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...Y, tras la tragedia, se vuelven líderes políticos

Francisco Reséndiz| El Universal
Jueves 19 de septiembre de 2013
...Y, tras la tragedia, se vuelven lderes polticos

FUERZA. A mediados de los años 90 fue construida la Unidad Nueva Tenochtitlán, en Tláhuac, con créditos del Fonhapo otorgados a organismos fundados y liderados por Dolores Padierna y René Bejarano. (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL )

Dolores Padierna, Laura Velázquez y Javier Hidalgo aceptan que luego de los terremotos de 1985 sus vidas cambiaron

francisco.resendiz@eluniversal.com.mx

Una maestra universitaria, una preparatoriana indecisa y un joven arquitecto que soñaba con estudiar en Europa dejaron todo por ayudar hace 28 años a miles de damnificados; asumieron liderazgo en medio del caos de aquella mañana del 19 de septiembre de 1985 y poco a poco se convirtieron en parte de la clase política de esta capital.

A las 7:19 de aquel día, Dolores Padierna daba clases en la Escuela Superior de Economía del IPN; Laura Velázquez, con su familia en Azcapotzalco y Javier Hidalgo en el Reclusorio Norte intentando ayudar a una mujer de 80 años que había sido llevada a la cárcel.

Eran muy jóvenes. A casi tres décadas aceptan que los terremotos les cambiaron la vida. Afirman que poco a poco, sin darse cuenta, fueron líderes de un movimiento social.

Dolores Padierna formó, junto con su esposo René Bejarano, la Unión Popular Nueva Tenochtitlán, mientras que Javier Hidalgo, con otros jóvenes arquitectos, fundaron la Asamblea de Barrios. Coincidieron en la Coordinadora Única de Damnificados.

“Todo fue fortuito”

Es mañana de septiembre, cuando tembló, Laura Velázquez estaba en su casa con su familia. Militaba en el Partido Comunista desde los 15 años, ya había cumplido 21.

Cinco minutos después del primer terremoto les hablaron por teléfono para avisar que el edificio donde su papá tenía una oficina como líder de transportistas había colapsado. Fueron a calzada de Guadalupe, querían rescatar al velador pero no pudieron.

Los siguientes días se dedicaron a hervir agua y llevarla en grandes bolsas, que transportaban en dos camionetas propiedad de su familia, para distribuirla a la gente de las inmediaciones de Tlatelolco. Recuerda que poco a poco la gente comenzó a esperar. Y de repente ya había grupos de personas esperándola y luego aguardando instrucciones de ella para atender a quienes necesitaban agua, ya fueran rescatistas o médicos.

“No nos preparamos para ser dirigente o líder de ese momento, ni queríamos aprovecharlo para hacer algo político, todo fue fortuito”, apunta. “Los servidores públicos no estaban; tomamos el control de la calle, pero fue un control organizado”, resalta.

“La gente se organizó”

Dolores Padierna Luna, hoy senadora, estaba en la ESCA cuando comenzó a temblar, horas después se trasladó al Centro “para ver en qué podíamos ayudar”.

Se dedicó a atender principalmente a los niños de la parte más tradicional del Centro Histórico, para ese momento ella ya había desarrollado actividades políticas en las secciones 9 y 10 del magisterio.

“Cuando los sismos, fue un asunto de simplemente ver cómo estaba la gente. Fue una acción altruista no política”.

Los siguientes días Padierna se dedicó a presionar a las autoridades para que apoyaran y atendieran el problema; “pedimos solidaridad, que hubiera agua, que revisaran casas por seguridad de los vecinos”.

Ya encaminada la organización, el grupo de Padierna formó la Unión de Vecinos de la Colonia Centro y en breve se unió con la Unión de Vecinos e Inquilinos del Centro para formar la Unión Popular Nueva Tenochtitlán.

Comenzó entonces una intensa lucha por recursos para vivienda. “Nosotros nunca vimos a ninguna autoridad los días de los sismos ni a los días siguientes, éramos nosotros los que íbamos a tocar puertas, a las autoridades, fundaciones, ONG, organizaciones extranjeras que llegaron con motivos humanitarios.

Fue, comenta, una organización completamente autogestiva, innata, salida de la mera solidaridad ante la emergencia”.

Apunta que después del sismo su movimiento se dividió en tres columnas. Una que no quería tener relación con políticos; otra que apoyaría a la candidata Rosario Ibarra, y una más, la de ella, que simpatizaba con Cuauhtémoc Cárdenas.

Se organizan ante falta de respuesta

Javier Hidalgo había egresado de la carrera de Arquitectura en la UNAM, tenía 25 años. Trabajaba en Sitios y Monumentos de la extinta SEDUE, pero también representaba a un grupo de vecinos de la colonia Pensil.

Estaba en el Reclusorio Norte cuando comenzó a temblar. Un rato después, a bordo de un autobús pasó por Lindavista y vio los primeros edificios desplomados. El camión llegó hasta la glorieta de Insurgentes y tuvo que caminar para llegar a su trabajo.

“En la calle de Puebla había una señora que se veía que acababa de salir de los escombros, a la mitad de la calle, me pidió ayuda, desesperada decía que sus hijas estaban dentro. Dejé mi portafolio a un lado y comencé a escarbar, de repente ya había alguien a mi lado y luego alguien más, me detuve cuando encontramos el rostro amoratado de una niña, ya había muerto”.

Recuerda que el 27 de septiembre de ese año se organizó una marcha a Los Pinos para exigir ayuda. “Éramos más de 20 mil personas. Teníamos miedo porque era el PRI-gobierno. Llegamos a Los Pinos y nos recibió Emilio Gamboa, entonces secretario particular del presidente Miguel de la Madrid.

Dice que los días siguientes se dedicó a apuntalar viviendas, a revisar y hacer planos. “Durante una reunión en la delegación, hubo una negativa de la autoridad, en ese momento toda la gente volteó a verme a mí y preguntar qué hacíamos, ahí se asumió el liderazgo".



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