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Hillary sería la voz de Obama en el mundo

Wilbert Torre Corresponsal| El Universal
Sábado 22 de noviembre de 2008
Acepta encabezar Departamento de Estado: medios

WASHINGTON.— Hillary Clinton está lista para renunciar al Senado y aceptar el cargo de secretaria de Estado que le ha propuesto el presidente electo Barack Obama, confirmaron ayer varios de los más influyentes diarios estadounidenses.

El eventual nombramiento de Hillary —que ayer se limitó a decir que las pláticas van “por buen camino”— tendría varias lecturas y significados trascendentes. No representaría la simple concesión y aceptación de un cargo político: de rival por la nominación demócrata en una épica batalla, Hillary se convertiría en la voz de Obama y el nuevo gobierno ante un concierto de naciones que espera señales diferentes de Estados Unidos.

Tras la fase de relaciones tempestuosas de los últimos años, a Hillary corresponderá reconectar al país con el mundo y hacerlo con un tono y una actitud distintos.

En el caso de Obama, sería un golpe genial y una audaz muestra de autoconfianza. Ella no podría ser una secretaria de Estado más: se esperaría que fuera la gran arquitecta de un nuevo modelo de política exterior y una nueva concepción y ubicación del país ante el resto del mundo.

Las preguntas son obligadas: ¿Tiene suficiente experiencia en política exterior? ¿Ha participado en negociaciones de paz y solución de conflictos internacionales? Ella ha reclamado algunos méritos que otros han puesto en duda: su intervención en la pacificación de Irlanda del Norte (algunos dicen que nunca fue una negociadora real), la apertura de las fronteras de Macedonia a los refugiados de Kosovo (hay quienes dicen que ese hecho ocurrió antes de su visita), y la defensa de los derechos humanos de las mujeres en China.

Lo que no está a discusión es el peso y la influencia de su apellido en el mundo. Si Hillary acepta el cargo, sería una de las figuras más refulgentes del nuevo gobierno, disputándole brillo incluso al presidente Obama. Si Henry Kissinger se rodeaba de celebridades en cenas y eventos sociales y reclamaba el singular mérito de ser el único secretario de Estado con un club de admiradores, no sería una locura decir que Hillary es una de las dos o tres mujeres más famosas del mundo, junto con Madonna y la reina Isabel.

De la visión internacional de Obama y la eficacia de Hillary para comprenderla y ponerla en práctica dependerá el reposicionamiento del país en un contexto mundial particularmente complejo: el presidente hereda dos guerras, un clima de tensión en aumento con Irán, el resurgimiento de Rusia con una orientación incierta, una prolongada campaña contra el terrorismo, el crecimiento vertiginoso de China y su integración al sistema económico como una de las grandes potencias y una situación crítica en el Oriente Medio que amenaza a Israel.

“La tragedia de los últimos seis años radica en que la administración Bush ha derrochado el respeto, la credibilidad y la confianza de incluso nuestros más cercanos aliados y amigos”, advertía Hillary el año pasado en un amplio ensayo sobre su forma de ver al mundo. Como en otros temas, en el contexto internacional la “inexperiencia” de Obama podría dejar de ser una desventaja y convertirse en un activo: su gobierno tendría la oportunidad de, por decirlo de algún modo, marcar un borrón y cuenta nueva en la relación de Estados Unidos con varios países del mundo.

Para Hillary el Departamento de Estado sería mucho más que un cargo en el nuevo gobierno, una circunstancia con implicaciones oscilantes entre un pasado en el que se funden los días sombríos del escándalo Lewinsky, su vertiginoso ascenso e influencia en el Senado de EU y una candidatura presidencial con pasajes épicos que ya le ha abierto un lugar en la historia como la primera mujer en acometer un desafío semejante, y un futuro que todos observan con expectación: su destino político en el largo plazo es un gigantesco signo de interrogación.

Aceptar el cargo significaría para Hillary una de esas decisiones complejas que aún después de asumidas pueden dejar dudas. Al hacerlo estará renunciando al Senado, a la independencia que suponía su papel en el Congreso y sobre todo a un relevo generacional que muchos en el Partido Demócrata observaban como posible: que se convirtiera en la próxima Ted Kennedy en el Congreso, la líder progresista de una nueva era en EU. Estaría sacrificando todo eso para ser secretaria de Estado. La pregunta es obvia: ¿Sólo eso?

 

 



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