Análisis. Las 50 sombras de Grecia
Muchos nos preguntamos, cómo Grecia, un país que representa alrededor del 3% del PIB de Europa, ha podido arrastrar a la Unión Europea y al sistema del euro a un “valle de sombras” al cual no se le vislumbra la salida. Quizás para encontrar la respuesta, habría que buscarla no en Atenas sino en Bruselas.
Cierto es que no se le puede restar ninguna responsabilidad a Grecia del desastre en que se encuentra su economía y su sociedad. En el momento en que la crisis financiera iniciada en 2009 alcanzó al viejo continente, Grecia ya experimentaba la trágica combinación de un gran déficit presupuestario, vinculado una deuda pública galopante; un déficit en la balanza de pagos elevado y a todas luces insostenible; y un grave déficit de credibilidad en el manejo de las cifras económicas por parte de la autoridades financieras. Pero también hay una gran parte de la responsabilidad en las instituciones de la Unión Europea y en los socios financieros de Grecia ya que se hicieron como el “Tío Lolo” por razones diversas.
De hecho, no solo lo hicieron con Grecia, si no con los demás países en crisis como España, Irlanda, Portugal e Italia. Existió una suerte de falla sistémica en el mecanismo de vigilancia del euro, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) resultó inadecuado desde su puesta en marcha, sin duda se aplicó incorrectamente, amén de no considerar la vigilancia de agentes privados como los bancos de inversión.
Para estos países, pero sobre todo para los periféricos, pertenecer a la Unión Europea, y en especial al euro, se percibió como un paraguas contra cualquier problema económico. A Europa (Alemania) y al euro los consideraron como fuente de dinero muy barato, lo que generó un problema de daño moral. Se hace evidente que la arquitectura de la Unión Europea y del sistema monetario careció de un Banco Central fuerte. Si bien los hubieran no existen, pero con un sistema de vigilancia bien implementado la crisis griega podría haberse evitado.
Pero no fue así, y la solución que se han pretendido establecer no ha sido del todo efectiva. La mayor parte del dinero prestado a Grecia se ha utilizado para pagar los intereses y el principal de la deuda. Así, la política de “ayuda” del Eurogrupo representa una suerte de FOBAPROA, dirigido a rescatar no al país Helénico, sino a los bancos de los países acreedores, el Gobierno griego sólo actúa como intermediario. Así ha seguido en casi todo las medidas dictadas por la troika (la Comisión Europea, el BCE y el FMI), alcanzando importantes logros como haber convertido un déficit presupuestario primario en un superávit primario. Sin embargo, la drástica reducción del gasto público ha cobrado altos costos representados en un 25% de desempleo, una caída acumulada del 22% en el PIB desde el año 2009, y un aumento del 35% en el coeficiente deuda-PIB.
De igual forma, la exigencia de más austeridad hacia los ciudadanos griegos, que han visto caer dramáticamente su nivel de vida y se siguen sacrificando, con toda razón acrecentó el malestar y dio paso al triunfo de los radicales contrarios a la moderación del gasto y a las restricciones de los prestamistas. Hay quien piensa que la radicalización del gobierno griego puede acelerar la salida del euro. Sin embargo, saben perfectamente del peligro de abandonar el sistema monetario, ya que tendrían que financiar por sí mismos su deuda con un mercado totalmente cerrado para sus bonos.
La crisis de Grecia es sistémica, y atañe a todo el continente. Se requieren pues soluciones a nivel de la Unión. Es necesario consolidar el sistema fiscal y dotar del BCE de mejores herramientas de vigilancia y control, considerar incluso la posibilidad de crear una unión bancaria europea. Lo más importante es deducir el peso de las deudas soberanas y el camino más efectivo es la austeridad, sin embargo, ésta debe ser compartida y con cargo a las instituciones y no a los ciudadanos.
Presidente de Consultores Internacionales S.C.