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Dora Beckmann primero diseñó joyas como un pasatiempo

Eugenia Álvarez/?Actual?| El Universal
Lunes 22 de octubre de 2001
Rechazó la oferta de crear bisutería para la casa Chanel. Posee una colección de 300 piedras; sus piezas son muy codiciadas

La menor de tres hijos del empresario Juan Beckmann y de su esposa, Doris Legorreta, se graduó en el Instituto de Gemología de Nueva York y por motivos sentimentales rechazó la oferta de crear bisutería para la casa Chanel. Se inició en la joyería como pasatiempo y ahora sus piezas son muy codiciadas.

Encontramos a Doris (como le gusta que la llamen), en su espacioso departamento de la ciudad de México, recién llegada de Nueva York, donde compró piedras que estarán de moda durante la temporada otoñoinvierno, según expresa: cuarzos ahumados (de tono marrón), citrinas (de color amarillo), amatistas (doradas), peridots (verdes), perlas doradas, granates. Con ellas trabaja sobre una charola de ante y terciopelo ideando nuevos collares para su exclusiva firma de accesorios Dora B.

En la habitación que adaptó como taller, destaca una vitrina de pared a pared en la que conserva su colección de más de 300 gemas, que inició en la adolescencia y la cual ha incrementado en sus viajes por el mundo. Allí admiramos, entre otras cosas, topacios imperiales exclusivos de Brasil, turquesas de Arizona, berilios, esmeraldas, piedras de la luna (moon stones, que corresponden a su signo zodiacal), al igual que sus predilectas: las morganitas (de color rosa y denominadas así en honor del célebre banquero J. P. Morgan, quien fue propietario de una mina de este mineral).

Aunque muchos de los ejemplares que adquiere ingresan a su colección, la señora Beckmann de González emplea otras en la elaboración de alhajas y piezas de orfebrería. En este caso se hallan la calcedonia, de la familia de las ágatas y que puso de moda la célebre joyería van Cheef; la tanzanita (de color morado y cuyo precio se elevó a raíz de que la adoptara Tiffany; las turquesas, que Doris trae de Egipto; las perlas, zafiros amarillos y rubíes, que compra en Bangkok; algunos corales, ágatas, esmeraldas, cuarzos y topacios, que consigue en Nueva York, San Juan del Río (Querétaro) o en las ferias anuales de piedras y minerales que se efectúan en Arizona y Las Vegas.

Para la Beckmann, en un principio la joyería constituyó un mero pasatiempo. En realidad ella estudiaba la carrera de administración de empresas (si bien su pasión han sido las gemas) cuando le divertía que amigas suyas o de su madre le llevaran hilos de piedras, "para que nos hagas algo con ellas", le decían a Dora.

En la actualidad alterna esas encomiendas con sus propios diseños, que más tarde comercializa en boutiques de la capital mexicana. Exhibe las obras acabadas en un magnífico mueble color hueso decorado con motivos azules y sostenido por tortugas talladas que, por cierto, se han vuelto el distintivo de sus alhajas.



Un juego muy especial

Ya graduada por la Universidad Anáhuac, Doris laboró durante dos años en la joyería de Maurice Berger, donde se incrementó su curiosidad por las piedras preciosas ("Todas lo son; no existen las semipreciosas"). Tal curiosidad, aunada al desencanto de haber comprado unas pequeñas máscaras de turquesa que resultaron ser de pasta, la impulsaron a procurar su especialización. Sergio Berger le sugirió que se inscribiera en el Instituto de Gemología de Nueva York, donde él estudió años atrás.

En 1998, al concluir el curso, Doris fue elegida entre cinco estudiantes de la institución para incorporarse, en calidad de diseñadora de bisutería, a la casa Chanel. "No acepté porque en México me esperaba Esteban (un joven empresario de apellido González), quien hoy es mi esposo".

La Doris Beckmann de González se ha orientado a la detección de diamantes sintéticos o con fracturas. "La General Electric, por ejemplo, obtuvo en el laboratorio unos con la misma claridad, pureza, cristalización y propiedades tanto físicas como químicas de los naturales. Son gemas igualmente valiosas en el mercado; pero hechas por la mano del hombre, lo cual para mí les resta cierto valor".

En México Doris tomó un curso sobre diamantes, llamado Diamond Rules, en Berger Joyeros, y el básico de conocimientos de relojería impartido por la casa Patek Philippe.

"Analizar una joya bajo el microscopio y dictaminar sus características resulta muy grato. En ocasiones he identificado, por ejemplo, supuestos diamantes que en verdad son topacios blancos, circonias o simple vidrio. Las falsificaciones cada vez son más sofisticadas. Se puede ver, digamos, un anillo de rubí cuya piedra parece perfectamente montada; sin embargo, bajo la lente del microscopio se advierte que el rubí sólo se halla en la corona y por debajo nada más hay vidrio.

"Por eso actualmente su pasatiempo favorito consiste en pedir a sus amigas que le presten sus alhajas para examinarlas y determinar de qué piedras se trata y evaluar la calidad de éstas.

Madre del pequeño Esteban (de un año de edad), Doris relata divertida cuánto sufrió su marido para elegir el anillo de compromiso. Sabiéndola una experta en la materia, se documentó en varios de los libros de su futura prometida, incluso en el Rapaport , que consigna precios.

Después ideó una original estrategia para entregar a su novia la sortija: rentó por una tarde el centro de diversiones acuáticas Cici, de Acapulco, al que invitó a Doris y a los sobrinitos de ella para que disfrutaran con los delfines. Una vez dentro de la alberca, el instructor lanzaba a los cetáceos un aro, que éstos pasaban al grupo. Cuando Doris lo recibió, descubrió el anillo atado al aro con una liga.

El día de su boda (12 de junio de 1999), en Las Vizcaínas, nuestra entrevistada lució una tiara confeccionada por Maurice Berger con los brillantes y perlas del collar que doña Doris Legorreta de Beckmann obsequió a su hija. "La luna de miel fue en Tailandia, Indonesia y Sudáfrica, donde aproveché para buscar gemas originarias de cada lugar", dijo.

La diseñadora de joyas retoma su tarea y ensarta unas acuamarinas enormes (de 4 a 5 centímetros) que intercala con unas cuentas de oro. "¡Una vez terminado el collar, pesará cerca de kilo y medio!", concluyó.



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