Crónica Ni la lluvia apagó el ánimo patrio
RESPONDEN. Pese a que desde redes sociales se emprendió una campaña para no ir al Zócalo del DF, autoridades reportaron más de 70 mil asistentes. (Foto: GUILLERMO PEREA CUARTOSCURO.COM )
juan.arvizu@eluniversal.com.mx
Las baterías de fuegos artificiales están dispuestas para estallar sobre el Zócalo, la monumental plaza vital que ya era el corazón nacional antes de que este país se llamara México.
En el despacho presidencial, Enrique Peña Nieto, el décimo cuarto jefe de Estado que emana del priísmo, está listo para recorrer los siete salones que hay hasta el balcón central.
La noche mexicana de 2013 es la primera en que el presidente Peña Nieto preside la ceremonia de el Grito, y le corresponde tirar del badajo que tañe la campana de la parroquia de Dolores, incrustada en la parte alta, al centro, de la fachada del Palacio Nacional.
Abajo, en la plaza, la gente festeja. Se forma la atmósfera callejera, siempre distinta a la de allá arriba, la de los salones de Palacio iluminados con candiles. A las 23 horas habrá diluvio veraniego. El acceso al Centro Histórico, y después a la plaza de la Constitución, ha sido diferente. Hay filtros de seguridad en resguardo del área que apenas dos días antes, la fuerza pública recuperó para esto: la celebración del Grito.
Aquí, adentro de Palacio Nacional, los invitados asistirán a una cena para mil personas con el presidente Peña Nieto, que será servida en el Patio Central, una vez que concluya la exhibición pirotécnica y musical que sigue a la arenga libertaria. La clásica, sin novedad oratoria.
Un ejército de meseros, tiene sus posiciones asignadas en el Patio Central, listos para abastecer unas 50 mesas.
Dentro de la manzana que ocupa el Palacio con luces rojas, verdes y blancas, se dibujan pasillos. Elementos del Estado Mayor Presidencial (EMP) están a cargo de la ubicación de quienes han entrado.
La noche aquí es de gala y cierto frío septembrino. La fiesta principal —quizá la única— que ofrece el Presidente de México al año, se observa en los salones que ha de recorrer Enrique Peña Nieto acompañado por su esposa, la señora Angélica Rivera, quien luce un vestido largo sencillo verde bandera.
El jefe del Ejecutivo cruza al pecho la banda presidencial, bajo el saco del traje. El uso es que los presidentes estrenan un ejemplar de este símbolo confeccionado con tela de seda y con un escudo nacional de hilos de oro y plata.
Bandas de guerra han marcado con ritmos marciales el ambiente de la plaza, que conforme avanzan los minutos y se aproxima la hora mágica, las 23 horas, en que transcurre el rito mexicanísimo en que el Presidente se apersona en el balcón central portando la bandera nacional.
Llega el momento. Enrique Peña Nieto ofrece su brazo a su esposa Angélica Rivera. Aguardan a que concluya el recorrido de la escolta de cadetes del Colegio Militar que portan la bandera y emprenden el recorrido palaciego, el primero de su mandato.
Pasan por el salón Azul. Gente aplaude. Todo brilla. Peña y su esposa sonríen. El Presidente agradece los aplausos con inclinaciones de cabeza.
Cruzan los salones Verde, Morado, Embajadores y en el de Recepciones, la adrenalina nacional sube. El Presidente toma la bandera, pasa al balcón central. Frente al Zócalo, de cara a los mexicanos, y cumple su papel: “¡Mexicaaanos!”.
Y le responde una plaza en plena tormenta, lluvia que no mengua el ánimo patrio. Luego del rito, sigue la batería de fuegos artificiales. Luces de artificio que amó Ramón López Velarde en La Suave Patria.