Sorprende a Rafael Cauduro la paternidad
Poco después de que Rafael Cauduro se casara, por primera vez, con la escultora Carla Hernández, hace más de 25 años, él y su flamante mujer decidieron radicar en la llamada ciudad de la eterna primavera, aunque la ilusión del artista era estar cerca de una playa. "Me conformé con Cuernavaca porque, en aquella época, Carla era la que ganaba más dinero de la pareja y no podía alejarse por mucho tiempo de la capital del país. Vi a Cuernavaca como un pasito para acercarme al mar. Sin embargo, poco a poco me empezó a gustar muchísimo". Aun así, en 1981 probaron Puerto Vallarta. Según relata el pintor, esa experiencia no fue nada afortunada. "En sólo seis meses me di cuenta de que vivir a la orilla del mar es fabuloso, pero que tiene también gravísimos inconvenientes: quedé harto de los cuates que van allá a disfrutar con toda intensidad sus tres días de vacaciones. Por supuesto, a los seis meses regresamos a Cuernavaca". Cuando se le pregunta sobre su estilo, tanto en sus pinturas como en sus esculturas, Cauduro se muestra evasivo. "No me gusta definirlo. No quiero tener límites en cuanto a mi obra especifica. Mi intención es dejarlos muy abiertos para cambiar en el momento en que yo quiera. Me considero apasionado del mal gusto y fanático del deterioro. Lo afortunado de una obra es que plantea nuevas posibilidades y que te lleva a lugares que ni te imaginas. Te crea una forma de decir las cosas, que es el lenguaje de cada artista". Acepta que el deterioro se ha convertido en la única propuesta que ha mantenido durante toda su obra, que abarca ya 25 años. "Lo veo como algo nuevo, como un proceso de transformación, no como una decadencia hacia la nada, hacia desaparecer. Mi obra está basada, sobre todo, en objetos creados por el ser humano". Pone como ejemplo una casa: "Primero se vive el terreno y, luego, se construye poco a poco hasta que se termina. Se le da la última pintadita, se le fumiga. Queda séptica. Es un término muy elegante para no decir que está ya devastada totalmente de vida. Sin embargo, poco a poquito empieza a entrar una arañita, brota el musguito, truena el cemento y se presenta lo que llamamos el deterioro. Para mí, es el comienzo de la vida de ese objeto. Me parece muy alentador cómo la naturaleza empieza a poner sus historias. Nosotros mismos agregamos las nuestras en lo que va quedando de los objetos". Comenta que eso explica el porqué de los diversos materiales y texturas de sus obras. "Han sido para mí un laboratorio. Van más allá de ver los tonos del color, de las luces y las sombras. Busco captar lo brillante, lo mate, lo liso, lo rugoso, lo arenoso, lo polvoso? Quiero que caminen más allá de las sombras y de las luces", explica el pintor. Confiesa que la paternidad, primero no deseada ni buscada, lo sorprendió. "Cuando yo iba a cumplir los 48 años (la misma edad de mi padre cuando vine al mundo), nació mi primera hija. Me di cuenta de que es algo maravilloso. ¡Qué bueno que pude vivir esa experiencia. Estoy encantado! Soy un papá barquísimo y lo disfruto". Tanto, que está dispuesto a dejar a sus niñas el espacio que ocupa su estudio. "No tienes idea de lo maravillosamente latosas que son mis hijas". Asegura que ellas son su preocupación actual. "Mi deseo más profundo es que sean felices. Hasta ahorita lo hemos logrado. El presente con las niñas es maravilloso, aunque me preocupa el futuro, ese tiempo que no existe, pero que nos inquieta". Otra de las preocupaciones del artista es su salud. "Todos mis hermanos y yo nacimos con una deficiencia cardiaca genética explica. Hubo una rachita; en un solo año murieron tres de mis hermanos y un sobrino. Además, una frustración muy fuerte es haber comprobado que mi memoria ha disminuido bastante como consecuencia de usar solventes químicos en mis actividades plásticas. Hoy, llevo una vida muy ordenada. "Me levanto a las siete de la mañana, salgo a correr, desayuno, trabajo, es hora de comer, tomo mi café y hasta hago siesta. No recibo muchas visitas porque le quitan tiempo a mi obra".
Un fanático del deterioro
Rafael es el menor de los seis hijos (cinco varones y una mujer) de una pareja de agricultores ganaderos y vivió siempre en la colonia Chapultepec Morales. "En mi recámara tenía mi caballete y pintaba", nos platica.
Un papá dichoso
Casado en segundas nupcias con Ileana Pérez Cano desde hace ocho años y con dos hijas, Juliana y Helena, de seis y tres años, Cauduro se declara "un hombre feliz, sin ser un triunfalista. Considero la felicidad como un estado de ánimo (muy parecido al de la salud) que uno debe mantener, no tanto alcanzar, debe vivirlo: estar bien y con la vida resuelta más o menos, con holguras y con un bienestar general".





