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Historia Comparten su talento para ayudar

Julián Sánchez Enviado| El Universal
Sábado 28 de septiembre de 2013
<b> Historia </b> Comparten su talento para ayudar

SOLIDARIDAD. Algunas alumnas del curso de Belleza del DIF de Costa Azul van al albergue del Centro de Convenciones de Acapulco para que las personas que están ahí, porque sus viviendas están afectadas, puedan arreglarse el cabello. (Foto: JORGE SERRATOS EL UNIVERSAL )


julian.sanchez@eluniversal.com.mx  

ACAPULCO, Gro.— Para algunas mujeres que se encuentran en el albergue la tragedia no está peleada con el ejercicio. Aprovechan el espacio que se abrió para tomar clases de zumba, computación, algunas se cortan el cabello con voluntarias del DIF y otros acuden a consulta con los médicos, con el dentista o a sesión con sicólogos.

La fila para bañarse es larga. Son decenas los que se quieren asear, pero el horario es restringido, hay que cuidar el agua, pues son más de 300 los que están albergados en el Centro de Convenciones de Acapulco, donde otros aprovechan para platicar, contarse sus penas, relatar lo que vivieron hace dos semanas cuando su casa quedó inundada, sepultada o destruida. Se preguntan qué hacer al haber perdido todo.

Personal de Protección Civil estatal, de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), del DIF, Cruz Roja, de varias instituciones y hasta miembros del grupo de Los Topos, atienden a las personas que han sido traídas a este lugar, el cual ha servido como escenario de conciertos, exposiciones, eventos sociales y políticos.

Algunos recostados en las colchonetas que se les puso, otros caminando, “para estirar las piernas”, hombres, mujeres y niños interactúan, muchos apenas están conociéndose, puesvienen diferentes comunidades, como de La Pintada que fue devastada por un alud.

Como José Adame, de 28 años de edad, quien cargando a su bebé José Samuel de cuatro meses, cumple hoy 10 días albergado junto con su esposa Claudia González y dice que no sabe qué hacer: “Aquí ahorita nos han dicho que nos van a apoyar en algo, pero todavía no se ha visto nada”.

Cuenta que al lugar donde vivía se salvó del alud, pero que ya nadie se quedó en La Pintada: “Se salvó mi casa, pero quedó cerquita del derrumbe, como a tres metros, ahí perdí a unos tíos. Había muchas familias que quedaron enterradas. Dicen que van a poner otra Pintada; en tanto, seguiré aquí porque no tenemos un lugar a dónde ir, no tenemos con quien ir”, dice el joven, quien trabajaba en la cosecha de café, actividad por la que ganaba 150 pesos diarios.

Mientras algunas se ejercitan con zumba, en una clase que les ofrece una joven voluntaria, Betsy América, de cinco años de edad, dice que su casa se inundó. Descansa con su madre Rafaela, quien dice ser madre soltera y que perdió todo lo de su casa y de una pequeña estética que tenía en el fraccionamiento Alborada.

Está albergada y con la esperanza de que alguna autoridad la apoye a reiniciar nuevamente su vida, pues dice que es sola y que no tiene familiares que la apoyen para volver a retomar su vida.

Quienes ahí se dedican a la atención de los afectados, entran, salen, corren. Van de un lado a otro sin parar, platican con las personas, les preguntan qué necesitan, otros les toman sus datos y unos más los auxilian para localizar a algún familiar vía telefónica.

Mientras tanto, algunas hacen fila para cortarse el cabello. Como Kenya Castañeda.

“Está muy bien que nos apoyen así”, dice la mujer con su hija en brazos, quien relata que tuvo que dejar su casa, que se salvó de que se la llevará el río como otras viviendas cercanas a la suya en la isla de las Casitas.

Con cuatro días en el albergue, la mujer de 23 años de edad, cuenta que perdió sus muebles y todo lo que estaba en su hogar, a donde no sabe cuándo regresará.

Son voluntarias del DIF de Costa Azul, de los talleres de belleza, que decidieron ayudar a través de su trabajo, para que las personas en desgracia puedan arreglarse el cabello, señaló Ema Palomares, una de las estilistas.

Del otro lado, especialistas brindan atención sicológica, médica, odontológica e imparten talleres de computación.

María Peñaloza, voluntaria, es una de las personas que hacen esto. “El curso que les doy de computación dura una hora. Junto grupos de cinco personas y cuando terminan voy pasando a más, son como cincuenta diarios. No importa si son jóvenes, niños o padres de familia, lo importante es que aprendan. Les enseño la letra capital de Microsoft, a insertar, utilizar el pie de página, el encabezado, como centrar palabras y al final les doy un reconocimiento”.

Así, gente que aquí se alberga trata de pasar los días. Dicen que los tratan bien y que tienen acceso a sus tres comidas diariamente, en tanto les llegó un apoyo mayor para intentar rehacer sus vidas.



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