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Los hombres las prefieren ¿feas?

Paula Serrano/El Mercurio/GDA | El Universal
Lunes 18 de abril de 2005
Se dice que las mujeres menos hermosas tienen mayores cualidades internas que las que poseen encanto, elegancia y buena silueta, pero la realidad es que la belleza no determina ni la felicidad ni un mejor futuro

Cuando hablamos de problemas, hablamos más de las feas que de las bonitas. Uno se pregunta a veces por qué el dicho popular dice "La suerte de la fea, la bonita la desea", si al final ya no hay feas, con tanta cirugía y tantas formas nuevas de sacarse partido.

Y ya nadie es de verdad poco atractiva, como eran esas tíasabuelas que uno se preguntaba cómo Dios permitió sobre la Tierra esos seres sin belleza.

Claro, es verdad que se decía que las feas tenían más aguante y eran más agradecidas, que cuidaban mejor a los maridos, que estudiaban más para compensar, que eran más sólidas porque la búsqueda de aprobación constante no estaba entre sus defectos. Es cierto, las antiguas feas eran seguro mejor persona que las lindas.

Pero la sicología nos ha ido demostrando que la verdadera solidez viene de otros lados y que la belleza ayuda, pero no determina. El encanto, la espontaneidad, la inteligencia, la silueta, la elegancia, etcétera, terminan por ayudar a todas a suplir los déficit de las infancias y de la formación.

Hay, sin embargo, un aspecto clave a analizar en las historias de las lindas: la envidia. La envidia es un sentimiento normal, que regula las relaciones desde la infancia, que da origen a propósitos vitales compensatorios importantes. Es también un sentimiento temido, avergonzante. Es curioso constatar el miedo que le tiene la gente a reconocer que está envidiosa.

La envidia se racionaliza, se sublima, se desplaza. Tanto, que a veces parece desaparecer de nuestras vidas. Bien, la envidia existe y hace mucho daño cuando no se distingue como tal para quien es el objeto de envidia. Por ejemplo, las lindas.

Cuando una niña tiene un juguete que nadie más tiene y todas quieren jugar con él, es capaz de distinguir la envidia de la que le descalificó su juguete.

Puede darle rabia, pena, pero entiende, sabe. Distinto es el caso de las lindas.

En la infancia, sobre todo entre las niñitas, siempre hay una que es la más linda. Entre las hermanas, entre las primas, entre las compañeras de colegio, entre el grupo de amigas. Esa niña suele estar marcada por sentimientos confusos y tener en su vida adulta comportamientos y emociones que tienen como fondo evitar la envidia.

Por ejemplo, si alguien es muy buena, amiga de todos, muy ayudadora, evitadora de conflictos, yo me pregunto inmediatamente: "¿Sería la más linda?"

Este no es un tema frívolo ni menor, es un problema que atañe directamente a los padres. Las historias de estas mujeres están repletas de ejemplos donde padres jugaron un rol crucial. En familias donde la estética es un valor muy fuerte, donde la belleza es una forma de estatus, donde existe un doble estándar en que lo externo no importa pero la verdad es que importa mucho, donde la envidia no se reconoce como sentimiento legítimo de los niños, estas historias proliferan.



La tragedia de las lindas

La verdadera tragedia de las lindas desde chicas es su dificultad o imposibilidad de relacionarse con las otras mujeres como iguales, como cómplices reales. Se suelen perder el más calientito de los lugares. Ante el temor de ser consideradas enemigas, se aíslan, se someten, se dejan avasallar, sobreprotegen a las demás, mienten, sobreexponen sus inseguridades y problemas, cualquier cosa con tal de no sentir ese sentimiento que en la infancia no tuvo nombre, pero que hería hondo la envidia de otra mujer querida. Porque las hermanas son necesarias (si existen) como protección, como germen de complicidad. También las primas y las amigas.

"Tuve una amiga desde chica que me hacía sentir tan bien. Mis hermanas me querían mucho, pero cada vez que podían estaban en contra mía. Era difícil para mí, yo estaba consciente de ser la locura de mi papá y la de mi madre, aunque ellos dicen que nunca fue así; todos los hermanos ahora nos reímos de lo absurdo de no reconocerlo. Esta amiga mía, un día cualquiera, justo cuando yo estaba mal, me separó de ella de manera rara y agresiva, inexplicable para mí. Hace poco me di cuenta de que siempre me tuvo envidia, pero que yo le convenía en muchos sentidos, y supongo que me quería mucho, pero cuando pudo vengarse lo hizo; yo lo viví como traición. Ahí supe que esa situación era conocida. Ahora que lo sé ya no me cuido; si me quieren bien, si no, una pena".

"No tengo amigas, me llevo mejor con los hombres. Desconfío de las mujeres, nunca me han tratado bien, siempre me he sentido en competencia sin estarlo, demostrando que soy inofensiva. Ya sé que da vergüenza decirlo, pero yo he sido tan llamativa, tan rubia, tan alta, tan flaca, que supongo que soy un peligro para ellas, Sus novios, después sus maridos, ahora los jefes."

Entonces, el tema no son los hombres, son las otras mujeres y los padres.



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