aviso-oportuno.com.mx

Suscríbase por internet o llame al 5237-0800




Santa María la Ribera, colonia centenaria

Arturo Reyes Fragoso| El Universal
Domingo 13 de agosto de 2006
Después de 100 años de existencia, esta colonia conserva la magia de antaño, gracias, entre otras cosas, al quiosco Morisco, una construcción del siglo antepasado

Si bien no es tan popular como la Roma o Condesa, la colonia Santa María la Ribera también ostenta una prosapia hoy centenaria, que conmemoramos con las historias de dos de los elementos que ayudaron a forjarla. Una de ellas todavía existe, y además constituye una excelente opción de paseo dominical dentro de la ciudad de México.

Un símbolo nómada

Podemos decir que el corazón de Santa María la Ribera lo representa su alameda, delimitada en uno de sus lados por el museo del Instituto de Geología, soberbio edificio de fachada de piedra inaugurado en 1906, y que fue una de las numerosas obras mandadas a edificar por Porfirio Díaz encaminadas a celebrar el centenario de la Independencia de nuestro país, y que resguarda en su interior una interesante colección de fósiles y minerales.

En el centro de la alameda de Santa María la Ribera se levanta su símbolo, el quiosco Morisco, bellísima construcción de páneles desmontables y cúpula acristalada, diseñada por el ingeniero José Ramón Ibarrola, para servir originalmente como el pabellón de México en la exposición internacional de Nueva Orleáns de 1886, según informa Berta Tello Peón, en su libro Santa María la Ribera.

Su estructura de mamparas desmontables permitió trasladarlo de regreso a nuestro país, donde se instaló originalmente en el lado sur de la Alameda central, frente a la iglesia del Espíritu Santo, donde estuvo hasta el año de 1910, cuando se reubicó en el parque de la añeja colonia, en el que se encuentra hasta el día de hoy.

En 2003, el quiosco fue sometido a un exhaustivo trabajo de restauración, coordinado por el ingeniero Jorge Gómez Jácome, director de McCartney Internacional, compañía dedicada a estas labores.

Entre junio y octubre de aquel año, un equipo de 85 personas, entre ingenieros, arquitectos, carpinteros, herreros, plomeros y pintores se entregó a la tarea de restituirle la imagen y esplendor de antaño.

Fue pintado en sus colores originales, se repararon los daños que habían sufrido sus materiales -en algunos puntos, el quiosco se hallaba cubierto hasta por 10 capas de pintura sobrepuestas- y se añadieron algunos recursos tecnológicos modernos, tales como bloqueadores de rayos ultravioleta y una cubierta de teflón en la cúpula como protección contra la lluvia ácida.

Se sabía de la existencia de varias piezas desprendidas del kiosco que se encontraban dispersas en las casas de los alrededores, éstas fueron rastreadas y recuperadas, como sucedió con el asta bandera que corona la cúpula -misma que desde hacía décadas funcionaba como tendedero en una casa de la vecina calle de Carpio- y que hoy se aprecia otra vez en su sitio original, al lado de la escultura de un águila devorando a una serpiente, posada sobre un globo terráqueo.

Las "yeguas finas" de San Cosme

Durante la primera mitad del siglo pasado, en esta centenaria colonia operaron algunos de los colegios más exclusivos de la ciudad de México, como el Francés de San Cosme que, entre 1904 y 1959, estaba ubicado en la casona identificada con el número 33 de la calle Santa María la Ribera, según consigna también Tello Peón, en éste se educaron varias generaciones de hijas de las familias más pudientes de la ciudad.

Entre los servicios ofrecidos por las hermanas de San José de Lyon, orden francesa encargada de su administración, había un internado, mismo que se señalaba con un letrero a la entrada, que rezaba: Collège Français Saint Joseph. Pension pour Jeunes Filles; curiosamente de aquí se derivó el que a sus alumnas se les conociera con el sobrenombre de las "yeguas finas", según explica la escritora Guadalupe Loaeza, en su novela de título homónimo, "así les dicen a las chicas del Colegio Francés. Mi mamá y todas mis tías lo fueron. Mi tía Guillermina me contó que cuando estaba en San Cosme, los muchachos del Cristóbal Colón y del Morelos iban a la salida del colegio para ver de cerca a ´les jeunes filles´, como llamaban a sus alumnas las monjas francesas. Pero como muchos de ellos no hablaban francés, de tanto pronunciar mal ´jeunes filles´ terminaron por bautizarlas con el nombre de ´yeguas finas´.

" Cuando mi papá era novio de mi mamá, también él iba a buscarla todos los días, pero él sí hablaba muy bien francés y sabía que ´jeune fille´ no quiere decir ´yegua fina´, sino jovencita".



Ver más @Univ_Estilos
comentarios
0