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Es casi medianoche. En una tienda, al pie de la carretera Nogales-Hermosillo, en medio del desierto de Sonora, Andrés Manuel López Obrador reprende con fuerza a su hijo mayor José Ramón. “Deja eso, no comas porquerías”, le dice.

Entonces el líder izquierdista toma un emparedado de pollo y lo paga en la caja. Lo abre y le da un gran bocado. Le dan una botella de agua. “Como lo que hay y lo que se puede, a bordo de la camioneta, con un agua, sin lujos”, decía a los periodistas que cubrían su campaña presidencial. Era finales de mayo de 2012, terminando el segundo tercio de la competencia electoral.

—¿Y cómo duerme?, le preguntaron.

—Poco pero trato de dormir bien, decía entre risas y rubor.

—¿Y no se cansa?, le insistieron. Y pone la mirada en el periodista.

—Aquí no se puede descansar. Se trata del futuro del país, respondió.

López Obrador cumplió 60 años. En uno de los debates presidenciales de 2012, confesó que aparenta físicamente más edad “porque me corrieron en terracería”.

Al hablar en corto con el tabasqueño se descubre a un hombre franco, inteligente, apegado a su familia, que piensa primero en México antes que en otra cosa, amante del beisbol y de la lucha social... necio, rudo, obstinado y explosivo, a veces con aires de soberbia.

Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la UNAM, inicia su carrera política en 1976 en el PRI, apoya a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y fundan el PRD. Le gusta hablar con la gente, dice lo que siente y piensa:

“Callate chachalaca”, “los quiero desaforadamente”, “al diablo con sus instituciones”, “siempre he sostenido: el que lucha por la justicia no tiene nada qué temer”, son entre otras, algunas de sus frases más conocidas.

Sus cercanos le dicen “licenciado”, “señor” o “Andrés”. En la campaña de 2012 nunca negó un saludo al pie de la carretera, trepando de un brinco a una camioneta.

Fue líder nacional del PRD, jefe de gobierno del DF, y en 2013 se separa del partido y anuncia la creación de Morena que pretende convertir en nuevo partido político.