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Silvia Molina, una escritora que tuvo que vencer la dislexia

Elsa Estrada/?Contenido?| El Universal
Lunes 05 de noviembre de 2001
Recibió en España el Premio Leer es Vivir por el cuento "Quiero ser lo que seré". Su maestra de primaria le decía que jamás aprendería a leer

En marzo del año pasado, cuando subió al estrado en Madrid para recibir el Premio Leer es Vivir, Silvia Molina (galardonada entre 200 competidores por el cuento Quiero ser lo que seré ) no pudo sino recordar que, muchos años atrás, cuando estudiaba segundo de primaria, una de sus maestras solía denostarla porque, aseguraba, la chiquilla nunca aprendería a leer, mucho menos a escribir, decía. Nacida en 1946 en el DF, casada, madre de 2 hijas, Silvia Pérez Celis (tomó como apellido de pluma el de su marido, el ingeniero Claudio Molina) fue la quinta hija del político y escritor Héctor Pérez Martínez, subdirector del desaparecido periódico El Nacional , gobernador de Campeche (1939-1943) y primer secretario de Gobernación de Miguel Alemán. Casi no conoció al padre, fallecido cuando Silvia apenas cumplía dos años de edad, y creció atormentada por una dolencia que no comprendía: por más que se esforzaba, era incapaz de entender el lenguaje escrito. Invariablemente invertía las sílabas y leía "toga" por "gato" y "mate" por "tema". Como además era zurda en una época en que se obligaba a los niños a escribir con la mano derecha, sus maestras del Colegio Francés no sabían qué hacer con ella y la consideraban un especie de retrasada mental, aunque tenía buenas calificaciones en materias tan difíciles como matemáticas.

Sólo en la secundaria Molina encontró una maestra comprensiva, una española que dictaba literatura. Ella la puso a leer en voz alta hora tras hora. Jamás desesperó ante las frecuentes equivocaciones de la chiquilla y a fuerza de paciencia consiguió que Silvia superara tan bien su tara que a la postre se convirtió en asidua lectora ante el grupo: Era la "actriz" del salón, bromea.



Equívoco afortunado

Luego de pasar varias temporadas en París y Londres con una tía Silvia se matriculó en la UNAM para estudiar Antropología. Al graduarse, contrajo matrimonio y se dedicó a dar clases de idiomas.

Tras el nacimiento de sus dos hijas, a fines de los 70 la señora retornó a las aulas, para graduarse en la carrera de Literatura.

Pronto descubrió que la menor de sus niñas padecía las mismas penas que ella con la lectura. Para ayudarla discurrió algunos trucos y se apresuró a hablar con las maestras de la pequeña, para ahorrarle tragos amargos. Así se enteró que el mal suyo y de la niña se llama dislexia.

Auxiliada por una sicóloga escolar, la hija -hoy de 25 años de edad- superó el problema, se convirtió en campeona nacional de gimnasia olímpica y acaba de graduarse como contadora. Su hermana mayor es abogada. Silvia publicó en 1977 su primera novela, La mañana debe seguir gris , que narra los amores frustrados de la jovencita con un poeta que fallece en un accidente automovilístico. Editada por Joaquín Mortiz, el libro ganó el Premio Xavier Villaurrutia, otorgado por escritores a los mismos escritores.

Cuando Francisco Zendejas fundador del premio, me llamó para darme la noticia, pensé que era una broma y, muy enojada, le colgué el teléfono, relata. Cuando la explicaron que no era broma, tuvo que devolver la llamada para disculparse.

La segunda novela de Silvia Molina fue Ascensión Tun que cuenta la historia de un niño maya. Siguieron el libro de cuentos Lides de estaño y la novela La familia vino del norte , una alegoría sobre la Revolución mexicana.



Ignorancia benéfica

Becada por la Universidad de Utah, pasó un año en Estados Unidos como escritor residente. A su vuelta a México se empleó como editora, sin dejar de escribir. Socia desde hace 12 años de Ediciones Corunda, Molina publica libros para niños. Aunque enfrenta repetidas dificultades financieras, no desiste porque, asegura, no hay placer comparable al de un niño que se emociona frente a un libro bien hecho y se adentra en los misterios de la ficción.

Pese a que escribe regularmente la novelista jamás ha podido librarse de la dislexia, que la ataca cuando está cansada; entonces confunde sobre todo las fechas y pierde fácilmente el sentido de orientación.

Su obra más reciente, que le valió el premio en España, está escrita en verso y narra las desventuras de una niña disléxica. La dedicó a su hija menor, otra que también venció a la dislexia.



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