Reconocen a mujer de origen mexicano en EU
Miami. Susan Reyna tiene raíces mexicanas, pero nació en Michigan y se crió en Texas. Esta mujer acaba de ganar el premio más importante en Estados Unidos al trabajo comunitario: fue una de las 10 elegidas, entre 800 candidatos de todo el país, para recibir la distinción del programa de liderazgo Robert Wood Johnson, por su invaluable labor al frente de MUJER (Mujeres Unidas en Justicia, Educación y Reforma), una organización no lucrativa, con sede en Homestead, en el sur de Florida, que trabaja con las víctimas (la mayoría de ellas de origen mexicano) de abuso sexual y violencia doméstica. Esta es la historia de cómo sobrevivió a su propio infierno: Fue a los 28 años cuando todo este mugrero que llevaba dentro de mí, y que pensaba que no me había afectado, empezó a salir, poco a poco, en medio de ataques de pánico y muchas lágrimas. Por esos días, mi mamá me llamó desde Texas y me dijo: "El abuelo se está muriendo de cáncer". Mis hermanas y yo llegamos a tiempo, alcanzamos a platicar con él, y de pronto mi mamá dice: "M`hija, sólo Dios sabe por qué está sufriendo tanto". Somos católicos y pensamos que todo lo malo que pasa es porque Dios nos lo ha mandado para cobrarnos nuestras malas acciones. En el curso que estoy tomando en la maestría, tuve que ir al pasado para saber quién era mi gente, y supe que en 1907 nació mi abuelo en Guanajuato. A los pocos meses, dormidito en los brazos de mi bisabuela, cruzó el puente, por la frontera con Texas, para nunca regresar. Mi abuelo era el rey de su palacio, cuando él llegaba y se sentaba, alzaba los pies y siempre una de nosotras le quitaba los zapatos. También le planchábamos los calzoncillos y sus paños. Era bien machista, y trato de no decir mexicano porque machistas hay en toda América Latina. Recuerdo que un sábado, a los 16 años y muy enamorada, me escapé de la casa para irme con mi novio, que tenía una troca con la que llegamos hasta Ohio. A los cuatro días, regresamos y le pedimos perdón a mi abuelo, no a mi mamá, porque él era la cabeza de la familia. Por esa época, recordé a mi padre cuando decía: "Le voy a pegar a su madre porque es una vieja puta y así se trata a las mujeres como ella, y más vale que ustedes no lloren". Le pregunté a mami si era verdad que así habían pasado las cosas y ella me decía que sí, y me veo esa noche, cuando era una chiquilla de cinco años, mi papá ya parecía estar matando a mi mamá, y mi hermanita, mayor que yo, se agarró de sus piernas, y él le metió un fregadazo, y la mandó hasta la pared: fue la primera y última vez que le puso la mano a una de sus hijas. Y eso fue lo que en realidad despertó a mi madre, porque si no, hubiera seguido en esa relación de abuso. En esa época decían: "Te casaste con un perro que te maltrata todos los días, ni modo, tú lo escogiste, tienes que vivir con él por el resto de tu vida." Mi padre dejó a mi madre. Por eso, ella decidió regresar a su casa y fue así como mis tres hermanas y yo llegamos a la casa de mi abuelo. Pero el sufrimiento que pasamos a manos de él fue mucho más doloroso de lo que nos ocurrió con mi padre. A los siete años, mi tía Tina me enseñó a leer la Biblia en español. Éramos una familia muy cristiana, católica. Mi abuelo iba a misa , rezaba todos los días. Yo digo que sí tengo familia en México, pero las raíces las perdí. Cuando éramos jóvenes, no nos parecía ningún orgullo ser mexicanos, pero después, ya de grande, en 1979, fundamos el Concilio México Americano de Arte y Cultura, y ahí tratamos de enseñar nuestra cultura más a fondo y el orgullo de ser mexicanos. Mi abuela, hasta el momento de su muerte, dijo: "M`hija, a los gringos les tenemos que hacer caso, porque ellos saben más que nosotros". Un día, cuando paramos a echar gasolina, yo tenía ganas de ir al baño y "buelita" dijo: "Anda, a ver si te dejan usar el baño". Yo leo un letrero que dice: "No se permiten negros". Voy donde el gringo, le pido la llave y él me pregunta, muy rudo: "¿Es que no sabes leer?". "Pero yo soy mexicana", le respondo, y él dice: "Pues para nosotros es lo mismo". Por eso las familias migrantes nunca nos quedábamos en el pueblo, sino en el monte, en casas abandonadas que no tenían ni agua, ni luz, ni nada. Cuando miro hacia atrás, pienso qué vida tan mala, pero nosotros ni nos dábamos cuenta, porque así vivíamos todos. En Indiana nos fue mejor, pero ese año mi abuelo decidió venir con nosotras. Nos dieron tres casitas, una de ellas era la cocina, donde había una habitación en la que dormían mis abuelos. Ahí, un día, mi abuelo obligó a mi hermanita de 12 años a tener sexo con él. En ese momento, mi abuela abrió la puerta y en lugar de hacer algo, la cerró. Y esperó... Mi hermanita salió llorando, se sentó por ahí, en un rincón, y oyó cómo mi abuelo le pegaba a mi abuela, "José, no me tienes que pegar, yo no le voy a decir a nadie", gritaba "buelita". Parte de mi coraje de adulta ha sido reconocer que mi abuela sabía lo que pasaba y no hizo nada, como cuando mi abuelo cometió incesto conmigo, yo tenía cinco años. Y cuando a los siete, en un verano, mi madre se fue, y yo me quedé en la casa con mi tío y mi tía. Ahí perdí por completo mi inocencia: mi tío me violó. Ese odio hacia mi padre por abandonarnos, el efecto que el abuso de mi abuelo había tenido en mi vida, la manera como me crié, muchas veces sin respetarme a mí misma, recordar la paliza que mi papá le dio a mi mamá, me llevaron a pensar que eso nunca me iba a pasar a mí, pero me pasó, no la violencia, pero sí el control de mi primer esposo, que andaba con otras mujeres, usaba drogas, y yo no decía nada, mi autoestima no valía. Toda esa historia estalló a los 28 años, y después, en terapia, aprendí que sí, me había pasado a mí, y también a mis tres hermanas. Todas hicimos la promesa de que, ya muerto el abuelo, ninguna le iba a contar a mami lo sucedido. Pero parte de mi sanación fue hablar con ella. Sin juzgarla, le empecé a contar todo; ella lloraba y entonces le pregunté si él también había abusado de ella... Quedó en silencio. A los cinco minutos, me contó que mi bisabuelo Chicho, el padre de mi abuelo, abusó de ella. El año en que me bauticé de nuevo, con las Hermanas USA, fue el mismo en que arrancó de manera oficial esta organización, en el mes de septiembre de 1996. Tenía cuarenta años. Claro que si vas a nuestras oficinas, de entrada nunca verás ningún aviso que hable de violencia doméstica o abuso sexual. Esos son temas tabú. Trabajamos con toda la familia, para prevenir el incesto e inculcar el respeto a la mujer, pero también intervenimos, como cuando una esposa acaba de ser víctima de abuso y llega aquí, donde le mostramos las diferentes opciones. Pero cuando es un niño el que nos cuenta que ha sido víctima de abuso, por ley nosotros tenemos que reportarlo de inmediato a las autoridades. Las personas que están en primera línea en MUJER son como yo. Son tres, ellas entendieron cómo convertir el coraje en energía positiva. Una trabaja con niños, la otra con víctimas de violencia doméstica y la tercera con quienes han sufrido abuso sexual. Ellas son el primer contacto que alguien tiene cuando llega a la agencia. Después, quedan en manos de terapeutas, todas ellas latinas, con maestría en trabajo social. Cuando, en junio, subí a recibir ese galardón tan grande, tan prestigioso, en Washington DC, pensé que era un reconocimiento a todo el esfuerzo de las personas que han trabajado en MUJER y pensé en mi madre, en mis hermanas, en todo nuestro sufrimiento. Quise honrarlas a ellas y a todas esas mujeres que, a pesar de la violencia, se levantan por las mañanas, mantienen a sus hijos, y hacen todo lo que haya que hacer para salir adelante, aunque tengan moretones en la cara. Yo ya no culpo a nadie. Fue algo que me pasó, aprendí de ello y ahora tengo la oportunidad de enseñar, de contar mi historia y, de pronto, salvarle la vida a una mujer o a un niño.
El regreso del pasado
A los dos días, "buelito" murió. Lo enterramos, yo estaba recién casada con mi segundo marido, con quien todavía vivo, y una noche, ya en mi casa aquí en Homestead, al mirar a mi esposo, vi la cara de mi abuelo. Me puse como histérica, eso nunca me había pasado. Hasta ese momento, siempre negaba una parte de mi pasado, sin saber la destrucción que había dentro de mí.
Un mundo en blanco y negro
A principios de los 60, en la época de la lucha por los derechos civiles, el mundo era blanco o negro. Andábamos en una troca hacia el norte, con una cabina muy estrecha donde apenas se podía respirar, todo con tal de que no nos miraran, porque si nos daba miedo de que nos trataran mal o nos encerraran.
MUJER, fruto del esfuerzo
El abuso se aprende de generación en generación y lo peor de esta historia es que aún sigue sucediendo en nuestra comunidad. Por eso creamos MUJER. Porque yo quería ayudar a otras mujeres que viven lo mismo que yo viví.





