Manuel me dejó sin agua ni comida
DESOLACIÓN. El puente Papagayo, que conecta a Lomas Chapultepec y Barra Vieja, fue arrasado; los niños se esconden, no saben que pasará. (Foto: VALENTE ROSAS EL UNIVERSAL )
francisco.resendiz@eluniversal.com.mx
LOMAS DE CHAPULTEPEC, Gro.— Ana Violeta Angelito Campo aprieta con su cuerpo una botella de agua mientras seca sus lágrimas. Usa un vestido ligero y lleva en la mano uno negro, mojado, que usaría el 13 de septiembre, en el baile del pueblo.
Llora desesperada, Manuel la dejó sin agua ni comida. Se llevó sus cosas, sus muebles, sus recuerdos con la corriente del río Papagayo. Sufre y relata que su mamá está postrada, que no hay insulina y está al borde de la muerte.
En el área rural de Acapulco se vive la desesperanza. Este pueblo está sobre la carretera que sale a Punta Diamante, a 30 minutos del aeropuerto y que de seguir hacia el sur llevaría hasta Oaxaca. Exactamente a cada lado de la comunidad, la carretera está rota.
Para entrar al pueblo se debe cruzar el brazo del río a bordo de una lancha, cobran 10 pesos parejo y luego recorrer 5 kilómetros a pie. Una retroexcavadora empuja tierra intentado reparar la carretera, pero su esfuerzo es insignificante ante la magnitud del daño.
Donde termina el pueblo hay otro puente, la gente lo llama de Lomas-Barra o Puente Papagayo. Pero se desplomó. Al menos 200 metros de la construcción esta sobre el río que corre con fuerza. Hay pescadores que lanzan sus redes sobre el agua turbia, sin éxito.
Se le pregunta a la gente y todos se dicen afectados. Acusan que no ha llegado la ayuda, que no hay qué comer. Dice que la víspera bajaron dos helicópteros, pero sólo fueron a mirar.
Violeta tiene cinco hijos, la mayor recién fue operada de una pierna, le pusieron una prótesis. La crecida del río los tomó al amanecer, cuando dormían, en menos de 15 minutos el agua le llegó al pecho. Sólo sacaron algunos papeles oficiales.
Aquí se vive en silencio, nadie habla en la calle. Se siente la preocupación. Miran a los visitantes con esperanza de que sean enviados del gobierno para ayudarlos. Los niños se esconden detrás de los adultos. No saben qué pasará. La comida escasea. Algunos han viajado hasta Puerto Marqués por víveres, pero son un puñado.
Como Violeta, la mayoría se hunde en la desesperación. Exigen que vaya el presidente Enrique Peña Nieto. Los pobladores no quieren regalado, pero insisten todo el tiempo que es obligación del gobierno ayudarlos.
Acusan a la comisaria ejidal Viviana Villasana de acaparar la poca ayuda para entregarla a su familia. Afirman que el boxeador Marcos Villasana, originario de esta comunidad, sólo llegó para sacar a los suyos y se olvidó de sus vecinos. Se sienten indignados.
Mario Escalante, esposo de Violeta, igual sufre, pero se le ve entero. El es mecánico y Manuel se llevó su herramienta. Pide ayuda. Lo mismo que la maestra Jezabel Medina, directora del turno vespertino de la primaria Naciones Unidas.
“Hasta hoy pude ingresar porque los dos puentes están caídos. No hay nada de ayuda para las zonas bajas del pueblo”.