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Encuentro con la comida sueca

Arturo Reyes Fragoso| El Universal
Domingo 08 de julio de 2007
A la escritora Aline Petersson le gusta preparar arroz a la mexicana, tal y como le enseñara su madre, y brindar con tequila aunque, para esta ocasión, recurre al aquavit —un aguardiente originario de Suecia y el resto de Escandinavia—

A la escritora Aline Petersson le gusta preparar arroz a la mexicana, tal y como le enseñara su madre, y brindar con tequila aunque, para esta ocasión, recurre al aquavit —un aguardiente originario de Suecia y el resto de Escandinavia—, con el que brinda a la manera tradicional, mirando a los ojos de cada uno de sus invitados, antes de exclamar skol, que significa “salud” en el idioma de sus ancestros paternos.

Durante su infancia y juventud, la autora de La noche de las hormigas y Las muertes de Natalia Bauer, mantuvo un estrecho contacto con la gente y cultura de Suecia, e incluso realizaría con sus padres un viaje a aquellas lejanas tierras, parte del cual aborda en otros de sus libros, Viajes paralelos. De ahí nació su afición al arenque, las galletas de jengibre y el pescado cocido al vapor, a la usanza nórdica, el cual prepara a la fecha en su casa para celebrar Navidad.

“De niña y jovencita estuve inmersa en lo que entonces se llamaba ‘la colonia sueca’ de México; mi papá nació aquí, pero se fue con su familia a vivir a Suecia, de donde eran mis abuelos, y ya de adulto volvió al país, contratado por la compañía telefónica Ericsson.

“Los suecos aquí radicados celebraban a lo grande dos fiestas tradicionales, los días de San Juan y Santa Lucía; el primero conmemora el solsticio de verano, mientras que el segundo anuncia el inicio de las fiestas navideñas. En ambos, los jóvenes bailábamos, con trajes típicos, polkas, valses y chotís.

“La cocina escandinava, por razones de clima, tendía a ser muy simple, lo cual ha cambiado por la influencia de la globalización. Hasta la fecha, vamos el 24 de diciembre por la mañana al mercado de San Juan a comprar pescado para la cena navideña, siguiendo la tradición familiar de prepararlo al vapor, al estilo sueco —aquí utilizamos huachinango fresco, en vez de bacalao—, con papas y salsa de mantequilla. Esa cena es como las de antes de que llegara Babette con su festín a Escandinavia, a enseñarles que la comida puede ser más condimentada.

“En las navidades también suelen hacerse galletas de especias, como jengibre y cardamomo, llamadas pepparkakor, las cuales también preparamos en casa. En agosto se celebra el Día del Cangrejo, para despedir al corto verano; para ello se consume un cangrejo sueco que sólo puede pescarse durante dos meses al año, por la veda.

“Allá se dan unas moras pequeñas, que hervidas con mucha azúcar sirven para elaborar una conserva usada para acompañar la carne de puerco. Durante todo el año se come mucha anguila y ganso, y son muy famosas unas mesas de buffet llamadas smörgåsbord, puestas en restaurantes y casas con salmón fresco y sandwichitos de huevo duro y pescado.

“Otro platillo tradicional son los rollitos de col con carne molida, llamados kåldormar, que los suecos sienten perfectamente propios, aunque conocí un ruso que los siente suyos también. Esto se debe a que, siglos atrás, al invadir los turcos Europa, suecos y rusos bajaron a combatirlos, incorporando a su cocina tradicional este platillo de medio oriente.

“Hay otro plato, muy casero, conocido como ‘limpieza del refrigerador’, en el que fríes las sobras —unas zanahorias, algo de carne de puerco, ternera y salchichas— con papa y cebolla, éste es sólo para comerse en familia.

“De niña viajé con mis padres a Suecia; acababa de terminar la guerra en Europa, y si bien el país permaneció neutral, había racionamiento de comida. Allá me compraron mi primera bicicleta y conocí las cerezas trepada en el árbol de una tía que daba estos frutos, atracándome de ellos. Otra experiencia inolvidable fue ir al bosque a cortar fresas y frambuesas silvestres.

“Mi primer encuentro con la comida sueca ocurrió en el barco que nos trasportó de Nueva York —a donde llegamos luego de un viaje de varios días por tren, desde México— a Gotemburgo, donde probé el arenque en salmuera con vinagre, que a mí, por alguna extraña razón, me encantó. Luego empezaron a exportarlo a México dentro de unos barriles; venían secos en sal y había que quitarles las espinas, lo cual era francamente un horror.

“Fue en el barco donde también probé las primeras versiones del consomé sintético de pollo, unos cuadritos que sabían a demonio. ”



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