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Pokémon vs Buda

Eduardo Mora Tavares / Enviado | El Universal
Martes 13 de marzo de 2012
Pokmon vs Buda

TOKIO. Finalistas del concurso del Congreso Mundial de Cosplay, las mexicanas Abigail García (segunda der.), Cyntia Monterrubio (der.), y chinas, en 2011. (Foto: ARCHIVO EFE )

En junio pasado, la UNESCO designó al templo de Chuson-ji patrimonio cultural de la humanidad; el fenómeno cultural que parece dominar las mentes de los japoneses son las creaciones de manga y animé

eduardo.mora@eluniversal.com.mx

HIRAIZUMI, Japón.— En una colina boscosa de esta localidad de poco más de 8 mil habitantes, en la prefectura de Iwate, se halla uno de los santuarios budistas más importantes de Japón: Chuson-ji, que aloja un mausoleo, un templo y una zona arqueológica con un hermoso lago artificial que este invierno lucía congelado.

El mausoleo Konjikido, construido en 1124, guarda los restos momificados de miembros de la dinastía Fujiwara. Elaborado con madera cubierta de hojas de oro e incrustaciones de madreperla, ocupa una superficie de 30 metros cuadrados y tiene una altura de 8 metros. Su base y columnas están recubiertas con pinturas doradas y plateadas, en un espléndido trabajo de orfebrería.

Como la única estructura que sobrevive de la construcción original, el mausoleo se encuentra dentro de una caja de cristal blindado para protegerlo del medio ambiente y ésta se halla a su vez dentro de una pagoda de concreto que la abriga del viento, la lluvia o la nieve.

Fujiwara Kiyohira estableció el lugar en el siglo XII como un santuario de paz y espiritualidad donde, tras años de guerras feudales destructivas en la región, se rindiera tributo a sus víctimas, sin importar el bando. El santuario se convirtió en un gran atractivo turístico y cultural. Más de un millón 840 mil japoneses acudieron cada año en promedio a Hiraizumi entre 2001 y 2010 y sólo 12 mil 500 extranjeros, en promedio, en ese mismo periodo. Tras el terremoto, tsunami y accidente nuclear del 11 de marzo pasado, el turismo en Hiraizumi cayó 85%, sobre todo por las versiones de que había resultado dañado, lo cual no fue cierto, según dijo Takao Chiba, funcionario local.

En junio pasado, la UNESCO designó al templo de Chuson-ji patrimonio cultural de la humanidad. Hoy las autoridades de Iwate buscan recuperar a los turistas perdidos y atraer nuevos peregrinos a este espacio de calma y espiritualidad, notable en una sociedad postindustrial avanzada. En el país, el número de los que se proclaman budistas y/o sintoístas supera al de la propia población: 207 millones de adherentes de un total de casi 130 millones de habitantes, según datos del Departamento de Asuntos Culturales de Japón.

La importancia del ritual

Para el pueblo japonés, “la religión es muy importante, pero su práctica es más significativa que la creencia”, explicó a este diario el doctor Steven Heine, profesor de estudios religiosos y director de la escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad Internacional de Florida.

“La religión es muy evidente en festivales anuales y en ceremonias de ciclos vitales”, dice y detalla que generalmente el sintoísmo es para las ceremonias de nacimiento y las bodas y el budismo para los funerales y monumentos. “Pero la religiosidad también incluye nostalgia por una cultura del pasado que se desvanece, un sentido de grupo o identidad nacional y un santuario para la existencia moderna, mecánica y monótona”, agrega.

Pero el fenómeno cultural que parece dominar las mentes de los japoneses son las creaciones de manga y animé. Su producción abarca todas las áreas: revistas, libros, videojuegos, películas, series de televisión y muñecos de tela o plástico. Están concebidos para niños y adultos. Cada semana se venden varios millones de ejemplares.

Existe el concepto “Japanimation” para subrayar la importancia que han adquirido. Cerca de la mitad de la producción editorial japonesa es de esta naturaleza y más gente lee cómics en Japón que en cualquier otro país, según un documental del cineasta Toshiya Ueno que explica el fenómeno. Se trata, según los expertos, de una cultura visual con raíces profundas en el país. Su temática es también amplia: desde historietas de acción hasta religión, pasando por aventuras, thrillers y ciencia ficción.

La reputación de la industria es muy alta y profesional. En la universidad de Kyoto, por ejemplo, se puede estudiar una licenciatura de cuatro años para convertirse en un productor profesional de manga.

Sin embargo, Jolyon B. Thomas, candidato al doctorado en el Departamento de Religión de la Universidad de Princeton, consultado por EL UNIVERSAL, advierte que no debe pensarse que la cultura japonesa actual se reduce a las expresiones de manga y animé: “Mientras casi todos en el Japón contemporáneo están expuestos al manga y animé, de ningún modo se puede afirmar que todo japonés lee manga o mira animé. Algunas personas prefieren leer novelas o ver películas de acción o comedias en la televisión. E incluso, en el caso de los que leen manga o miran animé, hay una gama tan diversa de géneros y subgéneros que sería absurdo decir que hay una cierta ‘mentalidad de manga’ en Japón o que el manga encapsula la cultura japonesa”.

Un entretenimiento barato

“Las personas leen manga porque es accesible... es un entretenimiento rápido, bueno y barato. Para las personas de los grandes centros urbanos leer manga es una buena manera de hacer más llevadero el tiempo en el transporte público o para escapar temporalmente de las presiones de la escuela o el trabajo diario”, señala.

Los personajes de manga no sólo están en el papel, la tela o las pantallas. A veces se aparecen en las calles, en la vestimenta de jovencitas o jovencitos o de adultos que se ven como tales. En un país cuya población declina y envejece, la publicidad está representada principalmente por jóvenes.

En las calles, grandes anuncios utilizan imágenes animadas de jovencitas de cómic. Espectáculos musicales de bares presentan conjuntos de mujeres vestidas como colegialas, con sus trenzas, calcetas y minifaldas, una imagen muy explotada. El dibujante neozelandés Tim Bollingehan ha llamado la atención sobre el carácter de los cómics japoneses que cuentan historias de sexo y violencia con menos inhibición que sus contrapartes occidentales.

En Tokio existe un barrio, Akihabara, famoso por sus tiendas de productos electrónicos, que en los últimos años se ha convertido en la meca de los fanáticos (llamados otakus) del manga y el animé. También se realizan concursos de cosplay (caracterización de personajes de historietas).

Pachinko, suerte y diversión

Otro entretenimiento generalizado son las máquinas electrónicas de pachinko (lotería) que ofrecen como premios muñecos de personajes de animé: pokémones (monstruos de bolsillo) de tamaño gigante del famoso videojuego y serie televisiva, o fichas intercambiables por dinero. Una cacofonía de fanfarrias tecno proclama la victoria o derrota del jugador.

Aunque es un fenómeno globalizado, en Japón es mayúsculo: en centros o pasajes comerciales hay decenas de locales, uno junto a otro, todos concurridos en las primeras horas de la noche. No se ve en ellos sólo a jóvenes: también se ve a ancianos, burócratas de corbata, señoras mayores.

Sorprende igualmente un cierto rasgo infantil en la sociedad japonesa. Señales para indicar una obra en la calle o una desviación están representadas por figuritas: monos o conejos que sonríen al estilo del gato de Alicia en el País de las Maravillas o de protagonistas de Dragon Ball Zeta. En la gran torre de Tokio, próxima a inaugurarse, una muñequita es la que da la bienvenida. En una calle puede aparecer un autobús con un frente de oso panda o alguien que parece haber escapado del último cómic.

Los hikikomoris

Esa es la parte bastante visible de esta sociedad, porque otra sólo se conoce apenas. Es el caso de los hikikomoris, los jóvenes que deciden encerrarse en sus cuartos tras una frustración grande o víctimas de un severo bullying. Viven sostenidos por sus padres, en el mayor aislamiento, dentro de los reducidos espacios de las viviendas japonesas.

El hecho, objeto de reportajes y libros, ha sido considerado preocupante. Hace unos años se estimaba que había más de un millón de jóvenes en esas circunstancias, una cifra lo suficientemente grande como para ser vista como un problema de salud mental, según advirtió Michael Zielenziger en su libro Shutting out the sun. How Japan created its own lost generation (2007). Pero de eso, al igual que de los héroes de Fukushima, nadie habla mucho aquí.



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