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Rebelión contra el fraude

Témoris Grecko| El Universal
Domingo 21 de junio de 2009
Al grito de “Alá akbar” (dios es más grande), jóvenes desafían a milicianos al servicio del régimen religioso

TEHERÁN.— “¡Alá akbar!” (Dios es más grande), gritó la joven vestida de verde y, al lanzarse a correr hacia el frente la siguieron 50 o 60 personas que gritaban “¡Alá akbar!”, armadas con piedras y palos. Hasta el momento, habíamos estado arrinconados al fondo de un callejón, sometidos al intenso ardor en garganta, nariz, frente, piel y ojos, y al impulso de vomitar que provoca el gas lacrimógeno.

Los milicianos basij que habían estado a la ofensiva trataron de retroceder en orden, antes de darse la vuelta y huir bajo una lluvia de pedazos de concreto. “¡Bong! ¡bang!”, sonaban en sus cascos.

La multitud regresó así a la avenida Enghelab (Revolución), de donde había sido expulsada por una carga de policías antimotines en motocicleta (dos por vehículo, un conductor y un golpeador), y siguió su esforzado recorrido de cuatro kilómetros hasta la plaza Azadi (Libertad). Era uno de muchos grupos de manifestantes que rechazan el fraude electoral.

La pelea se daba en la avenida y en las calles aledañas. Indisciplinados y confusos, los grupos de policías y de basij se trasladaban de un extremo a otro tratando de expulsar a los opositores, que reaparecían siempre por otra calle distinta. En un lance de arrojo, uno de ellos logró colarse entre un grupo de basij en moto, desmontó a uno de ellos de un golpe, subió al vehículo y lo llevó hasta zona libre, donde entre aplausos le prendió fuego.

La valentía de esa gente es admirable, hombres y mujeres de todas las edades, pues esta lucha no está confinada a los jóvenes. Por ejemplo, era común ver a una madre con las dos hijas, tomadas de la mano, buscando piedras para proveer de munición a sus guerreros.

No habían ido allí engañadas, pensando que se trataría de un evento pacífico y divertido, como la marcha gigante del lunes anterior en esa misma ruta, o emotivo, como el de recuerdo por los caídos el jueves pasado. El viernes, el ayatola Ali Khamenei, líder supremo de Irán, quien se supone vela por todos sus súbditos, había abierto las puertas de la represión. En numerosos sitios de la ciudad, bandas de basij (fascinerosos que se justifican en la adoración de dios) se habían desplegado para ser vistas, como muestra de la decisión de atacar.

Y lo hicieron con macanas, cadenas, tubos, motocicletas, un cañón de agua y gases lacrimógenos. Un golpe que recibí en la pantorrilla, y que dejó una mancha de tinta verde sobre el pantalón, me hizo pensar que habían disparado balas de goma, aunque es posible que haya sido una lata de gas.

La gente no se amilanaba. Resistía las embestidas, a veces corría, o lloraba, para regresar al camino rumbo a la plaza Libertad. Unas chicas que parecían muñequitas, de unos 22 años, se acomodaron junto a mí sollozando por los efectos del gas, cuando estábamos en el rincón. Yo pensé que deberían haber tenido en cuenta los riesgos que habría y que ahora, que estábamos atrapados por los milicianos, sería difícil sacarlas de allí. Se lavaron los ojos con una botella de agua y de pronto, una de ellas fue la que reanimó al contingente y provocó el contraataque, al grito de “¡Alá akbar!”, el mismo que resonó durante la revolución de 1979.

Los opositores vencieron al avanzar casi cuatro kilómetros, y demostrar su determinación de continuar su protesta. Pero les faltaron los últimos 200 metros: la policía y los basij se atrincheraron en Azadi y los manifestantes que llegaron no fueron los necesarios para superar el obstáculo. Es que para Khamenei y Ahmadineyad, era vital impedir que pasaran de la avenida Revolución a la plaza Libertad.



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