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GUATEMALA
La peor matanza de indígenas

Tracey Eaton/The Dallas Morning News | El Universal
Martes 05 de septiembre de 2000
Lo que más duele después de cuatro años del fin de la amarga guerra civil, es que 36 años de muertes han logrado muy poco

CHICHICASTENANGO, Guatemala.? Isabela Mejía se arrodilló en el suelo de la iglesia salpicado con pétalos de rosas rojas y blancas y de pequeñas bolsas abiertas de papel de café. Una de las bolsas decía ?Pie derecho?, otra ?Clavícula izquierda?.

Isabela vació las bolsas en una hoja blanca, agitando cada una para asegurarse que hasta el polvo saliera. Después de casi dos décadas de no saber, la viuda maya de 50 años había finalmente encontrado a su marido: por lo menos algunos de sus huesos. Los campos de asesinatos de las regiones montañosas del centro de Guatemala están llenos de huesos enterrados, pero no olvidados, bajo la rica oscura tierra. Y ahora la gente los está desenterrando, velando finalmente a sus seres queridos en iglesias y cementerios. También están descubriendo en los huesos los secretos escondidos todos estos años.

Los secretos de una guerra que dejó tantos como 200 mil muertos o extraviados, la peor matanza de indígenas de la región montañosa desde la Conquista española en el siglo XVI.

Secretos de niños azotados contra los árboles, de mujeres violadas, de hombres quemados vivos. Secretos vergonzosos de una guerra callada y brutalmente peleada, en ocasiones con la ayuda de Washington y la Agencia Central de Inteligencia (CIA). La paz es una batalla y Guatemala lo sabe. Cuatro años después del fin de la guerra, el país de 12 millones de habitantes permanece furiosamente dividido entre ricos y pobres. Lo que más duele, dicen muchos guatemaltecos, es que los 36 años de muerte han logrado muy poco ?eso sí, pilas de acuerdos de paz impecablemente mecanografiados. Pero eso es sólo papel.

Los rebeldes mayas que lucharon contra el ejército son todavía miserables, tratados como ciudadanos de segunda. Las tasas de mortalidad infantil y de analfabetismo permanecen entre las peores del continente americano. El 87 por ciento de la gente es pobre y 2 por ciento de la población posee casi 70 por ciento de la tierra fértil.

Sin lugar a duda, la lucha ha terminado. Las ejecuciones extrajudiciales ya no son rutinarias y los ex rebeldes tienen un partido político. Pero hay muy poco sentido de justicia, afirman muchos guatemaltecos.

Aproximadamente 80 mil viudas y 250 mil huérfanos se las arreglan para sobrevivir mientras que los oficiales, que participaron en la guerra y fueron acusados de exterminar a civiles desarmados, disfrutan su sólo ligeramente disminuida posición. Un destacado ex general incluso funge como presidente del Congreso guatemalteco.

Entretanto, nuevos problemas graves han surgido. ?La economía está en ruinas, la situación política es mala y los problemas sociales están peor cada día?, dijo Julio Balconi, de 53 años, un ex ministro de defensa y jefe de la Alianza Nacional para la Paz, proyecto para la reconciliación bélica. ?¿Cómo podemos imaginar otra Guatemala si estos problemas no están resueltos??.

Muchos de sus compatriotas afirman que, lamentablemente, volver a unir a la nación podría tomar más tiempo que la guerra en sí. ?Nos preguntamos si valió la pena?, cuestiona Pedro Brito, activista maya del pueblo de Nebaj, quien fue uno de los más golpeados. ?La gente todavía es pobre y el gobierno actúa como si nada hubiera ocurrido, como si fuéramos perros?. Esta guerra fue una de las más sangrientas que se haya visto en el continente americano. Los soldados arrasaron con 440 pueblos, según sus cálculos, quemando maizales, sagrados para los mayas, y asesinando a cualquier persona o cosa: perros, pollos, ganado. También niños, para arrasar con la semilla.

Se estima que un millón de guatemaltecos abandonó sus hogares para escapar de la locura, ?una tormenta maníaca?, según la llamó un sacerdote. El peor año fue 1982, cuando aproximadamente 75 mil personas fueron asesinadas. Los sobrevivientes relatan cómo los soldados les cortaban de tajo las piernas a sus enemigos para que cupieran en tumbas poco profundas en donde los quemaban vivos.

Muchos campesinos se encolerizaron con esas historias y se unieron al levantamiento y para mediados de la década de los 80 las guerrillas contaban hasta con medio millón de seguidores. Jorge Toj tenía siete años cuando escuchó hablar de la rebelión. Algunos hombres llegaron a su pueblo y les explicaron que los ricos comían más tortillas que los pobres. Incluso un niño podría entender que eso no era justo. Así que para cuando tenía ocho años, era vigía de la guerrilla. Él y sus amigos se ponían a jugar futbol o canicas ?y cuando los soldados llegaban, corríamos, silbábamos y con ello les hacíamos saber a todos que ellos estaban ahí?.

Pronto los soldados empezaron a dejar mensajes ominosos en su casa: ?Comunistas?, decían. ?Van a morir?. El Día de la Madre de 1980, su tío Baltazar Toj fue asesinado. ?Iba caminando a la escuela cuando vi su cuerpo?, dijo Jorge, quien ahora tiene 28 años. ?Estaba amordazado y le habían sacado los ojos. No tenía lengua ni orejas. Vi eso y realmente empecé a odiar al Ejército. Tenía 10 años?.

Poco después, Jorge, su hermano de 11 años y su madre huyeron del pueblo y se unieron a los rebeldes. Jorge dijo que tenía 14 o 15 años cuando tuvo su primer enfrentamiento bélico.

?Fue difícil, sentir el calor de las armas, de las balas. Se siente uno asustado, nervioso. Se sienten escalofríos. No se sabe si va uno a vivir o a morir. Pero entonces recordaba a mi tío Baltazar, su cuerpo sin ojos, y combatía?. Héctor López Bonilla también luchó, pero para el Ejército. Era un kaibil, un comando de fuerzas especiales. Los Kaibiles tienen un status casi mítico en Guatemala. Un ex comando relató que lo obligaron a cazar y comer en un juego salvaje.

?¿Lo cocinamos? ¡No! era el grrrg!?, dijo, imitando el sonido de alguien mordiendo y arrancando la carne. Otros comandos bebieron la sangre del perro.

López, ahora asesor político, comentó que lo que le gustó fue la disciplina kaibil. ?Incluso una uña sucia podría representar una hora de arresto?, explicó. Durante la guerra, López encabezó la Operación Xibalba, denominada así por ser el equivalente en maya de la palabra infierno. El operativo infiltró una unidad de 28 rebeldes del Ejército Guerrillero de los Pobres. Todos fueron eventualmente capturados y ejecutados después de haber sido interrogados, de acuerdo con lo publicado en 1999 en el libro ?El proyecto militar guatemalteco?.

?Vi morir a soldados, a guerrilleros?, comentó López, quien casi murió cuando un fragmento de mina rasgó su pecho. ?A los pacifistas, a los utópicos les gustaría abolir la guerra. Pero la realidad es que en cada minuto que pasa surge un conflicto en algún lugar que podría conllevar a una intensa batalla armada. Una vez que se disparan las balas, cesa la razón?.

La Arquidiócesis católica de Guatemala manifestó que los soldados mutilaron a mujeres embarazadas, les cortaron los genitales a los hombres y asaltaron sexualmente a las jovencitas. Una de las víctimas dijo que 70 hombres la violaron.

Las anteriores autoridades del gobierno refutan eso. ?No puedo creer que mientras las personas están matándose entre sí, alguien va a estar violando a una mujer... arrancándole el feto a una mujer embarazada?, opina el ex ministro de Defensa Héctor Gramajo. ?No es humanamente posible, aun cuando sea un monstruo el que lo haga?. Lo que aumentó la cuota de muertes, afirmó, es que los rebeldes reclutaron civiles, una técnica de guerrilla llamada ?guerra popular?, alguna vez usada en China y Vietnam. ?Las tácticas de los rebeldes mataron a muchas personas. Enviaron a masas de gente desarmada a pelear contra el Ejército?, dijo Gramajo.

El Ejército adoptó tácticas similares, reclutaron aproximadamente 1.3 millones de indígenas ?17 por ciento de los varones elegibles? en sus patrullas civiles en pro del gobierno en 1984, señalan los investigadores. Ello hizo que la guerra fuera ?mucho más sangrienta?, indicó Gramajo, a quien se le acreditan algunos de los peores abusos militares en contra de civiles mientras fue ministro de defensa de 1987 a 1990. De cualquier forma, algunos derramamientos de sangre fueron inevitables, señaló. ?La guerra es violenta por naturaleza. Ellos proponen violencia. Tenemos dos opciones: Aniquilar al enemigo con balas o arrebatarles su deseo de combatir. Los despojamos de su voluntad por luchar?, dijo.

Las dos partes alcanzaron la paz en 1996, después de 10 años de pláticas. El reto ahora es ir hacia adelante. La guerra fue tan devastadora y costosa que ?empeñó nuestro futuro?, indicó un ex oficial.

Es más, el país está lleno de heridos que deambulan: personas que sufren ataques de pánico, pesadillas y lo que los mayas llaman susto, temor, su versión del estrés postraumático. Por lo menos 83 por ciento de los muertos en la guerra eran mayas.

Tomás Méndez, de 35 años, apenas sobrevivió. Los atacantes lo aprehendieron en abril de 1985 y lo llevaron a rastras a una iglesia que los soldados habían ocupado. ?Me dieron choques eléctricos y me patearon. Preguntaron: ?¿Quién es el jefe de los rebeldes???.

Finalmente, los soldados lo liberaron después de romperle la espalda. Hoy en día, el maya sobrevive vendiendo relojes.

Emilia García, una abuela de 72 años, sufrió otro tipo de agonía. En febrero de 1984, los agentes de inteligencia vestidos de azul secuestraron y probablemente mataron a su hijo Edgar, un líder estudiantil. ?No merecía lo que sea que le haya ocurrido?, dijo su madre, ahora líder de un grupo para parientes de aproximadamente 45 mil personas desaparecidas. ?Estoy segura que fue horriblemente torturado?. Miles de cuerpos mutilados están enterrados en el campo. ?Bosnia tiene minas en la tierra. Guatemala está minada con tumbas?, dijo Fredy Peccerrili, director de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala. Él y los 44 miembros de su equipo reúnen evidencia para los casos de crímenes de guerra y han desenterrado más de 60 tumbas desde 1995. A muchos indígenas les da terror buscar a sus parientes enterrados por el temor que les provoca que las matanzas se desencadenen nuevamente. Pero algunas almas valientes avanzan. Y cuando los restos de sus seres queridos son encontrados, liberan años de emociones reprimidas. Lloran y rezan. Encienden velas y ayudan a recuperar los huesos. La premio Nobel de la Paz y activista maya Rigoberta Menchú afirma que las autoridades guatemaltecas querían exterminar a los indios. Exige que sean encarceladas por cargos de genocidio. El ex general Efraín Ríos Montt, líder del Ejército de 1982 a 1983 y ahora presidente del Congreso guatemalteco, niega que hayan ocurrido ?matanzas étnicas?. ?Esa no fue la política estatal?, dijo. Los ex oficiales afirman que las demandas de genocidio son parte de una campaña de venganza encabezada por grupos de derechos humanos, por la Iglesia católica y por otros. ?Estas imputaciones son totalmente falsas?, dijo el general Benedicto Lucas García, ex jefe del personal del Ejército. Simplemente es incierto qué tan lejos llegarán los casos de crímenes de guerra. ?El sistema judicial de Guatemala es extremadamente débil y casi impráctico?, según un informe de enero de la Oficina de Washington sobre América Latina, un grupo de investigación no lucrativo. ?La generalizada incompetencia y corrupción? se encuentran entre sus limitaciones. ?Miles de crímenes graves quedan impunes?.

Los casos contra funcionarios militares son particularmente difíciles de procesar. Los militares han gobernado Guatemala gran parte de su historia moderna. Tienen influencias políticas, autonomía y dinero, también manejan todo desde estacionamientos hasta piscifactorías. Después de la guerra, se puso al descubierto que el Ejército de Estados Unidos y las agencias de inteligencia mantuvieron a la maquinaria de muertos guatemalteca en acción durante gran parte del combate.

Actualmente, es una historia diferente. Estados Unidos está gastando 260 millones de dólares en un espacio de cuatro años, más que cualquier otra nación extranjera, en ayudar para que Guatemala se recupere. ?Puedo ver a cualquier guatemalteco a los ojos y decir que estamos haciendo nuestra parte?, declaró la embajadora de Estados Unidos en Guatemala, Prudence Bushnell. ?Estamos aquí, estamos listos para ayudar?.

Pero sólo el tiempo sana algunas heridas, dijo. (c) 2000 ?The Dallas Morning News?



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