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‘Un papá adelantado a su época’

El Universal
Domingo 18 de noviembre de 2007
De ideas feministas, dejó una gran familia, pero no “de las que pasan la Navidad juntas”

Doña Guadalupe Rivera Marín aún tiene muy presente el día del funeral de su padre. “Los muchachos del Partido Comunista querían quitar del féretro la bandera de México y poner la del partido, pero no lo permití. Siqueiros dijo un discurso político y eso me molestó; me pareció mucho cinismo que usara el funeral de mi padre para hacer propaganda. Además yo sabía que él odiaba a mi papá porque lo involucró en el asesinato de Trotsky. Para mí fue un día de tragedia porque vi cómo las pasiones se desataron, en especial las políticas”.

A 50 años de la muerte del pintor y muralista que marcó época en el arte mexicano, sus familiares hablan sobre él.

La niña de un padre moderno

Cuando se le pregunta a la doctora en Historia Guadalupe Rivera Marín (1924) sobre su padre, dice que lo recuerda: “Panzón y gordo”. Admite que fue un papá muy adelantado a su época.

“Tenía ideas feministas, siempre nos impulsó para que fuéramos mujeres libres; él decía que una mujer no podía ser libre si no se mantenía a sí misma y para eso teníamos que estudiar”, relata.

El pintor tuvo dos hijas con Guadalupe Marín: Guadalupe y Ruth, esta última ya fallecida. Antes de nacer ellas, el muralista tuvo dos hijos varones (uno de ellos con su primera esposa, la pintora rusa Angelina Beloff), pero ambos murieron al poco tiempo de nacidos.

Eso hizo que Rivera se quedara con las ganas de tener hijos hombres. “Cuando mi hermana y yo éramos niñas, nos vestían de overol con una camisita azul marino con puntos blancos, un paliacatito y zapatos mineros. Nos regalaba mecanos y materiales para construir cosas. Éramos como obreritas. Mi madre no decía nada al respecto; a ella tampoco le interesaba lo femenino, pero a mi abuela sí, por lo cual, un día que fuimos a verla, quedó impactada por la forma en que nos vestían y nos llevó a una tienda para comprarnos ropa”, se acuerda, divertida, Rivera Marín.

A bordo de una camioneta Ford medio destartalada, cuando viajaban los Rivera Marín cantaban las canciones que a Diego le gustaban. Sobre todo los corridos del Bajío que hablaban de caballos y todas las de mariachis. Sus hijas y esposa disfrutaban de lo que él contaba sobre México.

Guadalupe Rivera Marín vivió un año en la Casa Azul, que habitó el pintor con su esposa, Frida Kahlo. De hecho relata ese periodo en su libro Las fiestas de Frida y Diego.

Ella explica que en contra de lo que se dice, “sobre que Frida sufría muchísimo, esa casa era muy alegre. No sufría, era una mujer muy vivaz que tenía dolores por lo de su columna, pero en realidad su vida diaria era de parrandas; la pasaba siempre con amigas y amigos, con música en la casa que siempre también estaba llena de flores”.

Tras la muerte de Diego Rivera, la familia comenzó a fracturarse. Ruth Rivera heredó la Casa Estudio de San Ángel y se fue a vivir ahí con su marido, Rafael Coronel, y sus hijos (Ruth y Pedro Diego). Guadalupe compró otra casa.

“La muerte de mi madre pasó sin mayores percances familiares, los problemas llegaron cuando murió mi hermana. Hubo pleitos por la herencia y rompí mi relación con la familia Coronel”, concluyó Rivera Marín, quien ahora se dedica a dar a conocer el trabajo de su padre a través de la Fundación Diego Rivera.

La simbiosis de la vida de Frida

En un terreno comprado por Diego y Frida en Santa Úrsula Coapa, levantó su casa Ruth Alvarado Rivera (1954-2007), hija de la arquitecta Ruth Rivera Marín y nieta del artista plástico. Cinco xoloescuincles y seis gatos daban la bienvenida a la morada. Los retratos donde aparecían su madrina de bautizo, María Félix, su abuelo, su madre y hermanos era lo primero que se observaba al entrar.

Antes de su fallecimiento (5 de noviembre), Ruth Alvarado dio una entrevista a EL UNIVERSAL en la que habló sobre su abuelo, a quien recuerda tierno y dulce, con olor a pintor, a aguarrás.

“Realmente no lo conocí tanto, pero como era su única nieta, fui su princesa, su muñeca. Él decía que yo era la simbiosis de la vida de Frida porque ella falleció en junio del 54 y yo nací en diciembre de ese mismo año en la Casa Azul”, apuntó Ruth Alvarado.

Entre las imágenes que aún guardaba en su memoria, Ruth tenía más presentes las de los viajes que hacían con su madre y su abuelo. “Cuando salíamos con él, teníamos que pararnos en donde se le ocurría y esperar a que pintara. Sacaba una libreta de su bolsa y se ponía a hacer dibujos y dibujos”.

La también ambientalista y curadora independiente, declaró que mientras su abuelo estaba dibujando el retrato de ella, fue cuando le vino la trombosis que más tarde lo llevó a la muerte.

El ser pariente de Rivera le dio sensibilidad, aseguró Ruth, pero admitió que también le dejó una familia bastante desunida debido a los pleitos por las herencias.

“Cada quien tiene su vida y casi no nos hablamos. Guadalupe Rivera, la hermana de mi madre, no me ha podido ver desde que yo era niña. No sé por qué y la verdad no me interesa. Mis primos tienen sus vidas aparte, no se involucran en la obra de mi abuelo. Mi hermano, Pedro Diego, es un pintor excelente; Juan Coronel Rivera, mi medio hermano, es el nieto estudioso y profesionista”, reconoció Ruth.

Hasta antes de morir, Alvarado Rivera escribía un libro que llevaría por nombre Frida y su vida.

Pinta sin miedo del pasado

Ser descendiente de un gran pintor puede ser una ventaja pero también una lápida. Pedro Diego Alvarado Rivera (1956), nieto del muralista, sufrió en algún momento por querer seguir el oficio de su abuelo.

“Fue algo difícil al principio de mi carrera, no en el plano social sino en el personal. Estudié en Francia y no tuve conflicto con quien era, pero al regresar a México, me encontré con la enorme figura que era mi abuelo y me cuestioné si yo podía o no.

Dejé de pintar un tiempo, tuve una crisis fuerte, reflexioné y finalmente me llegó la idea de que un pintor vive una época y pinta con respecto a ello”, reconoce Pedro Diego, quien actualmente se dedica a plasmar paisajes y bodegones en óleo.

“Diego vivió una época llena de comunismo, conflictos, llena de nacionalismo y fue lo que él representó. A mí me tocó una época distinta, tres cuartos de siglo después, en la que ni siquiera los ideales del 68 persisten. Entonces pensé que mientras uno se adapte a su época, la pintura será genuina y única”, prosiguió.

Pedro Diego Alvarado conserva fotografías donde Rivera lo está cargando cuando era bebé.

Entre las anécdotas que le contaba su madre, Ruth Rivera Marín, está la siguiente: “ De muy niños fuimos a vivir con él a la Casa Estudio. Aún después de la muerte de mi abuelo, ese lugar seguía como él lo dejó, se cuidaban los pisos, se cambiaban los petates, había alcatraces u otras flores en la casa”.

Conserva la pasión de su abuelo

Así como Diego Rivera pintaba 18 horas diarias, otro de sus nietos, Juan Rafael Coronel Rivera (1961) dedica al menos 14 horas a escribir. El tema que más lo ha atrapado es la vida y obra de su abuelo, a quien conoce más por su trabajo como historiador del arte que por parte de la familia.

A la fecha, ha escrito 74 libros, el primero de ellos, Diego Rivera; su más reciente publicación se llama Obra Mural Completa, la cual abarca la vida de su abuelo en el arte de 1921 (cuando pintó La Creación) a 1957 cuando hizo su último trabajo.

Coronel Rivera proviene de una familia de pintores como su padre, Rafael Coronel, o incluso Miguel Covarrubias. “A uno le tocan determinados ladrillos para construir su vida, cada quien los acomoda como quiere. El haber sido parte de la familia Rivera me ha ayudado de cierta forma pero también me ha cerrado puertas”.

Él cree que el esfuerzo para ser alguien distinto es puramente individual. “A Diego Rivera le preguntaban cómo le hacía para pintar tan rápido. Él les respondía que no pintaba rápido sino que pintaba muchas horas al día. A mí no se me dio pintar pero sí investigar y escribir”.

De su abuelo materno admira un sinfin de cosas. “Diego Rivera era un genio de los que no abundan. Su capacidad de trabajo y de vivir era impresionante. Pintó 58 murales, 10 mil cuadros de caballete, perteneció a varios partidos políticos y fue miembro activo de ellos. Se casó cuatro veces y tuvo 50 amantes, era una persona que socializaba mucho.

“Era un humanista. Yo lo considero el gran hombre del siglo XX porque todo lo que hacía tenía sentido de evolución. Promovió el primer movimiento cultural latinoamericano: el muralismo. Con éste se demostró que nosotros no formábamos parte de la periferia. Estaba muy interesado en el arte popular mexicano y lo posicionó a escala mundial. Ahora no hay ningún artista con las mismas inquietudes que él, no hay un motivo tan más profundo como el que movía a Diego Rivera”, concluyó.



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