Alexander Haig, secretario de Estado en la administración Reagan, fallece a los 85 años
WASHINGTON (Agencias).— Alexander Haig, el general estadounidense que cavó su tumba política cuando, siendo secretario de Estado, declaró tener “el control” tras el atentado, en 1981, contra el entonces presidente Ronald Reagan, murió ayer a los 85 años.
Haig buscó postularse a la Presidencia de Estados Unidos, pero su intento por obtener la nominación republicana terminó en fracaso en 1988, en una campaña marcada por sus mordaces burlas a otros candidatos como el entonces vicepresidente George H.W. Bush, quien finalmente logró ser el candidato.
Simbólicamente, el momento en que Haig estuvo más cerca de sentirse presidente fue cuando, horas después de que Reagan (1981-1989) resultó herido de bala en el ataque en su contra, se presentó ante las cámaras con la intención de tranquilizar a los estadounidenses y decirles que la Casa Blanca estaba operando.
“En estos momentos, tengo el control aquí en la Casa Blanca, pendiente del retorno del vicepresidente (H. W. Bush, que estaba fuera de la ciudad)”.
Pobre elección de palabras
Sus palabras generaron amplias críticas y él jamás se pudo recuperar de lo que después reconocería fue “una pobre elección de palabras”. En su libro Caveat: Realism, Reagan and Foreign Policy (Advertencia: Realismo, Reagan y Política Exterior), reconoció que fue muy optimista al pensar que “sería perdonado por una imprecisión derivada de la tragedia del momento”.
Un portavoz del Hospital Johns Hopkins en Baltimore dijo que Haig murió en la mañana del sábado de una infección por estafilococo adquirida antes de su llegada al hospital.
Nacido el 2 de diciembre de 1924 en Filadelfia, Haig sirvió durante más de 30 años en las Fuerzas Armadas y recibió altas condecoraciones por su participación en las guerras de Corea y Vietnam, además de que fue asesor del general Douglas MacArthur durante la guerra en Japón.
Estuvo al frente del Departamento de Estado entre enero de 1981 y julio de 1982, año en el que visitó varias veces Argentina y Reino Unido para intentar resolver la crisis de las Malvinas.
Antes trabajó a las órdenes de los presidentes Richard Nixon (1969-1974) y Gerald Ford (1974-1977), y fue comandante de la OTAN en Europa a finales de los años 70, cargo al que renunció por no estar de acuerdo en la forma en que se resolvió la crisis de los rehenes en Teherán (1979-1981).
Poder de persuasión
En el gobierno de Nixon, fue primero asesor de seguridad y después jefe de gabinete. Ese cargo desempeñaba cuando el presidente tuvo que dimitir por el escándalo Watergate. Su ascenso meteórico en la administración Nixon se debió en gran medida al apoyo del entonces consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Henry Kissinger.
A Haig se le atribuye haber logrado persuadir a Nixon —quien le otorgó rango de general cuatro estrellas— de dimitir, antes que someterse a un proceso de destitución en el Congreso.
También fue elogiado por convencer a Ford de perdonarlo y evitar así un escándalo que amenazaba con resquebrajar totalmente a los republicanos.
Durante muchos años se rumoró que Haig era “Garganta Profunda”, la legendaria fuente del Washington Post que ayudó a desentrañar el escándalo de Watergate. Haig siempre rechazó tales afirmaciones y en 2005, Mark Felt, ex oficial del FBI rompió años de silencio y confirmó que él era aquella misteriosa fuente.
El presidente estadounidense, Barack Obama, elogió ayer a Haig como un “gran estadounidense” que sirvió al país con distinción. “El general Haig ejemplificó nuestra mejor tradición guerrero-diplomática de quienes dedican sus vidas al servicio público”, dijo el mandatario a través de un comunicado.
La secretaria de Estado Hillary Clinton señaló que Haig ganó “honor en el campo de batalla, la confianza de presidentes y primeros ministros, y las gracias de una nación”.
A Haig le sobreviven su esposa Patricia; sus hijos Alexander, Brian y Barbara y ocho nietos.





