la cabeza”.
Unos a otros se arrebatan la palabra. Exponen que ante la avanzada de la autodefensa, el cártel los citó para pagarles lo debido, pero que la intención real era matarlos.
El hombre correoso dice que salvaron la vida por el arribo de las guardias civiles a la localidad: “Bendito Dios llegó esta gente y nos liberó”.
En ese momento, un treintañero de playera color tinto ubicado en un extremo posterior, pasa al frente y narra lo que vivió ese 28 de enero. “Los Caballeros Templarios me agarraron y me estuvieron torturando”, expresa. Muestra laceraciones en sus muñecas y en la espalda. “Después los comunitarios llegaron y me rescataron”, amplía.
El joven largo apunta que quieren sumarse a la autodefensa para terminar de expulsar al cártel de su ciudad, “porque si no lo sacan van a regresar a matarnos y a matar a nuestras familias”.
También ahonda: “Nosotros pensábamos que reportar no dañaba tanto, sin embargo estaban secuestrando y matando”.
—¿Cómo se sienten al saber que quizá la información que dieron al cártel hizo daño? —intervengo.
—¡Mal! —retumban las voces en el sitio.
El joven largo agrega: “Muchos lloran por sus familias que ya no las tienen, que se las mataron”.
La catarsis colectiva se extiende por un rato y luego zanjo el tema.
—¿Tienen esperanza en el futuro? —pregunto.
—¡Sííí! —de nuevo se escucha el coro.
—¿En qué sueñan?
Un griterío bullicioso resuena.
El joven lacerado alza la mano: “Hay mucha sangre derramada en vano y yo estoy dispuesto a apoyar al pueblo con tal de ver la tranquilidad en las calles nuevamente”.
La tozudez de Los Reyes
Tras la primera insurrección armada del México del siglo XXI, que estalló el 24 de febrero de 2013 en Tierra Caliente, Poncho dice que intentó en dos ocasiones emular la hazaña y tomar la ciudad de Los Reyes para librarla de las extorsiones, asesinatos y despojos de Los Caballeros Templarios.
Su primer intento ocurrió en mayo, tras la promesa de apoyo de un capitán del Ejército que dejó plantado a su grupo. Huyeron a la sierra. En respuesta, los criminales secuestraron a sus dos sobrinas y al marido de una de ellas.
“Como a los 20 días de que las tuvieron secuestradas las dejaron colgadas en el arco de entrada de la localidad de El Limón de la Luna”, precisa Poncho.
Luego, en julio, sucedió el segundo intento fallido, con un saldo de cinco muertos.
El tercero, ya con el apoyo de las autodefensas de Tierra Caliente, se concretó finalmente el 28 de enero de 2014, un día después de la firma de los acuerdos entre el gobierno federal y el Consejo General de Autodefensas y Comunitarios de Michoacán para legalizar a las guardias rurales.
Insomnio permanente
Un guardia ciudadano llega con la cena de las ocho muchachas retenidas en una casa de seguridad de la autodefensa. El platillo: garnachas en platos desechables.
La vivienda tiene escaso mobiliario: un puñado de sillas, algunas colchas sobre el piso. Un espejo descansa sobre una mesita en la que hay champú de sábila, desodorante, un bilé. Varias bolsas con ropa están sobre el piso.
Las jóvenes, con edades de los 15 a los 27 años, departen figuradamente relajadas. Todas fueron parejas de algún “halcón” o sicario templario y no se conocían entre sí.
La más joven presume sus uñas de fantasía, mientras que la que arribó ese día camina como en pasarela y deja a su paso un aroma intenso. “Es Paris Hilton”, dice una de las chicas. Las demás lucen pants, camisetas, no traen maquillaje.
Sus historias confluyen: son de familias pobres, no terminaron la secundaria. No conocieron las acciones delictivas de sus hombres, pero les temen porque creen que saben que ellas han proporcionado información del cártel a la autodefensa.
En las entrevistas individuales se sinceran.
La más joven del grupo dice que una de ellas recibió un mensaje por WhatsApp, en el que le dicen que ya saben dónde están, “y que nos van a mochar la cabeza”. Otra advierte que una noche “ya nos vinieron a patear la puerta de la calle”.
La chica que trae el cabello pintado revela: “Aunque esté dormida, estoy con miedo”. Cuando la grabadora hace clic, se quiebra en llanto: “¿Y cómo no voy a tener miedo si yo vi cómo mataron a una persona?”.
Una joven de la autodefensa dice que ellas están ahí por su propia seguridad. Que hace días una chica retenida quiso irse a su casa y los templarios “se la llevaron”.
Las ex parejas, al igual que los ex halcones, se aferran a una hermandad de enclaustro surgida de la incertidumbre, el miedo. Las ganas de seguir viviendo.