¿Qué me pudo haber evitado perder mi seno y todo este sufrimiento?, recuerda Verónica Hernández la pregunta que le hizo a su médico. La respuesta, dice la mujer de 46 años de edad, era tan fácil: una mastografía.

“El miedo al dolor que yo pensé que experimentaría al hacerme este examen, me llevó a tener un tumor en fase tres, que de no haber sido por la rápida intervención de los médicos me hubiera llevado a la muerte.

“Yo era una promotora de las campañas contra el cáncer de mama con mis conocidas, y no había semana que no me inspeccionará mis senos en la búsqueda de cualquier bolita, hasta que un día sentí algo extraño que me hizo correr al médico. Pero nunca me hice una mastografía.

“Cuando me dieron el diagnóstico de cáncer de mama, yo misma me prometí que sólo lloraría una vez, pero que después ya no lo haría.

“En el hospital yo conocía a una mujer que atravesaba por la misma situación de salud que yo, pero que había sido abandonada por su esposo y su familia, y que se preguntaba para qué vivir. “La sicóloga le respondía: ‘debes de vivir por ti’.

“A pesar de saber que no podré ser mamá, primero por mi edad, ya no soy tan joven; y segundo, porque mi médico me ha dicho que mi cáncer se alimenta de mis hormonas y sería muy peligroso, yo le doy gracias a Dios porque él me ha llevado a un camino que él sólo sabe para dónde es.

“Yo soy soltera, cuidé a mis abuelitos por mucho tiempo, tengo a mis papás y a mis hermanos que me quieren mucho, y ese es mi principal motivo para salir adelante.

“A casi dos meses de que me extirparon un seno, y que actualmente me encuentro en terapia de rehabilitación para mover mi brazo, mi vida sigue y voy a vivir el hoy”.