Historia Armados vigilan lo que quedó
CENTINELAS. En este lugar, donde fue asesinado Hermenegildo Galeana, héroe de la Independencia, un grupo de hombres a caballo hace rondines por el pueblo durante la noche. (Foto: VALENTE ROSAS EL UNIVERSAL )
francisco.resendiz@eluniversal.com.mx
LOS CIMIENTOS, Gro.— El andar de miles que buscan comida, en esta zona devastada por Manuel, se detiene con la noche y la lluvia, con la crecida del río de Coyuca, con el temor a perder la vida.
Casi a la medianoche llueve fuerte. Las nubes dejan ver a una luna tímida que apenas se asoma. En las penumbras de esta comunidad algunos roban, otros vigilan.
El cantar de cigarras se mezcla con el de los sapos que cubren una carretera trozada a cada extremo, aquí los puentes que la rodean han caído, aún así hay robos, delincuencia y miedo.
A esta hora el caudal del río arrastra autos que golpean con las piedras. Se escuchan los cascos de una yegua que se acerca. Ahí van montados dos hombres, Fernando Solís Lozano y Joel Meza García. Llevan escopeta al hombro, listos para tirar a los extraños.
Se acercan a quien ha quedado varado en este punto de acceso a la Costa Grande y de inmediato ofrecen ayuda: un lugar seco donde dormir, un vaso de leche y galletas.
Llevan a sus huéspedes a una casa y los invitan a pasar. Los acomodan con cobijas en un segundo piso. Ahí está Juan Gabriel Pineda Rodríguez recostado en una hamaca, abrazando su rifle calibre .22 de un tiro.
La casa la utilizan como puesto de control para el acceso a Los Cimientos. Se turnan para vigilar. Hacen rondines a caballo por todo el pueblo.
“Nos han robado. Es triste que en medio de la tragedia haya quienes roban a los que trabajamos”, dice este hombre de 35 años, alguna vez migrante que trabajó en Arizona como ebanista.
En la noche presume a sus hijos, tiene cuatro: Larry, Gabriela, Alexa y Katerine, están con su esposa en un albergue en la parte alta de Coyuca.
Juan Gabriel camina al lado de Joel, su cuñado, cuando hacen el rondín. Vigilan la tienda de abarrotes de su familia, la más surtida del pueblo. Pero la gente entró a robar.
Es celoso. Esta dispuesto a todo para proteger a la comunidad. Conforme pasan las horas muestra su enojo por los robos, por el costo de un garrafón de agua que de 10 pesos pasó a costar 50 pesos, porque el kilo de jitomate cuesta 80, el de chile y cebolla 50. No sabe cuánto tiempo pasará antes de tener trabajo. Por eso lleva el rifle en la mano, para defender lo suyo, advierte.
“Pa’ levantar esto va a ser bien difícil...”, dice. Pasan las horas, los perros ladran, el canto de las cigarras y los sapos comienza a extinguirse conforme llega el amanecer.
La luz deja ver una comunidad destrozada por la fuerza del río, con puertas rotas por los ladrones y a decenas de personas que desde las partes altas de las casas están listas, para defender con rifle en mano, su vida. Hay sol.