En cada oficina hay un adulador
"Recuerdo una entrevista con Laura, una candidata para un puesto de investigación. Su curriculum era excelente; su aspecto, grato y sus modales, impecables. No obstante, mientras conversaba con ella, tuve la incómoda sensación de hallarme ante una lambiscona: repartía alabanzas tanto a la empresa como a mi personalidad . "Cuando le informé que el puesto exigía mucha labor de campo y realización de encuestas, me aseguró que ésas eran exactamente las tareas que deseaba llevar a cabo. Cuando le pregunté si estaría a gusto en una compañía pequeña, contestó que eso era perfecto, dado su temperamento. Cualquiera que fuera la pregunta, ella ofrecía una respuesta entusiasta. O verdaderamente así era la chica, o me hacía la barba con tal de quedarse con el empleo. "Decidí averiguarlo. Pedí su opinión acerca del trabajo de oficina. Enfatizó que le encantaba escribir a máquina, organizar archivos y atender el teléfono. Le comenté que mi empresa podría fusionarse con una gran compañía nacional, y olvidó que 20 minutos antes se había mostrado satisfecha de colaborar en una firma pequeña: aseguró que la fusión sería increíble . No consiguió el puesto: su actitud aduladora era claramente un medio para llegar a un fin". Al aludir a este caso, Jaime E. Osollo Álvarez descubre a los incómodos lambiscones de la oficina. Director de Conocimiento XXI, importante consultoría de personal "para empresas orientadas a la productividad", refiere que lambiscón, barbero, besamanos y adulador son calificativos que se ganan quienes viven repartiendo lisonjas. "Decía la escritora Lisa Kirk -cita el experto- que un chismoso cuenta cosas de los demás; un narcisista habla de sí mismo; un brillante conversador habla bien de ti . "Por ende, en principio, halagar constituye un buen sistema para promoverse y hacerse de amigos. Congraciarse con alguien puede significar simplemente un deseo natural de alcanzar su amistad o de crear una favorable impresión. Sin embargo, cuando el halago empalaga, a menudo conduce al descrédito". En su opinión, el barbero reúne "cualidades" como las siguientes: 1. Exagera las virtudes del otro en cuanto a su apariencia, cultura o inteligencia. O sea, juega con sus puntos débiles o talón de Aquiles. Suele recurrir a exclamaciones como: "¡Qué inteligentísimo (a) es usted", o "¡que guapísima (o) está hoy!" 2. "Respalda las actitudes y opiniones del otro en temas cruciales como la política, la religión o el sexo, aunque las del propio adulador sean totalmente opuestas. Sus frases favoritas: "Tiene usted toda la razón", "igual pienso yo". 3. Ofrece favores no solicitados, pero de evidente atractivo para el halagado. Sus frases predilectas: "Lo que usted mande y ordene", "estoy a su disposición en todo momento". 4. Pasa por alto o pone de lado sus intereses personales para allegarse la buena voluntad de sus compañeros o superiores, porque para él, amor equivale a aprobación. A menudo expresa: "Mi opinión es lo de menos", "con gusto lo haré por usted". El señor Osollo indica que, conforme a las estadísticas, los varones tienden más a este comportamiento, si bien abundan las mujeres aduladoras. La pasión y obsesión del adulador por el jefe no conoce límites: se desvive por él, se desmañana por él, sufre por él... y hasta se divorcia por él --advierte nuestro consultor. Pero el jefe de un lambiscón exige cada vez más. Y quien se pone de tapete lo acepta, pues sabe que la táctica puede rendir sus frutos. Acepta que, curiosamente, las azafatas de oficina constituyen un "mal positivo", pues destilando miel satisfacen vanidades, egos y narcisismos. "Me explico -prosigue-: los seres humanos necesitamos autovalorarnos. Las adulaciones pueden ayudarnos en tal sentido. Reconforta mucho que le digan a uno que es simpático, inteligente y guapo... aunque sea insoportable, mediocre e ignorante. Como ya dijo Oscar Wilde: Amarse a sí mismo es el principio de un romance que dura toda la vida ."
?Cualidades? de un lambiscón
Jaime Osolo señala que las personas desarrollan un sinnúmero de fórmulas para resultar no sólo simpáticas, sino para obtener algo de los demás: un favor, un ascenso, un empleo, una operación comercial o una conquista sexual.
Lisonjero desde pequeño
"El lambiscón de oficina comienza su carrera en la infancia --afirma el especialista--. Fue ese niño o niña que borraba el pizarrón antes de empezar la clase y solía ser el consentido o la consentida de la maestra. Al crecer, su vida profesional se centra exclusivamente en "hacer la barba" a quien pueda satisfacer su requerimiento fundamental: ¡el ascenso! Con tal de materializarlo, el lambiscón, por ejemplo, se preocupa más por las relaciones con su jefe o jefa que con su mujer: se acuerda con exactitud del día del santo o cumpleaños de su superior (¡aunque olvida la de su aniversario de boda!); acompaña al jefe en los desayunos y almuerzos de trabajo, donde pide y come el platillo preferido del mandamás (a pesar de que no le agrade); juega con él partidos de tenis de fin de semana (y siempre pierde, porque domina la primera regla del adulador: no permitir que su jefe sepa que es mejor que él); festeja los recurrentes chistes y soporta con estoicismo el mal humor del patrón, aun cuando éste lo humille ante los colegas.
Un mal necesario
Según el director de Conocimiento XXI, no hay oficina que se salve "de las azafatas, siempre agradables, dispuestas servir y que constantemente se disculpan ante el jefe". Lo que asombra, añade, es que muchos de los acomodaticios han alcanzado puestos elevados, mientras que otros no lo consiguen, pese a su dedicación y eficiencia. "En muchas empresas el servilismo, la lambisconería y la agachonería -manifiesta- son condiciones para el éxito".
Pero no siempre ganan...
De acuerdo con la teoría del autoconocimiento, basada en las diversas clases de necesidades humanas, físicas, intelectuales, sentimentales, emocionales, espirituales), la gente congenia con quienes comparte actitudes y opiniones. "Por ello, si las lisonjas del lambiscón no coinciden con los valores del halagado -subraya Jaime Osollo Álvarez-, aquéllas no siempre serán eficaces. Los halagos generarán agrado sólo si apoyan la imagen que de sí mismo tenga el receptor". Si la adulación se finca en una cualidad de la que a todas luces se carece, el lambiscón saldrá perjudicado. Tal ocurre cuando el adulado se muestra refractario a las alabanzas. Podría reaccionar poniendo en evidencia y ridiculizando al lambiscón, concluye el señor Osollo Álvarez.





