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La Monja del Café de Tacuba

Olga Valenzuela| El Universal
Domingo 02 de noviembre de 2003
Forma parte la historia del restaurante, pero además, "el fantasma" de María Blasa del Sacramento es una presencia protectora, dicen los dueños del lugar

Entre el mito y la leyenda, miles de fantasmas aún viven y se recrean en la imaginación de los habitantes de la ciudad de México, sobre todo los de la época colonial, que han logrado trascender y perdurar hasta nuestros días.

Por ello no es extraño que al acudir a aquellos lugares cargados de tradición, el tiempo se detenga y las paredes guarden las presencias vivas de antaño. Aquí te presentamos una reseña de los fantasmas más "famosos".



La monja del Café de Tacuba

Tradición y leyenda se entretejen en esta historia. Para los propietarios de este restaurante, en voz de la señora Gabriela Canales de Ballesteros, el fantasma de la monja del Café de Tacuba es una presencia protectora y cada año en esta fecha se recrea su imagen en la entrada del lugar; además, dice, es parte importante de las crónicas y reseñas del sitio.

Joven, bella y de aspecto dulce, sor María Blasa del Sacramento se convirtió en monja en contra de su voluntad. Su padre, don Ignacio Negrete la obligó a hacerlo, ya que su hermana mayor se había rebelado para no ingresar en una orden religiosa.

Corría la mitad del siglo XVIII, y como buen católico, don Ignacio no se conformó con entregar una hija al servicio divino, sino que también donó el predio que actualmente alberga al Café de Tacuba, para que ahí se edificara el convento de las monjas clarisas.

La obediente sor María se incorporó en esa orden. Entre sus obligaciones estaba la atención y el cuidado de los dementes que eran atendidos en el hospital del Divino Salvador, ubicado a espaldas del convento, hoy Tacuba 28, en el Centro Histórico.

Sumisa y resignada cumplía con esmero su trabajo, aunque nunca estuvo conforme con la vida que eligieron para ella. Un día mientras realizaba sus actividades, en un descuido, fue asesinada por un loco perdidamente enamorado de ella. Desde entonces sor María habita permanentemente el lugar, ahora convertido en el tradicional restaurante, de esta forma comparte con los comensales el sabor de las enchiladas, los tamales, los sopes, las tostadas, y el exquisto pan de dulce acompañado de su humeante chocolate.

Y si se trata de echar a volar la imaginación, tal vez su verdadera felicidad radicaba en ser cocinera, pues su presencia se ha sentido precisamente en ese rincón, por ello quizá los platillos conserven un sabor tan peculiar.



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