Los ciudadanos ante la reforma energética
¿Cuál es la opinión ciudadana ante la posibilidad de cambios en el sector energético? ¿Cuáles son las demandas y temores? ¿Hacia dónde puede evolucionar? Una respuesta a estas interrogantes se puede dar a través de los grupos de enfoque. Con esta técnica se reúne, en cada sesión, a 8 o 10 personas con características similares para hablar a profundidad sobre diversos temas.
Compartimos con los lectores de EL UNIVERSAL la interpretación y algunos de los principales resultados de cuatro grupos de enfoque realizados en el Distrito Federal por Buendía & Laredo.
La batalla por la opinión pública empieza por la definición de la agenda. Desde antes de que se conociera la iniciativa presidencial, sus opositores, principalmente en la izquierda, empezaron a hablar de la “privatización de Pemex”. El campo oficial, y esto es claro a partir de la publicidad desplegada, habla de Reforma Energética. Con ello se quiere evitar que la discusión de la reforma se centre en Pemex y se deje de lado la electricidad, el gas y otras fuentes de energía. La luz y el gas no polarizan tanto como el tema petrolero. Quien gane la batalla semántica probablemente gane la batalla por la opinión pública.
La izquierda mexicana conoce perfectamente las fibras que toca la palabra “privatización”. Una participante lo resumió así: privatizar significa que “te quitan algo. Te están robando, porque todos somos dueños y después ya nada más es dueña una persona”. Para otros, la palabra puede despertar el nacionalismo, particularmente si se piensa en participación privada extranjera: tenemos la idea de que “el petróleo es intocable, nos sale el nacionalismo, piensas que vas a vender tu esencia”.
Creencia que se resquebraja
La idea de que el petróleo es nuestro, de los mexicanos, es una creencia extendida entre la población. Sin embargo, es una creencia que se resquebraja ante los primeros cuestionamientos. Un simpatizante de izquierda señaló, por ejemplo: “se dice mucho que el petróleo es de los mexicanos, pero es un decir. ¿Quién ha recibido algo? Nunca ha sido nuestro”. Una participante, también de izquierda, mencionó: “a mí no me ha tocado ni medio centavo de nada, eso de que somos dueños es una fantasía”.
Este descontento con el statu quo es precisamente la ventana de oportunidad para quienes quieren una profunda reforma energética. Los diversos participantes se manifestaron a favor de cambios en el sector. El alto precio de la electricidad, el gas y la gasolina (y sus constantes incrementos) son el origen de su malestar: “en un país que produce petróleo es increíble que tengamos la gasolina tan cara”, “nosotros no recibimos nada de Pemex, sólo la imposición de precios”.
El cambio en el sector, sin embargo, despierta temores, particularmente si se entiende como privatización: “al privatizar algo te dan el mismo servicio y te lo dan más caro”, “lo que falta es informarte porque te meten miedo, te espantas porque no sabes y no te informan”, “Tenemos miedo al cambio en general. Somos gente de miedo a los cambios”.
Paradójicamente, el discurso de la izquierda sobre la privatización de Pemex es un ejemplo clásico de campaña negativa, donde lo que se busca es despertar temores ante la posibilidad de un cambio (como lo hizo el PAN con Andrés Manuel López Obrador en 2006).
El remedio ante lo anterior es bien conocido y consiste en dar certidumbre a la población; pero dado que los beneficios de la reforma están en el futuro esto no siempre es posible: “si realmente bajaran los precios estaría increíble, pero nos lo tendrían que garantizar”. El énfasis del presidente Enrique Peña Nieto, y de su gobierno, en que la reforma traerá consigo una baja en los precios del gas y la electricidad es la forma más directa de enfrentar este temor al cambio. Pero dado que los beneficios están en el futuro, muchas veces el éxito de esta estrategia depende de la credibilidad de quienes transmiten el mensaje. El debate energético apenas empieza, por lo que habrá que esperar para conocer, a través de encuestas, al mensaje ganador.
Los menos receptivos
Los menos receptivos a la idea de una reforma energética son naturalmente los simpatizantes de la izquierda. En la mayoría de ellos permea la creencia de que México es una potencia petrolera y por ende Pemex resulta una empresa fuerte: “no necesitamos la ayuda de extranjeros para salir adelante. Me resulta difícil de creer que necesitemos ayuda si somos productores”. Los problemas que se reconocen están relacionados con la corrupción y el sindicato de Pemex: “si se acaba con la corrupción en Pemex no se necesita de la inversión extranjera”, “Yo no sé cómo funcionan los sindicatos, pero lo que hizo que tronara Luz y Fuerza del Centro fue el sindicato. Se decía que luego seguía Petróleos Mexicanos y el de la SEP. Son muy corruptos”.
Independientemente de las simpatías políticas, el descontento con el statu quo le abre las puertas al discurso modernizador: “nos falta la infraestructura y logística para crecer de manera correcta. La logística es cómo hacerlo, usamos la tecnología de Porfirio Díaz”, “claro que necesitamos ayuda. Si no, no estaríamos como estamos”, “actualmente las plantas de petróleo son obsoletas, necesitamos cosas de mejor calidad”, “el argumento más fuerte es que tenemos que avanzar, no quedarnos rezagados. Todos los países hasta Cuba están avanzando y México se está quedando atrás”.
Contrario a lo que muchos piensan, las opiniones en el tema de la reforma energética no son inamovibles ni parecen estar predeterminadas. Hay mucho margen para que el debate público, o por lo menos más información, genere cambios sustantivos en la opinión ciudadana. Diversos participantes en los grupos de enfoque, por ejemplo, cambiaron su postura inicial una vez que hablaron del tema. Hay disposición en el público para escuchar y ser escuchado.