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Afrodita, Diosa del amor

Pablo de Ballester/?Contenido?| El Universal
Jueves 18 de octubre de 2001



Envenenó de envidia a las mujeres del Olimpo e inspiró entre los dioses tanta lujuria que, sin advertirlo, cimentó su propia desgracia

Afrodita es actual, antigua, perenne, inagotable. -refleja varias facetas mitológicas femeninas: el calor de la vida, el significado de la pasión, la potencia de la voluptuosidad. Los griegos tardaron en comprender el concepto de Afrodita, proveniente de Asia, pero al cabo hicieron que sus dioses adoptaran a la deidad asiática en el Olimpo mediterráneo.

En la Teogonía o catecismo mitológico de Hesíodo -el segundo de los autores helénicos después de Homero; vivió entre los siglos VIII y IX antes de Cristo se dice que en un principio existió el caos, idea compartida por los pensamientos chino y persa. De ese caos surgió la Madre Tierra: Gea. Y ella, a su vez, engendró con el vaho de su respiración a Urano, el cielo, que se convirtió en el esposo que la cubre, protege y fertiliza. Gea dio a luz a los primeros seres no procedentes directamente del caos, como ella.

Los primeros, los gigantes, le salieron mal y en ello hay una curiosa y entrañable similitud con las mitologías mesoamericanas: tenían 100 brazos y manos. Urano, avergonzado, los mandó al Tártaro, el infierno helénico. La segunda generación fue la de los cíclopes, que tenían 2 brazos y 2 manos, pero un solo ojo. También se fueron al Tártaro.

La tercera generación, la de los titanes, también fue gigantesca. Uno de ellos, Cronos, se murmura que fue el último, el más pequeño creció obsesionado con apoderarse del trono de su padre e hizo partícipe de sus ideas a su hermana, la titana Rea.

Cronos, con un hacha de pedernal, castró a su padre Urano y arrojó el miembro amputado al mar. El pene cayó cerca de las costas de Chipre y causó en las aguas del Méditerráneo una efervescencia de espuma espermática, de la que surgió Afrodita (Ditis", la que surge; "Afrós", espuma). De ahí que todos los frutos del mar, los mariscos, se consideren afrodisiacos, estimulantes para el amor.

Afrodita es pues, hija del cielo, la más antigua de la diosas. Ella se asomó al Mediterráneo mucho antes que los pueblos mediterráneos adquirieran sus identidades.



Efervescencia seminal

El origen del mito es mesopotámico. En Asiria, en Frigia, en Fenicia, en Egipto, aparecía ya Afrodita, la diosa del sexo: no del amor en el sentido abstracto, sino del amor erótico, el más creador porque tiene como consecuencia la vida.

Luego surgieron variantes de esta diosa, que permaneció como gran madre y acabó por confundirse con la propia Gea. Uno de los conceptos más arcaicos -y confirmado recientemente-, es el del origen acuático de la vida. Y Afrodita es agua, océano, mar.

Afrodita es la potencia vital del primer dios y su elemento creador (el dios quedó vacío y pasó a segundo término). Los griegos adoptaron a Afrodita, pero no sabían por dónde hacerla entrar en su mitología y confinaron su veneración a las costas del Chipre.

Urano quedó relegado y en su trono se sentó Cronos -el Tiempo, porque fue el primer ser que fijó un límite a la vida. Se casó con su hermana y cómplice Rea y constituyeron la segunda pareja de divinidades máximas. Ambos gobernaron en los corazones y en las mentes de sus fieles durante muchísimas generaciones y tuvieron muchos hijos. Pero Cronos temía convertirse en víctima de alguno de sus hijos y los devoraba apenas nacían.

Rea, exasperada, sustituyó a uno de sus vástagos con una piedra envuelta en pañales, que Cronos engulló sin pestañear. La madre escondió al niño en una caverna en la isla de Creta, colgado de un árbol para que Cronos, omnisciente de todo lo que estaba en contacto directo con la tierra, el cielo o el mar, no lo descubriera. Para acallar los sollozos del infante, la cabra Amaltea daba su leche al niño y las ninfas Melissas, Melisso -hijas del rey de Creta- cantaban y danzaban para encubrir el llanto con su algarabía. Aquel niño era Zeus. Al crecer llegó a la esfera de lo sobrenatural y se convirtió en copero de Cronos. Le escanciaba ambrosía, ese néctar que libraba a las divinidades de envejecer.



Matrimonio infortunado

Zeus tenía una amiga ya desde muy joven dio señales de su inquieta naturaleza hija del Océano, muy sinuosa y escurridiza. Y le pidió que le llevara un poco de agua salada, que mezcló con la ambrosía. Cronos vomitó y devolvió a todos los hijos engullidos, lo que marcó el fin de su reinado, que ocupó Zeus, dios de la prepotencia, la fuerza, la estructura, la organización, la sistematización.

Organizó en clases a los dioses, les halló una sede el Olimpo, donde imperó hasta los tiempos del cristianismo y tomó por esposa a una hermana suya: Hera, de carácter permanentemente amargo por las frecuentes infidelidades de su marido, con diosas y mortales por igual. Engendraron a muchas divinidades y controlaron a todas ellas y a todos los humanos y todos los monstruos. Fue una verdadera teocracia, una verdadera dictadura del Olimpo; fue el periodo "olimpico", el más brillante y glorioso.

Zeus tuvo tantos hijos que el Olimpo estaba lleno a reventar. Los hijos que concibió con Hera, no resultaron dignos de la alcurnia de su progenitor: Ares, el dios de la guerra, y Hebe, que fue su escanciadora.

Con Mnemosina, diosa de la memoria, Zeus engendró a las Horas. Ellas recibieron en la costa a Afrodita, que nació como una mujer en su plenitud maravillosa. La vistieron, la adornaron, la entronizaron en una gran concha de nácar y la llevaron al Olimpo. Hasta entonces, el recinto sagrado tenía una luz propia y difusa. No existía sombra alguna. Cuando apareció Afrodita, se hizo una luz que emanaba de ella y todos los demás empezaron a proyectar sombras, unos sobre los otros. Las divinidades masculinas se animaron y las femeninas se incomodaron, porque ninguna era más bella.

Hera, por su parte, tuvo un amorío extramarital, cuyo fruto fue Héfestos (Vulcano), según los romanos, el herrero de los dioses. Cada vez que ella lo llevaba al Olimpo, Zeus lo agarraba por el pescuezo y lo tiraba por la ventana. Tanto lo hizo que al cabo Héfestos quedó maltrecho y cojo. Para averiguar el nombre de su padre, Héfestos aprisionó a Hera con unos garfos. Ella se negó a revelar el gran secreto, pero a cambio le ofreció liberarlo para elegir como esposa a la diosa o mujer más bella. Héfestos escogió a Afrodita.

Fue un matrimonio muy desigual. Héfestos trataba siempre de disimular su cojera y sus dolores por las muchas caídas que había sufrido de niño. Laborioso como era, tenía una fragua en un sotanito del Olimpo. Y ahí constantemente labraba regalos para su esposa, que ella recibía de buen grado. Sin embargo, aunque había mucho calor en esa fragua, era otro el fuego que ella quería y que su esposo tullido no podía darle.



Fiebre insaciable

Su fuerza más profunda la arrastró a sufrir y causar tanto dolor como placer, tanta dicha como desgracia. Pero es la única deidad del Olimpo que nunca ha muerto ni morirá.

Afrodita tuvo amores con Ares, el dios de la guerra, hijo de Zeus y Hera y algo así como el "júnior" del Olimpo. La guerra la venció el amor. La relación duró largo tiempo, hasta que un día se descuidaron, los sorprendió la madrugada y alcanzó a verlos el Sol, que se lo contó a Héfestos.

Él sintió tanto dolor que, en vez de vengarse, quiso poner en evidencia a su esposa infiel, para que reconsiderara su actitud y volviera al redil. En las astas del baldaquino de su lecho matrimonial escondió una red metálica tan fina que parecía la tela de una araña. Con ella atrapó a los amantes. Héfestos, como todas las personas honestas, pensó que los demás se escandalizarían de su desgracia y llamó a todo el Olimpo para avergonzar a su esposa. Y bajaron todas las diosas y dioses a ver a Afrodita y Ares enredados en las mallas.

Afrodita y Ares estaban tan contentos que no se dieron cuenta de la red. Héfestos creía que todas las divinidades del Olimpo se pondrían a su favor. Pero las diosas se regocijaron, orgullosas de contrastar su virtud con la liviandad de la advenediza. Los dioses, en cambio, miraban y miraban, ebrios de lujuria. El resultado fue que muchos de ellos se hicieron amantes de Afrodita, instigados porque, sin querer, Héfestos había mostrado a todos la disponibilidad de su esposa, que terminó por abandonarlo definitivamente.

Para consolarse, el herrero divino dio el fuego sagrado a Prometeo, par que lo regalara a los humanos y así, con el fuego y los metales, ´setos pudieran avanzar en industria y técnica para asemejarse (para su gloria o desgracia) a las divinidades olímpicas, omnipotentes, pero sin ética.

Afrodita engenrdró con Hermes al famoso Hermafrodito, un ser andógino, hombre y mujer a un tiempo. Más tarde Afrodita, se entregó ya en una vida descontrolada, al bonachón Dionisio, dios de la alegría de vivir. El y Afrodita tuvieron un hijo tan feo, Priapo, que lo ocultaron y por esa causa terminaron separándose. Se dice que la fealdad de Priapo fue un castigo de la diosa máxima, Hera, que seguía airada contra Afrodita, pues la consideraba una amenaza para la decendencia del Olimpo.



Amante frustrado

Afrodita quiso probar nuevos placeres y por primera vez sedujo a un mortal, el troyano Anquises. El producto fue el héroe romano Eneas, que, según Ovidio, tras la derrota de Troya llevó a su padre a cuestas a Italia. Y Anquises y Eneas -según La Eneida- fueron antecesores de la raza ítala.

Pero el verdadero amor de Afrodita fue Adonis, que en la mitología griega es hijo de un rey de Chipre, quien tuvo una hija llamada Mirra, a la que quiso proteger tanto que la hizo crecer sin conocer ningún hombre. Como la naturaleza no puede supeditarse Mirra se enamoró del único hombre que conoció: su papá, y aprovechó una borrachera de él para seducirlo. Enterado, el monarca trató de matarla, pero Afrodita, siempre tolerante con los pecados de amor, la convirtió en árbol que a los 9 meses alumbró a Adonis.

Afrodita decidió aguardar a que el niño creciera para convertirlo en su amante: lo guardó en un cofre y encargó su crianza a Perséfone, esposa de Plutón, el dios de las profundidades. Al enterarse Ares de este proyecto, celoso, se convirtió en jabalí y mató a Adonis. Como todos los amores imposibles, fue un amor perfecto, nunca se realizó, nunca hubo una querella ni disputa y quedó sublimado en la nostalgia de Afrodita. De ahí las primeras rosas rojas (antes eran rosas, pero con la sangre de adonis surgieron las primeras de color rojo). De las lágrimas de Afrodita surgieron las anémonas. Impulsada por el dolor, la diosa quiso enmendar su vida. Pidió prestado un telar, para ocupar sus días. Pero las diosas Hera, Perséfone y Artemisa (o Diana), para impedir la rehabilitación de la rival odiada, se pusieron en huelga, en un intento de que Zeus obligara a Afrodita a dejar la vida decente y no pudiera compararse con ellas.

Afrodita sigue vigente en nuestros días. No es una diosa extraña. De ella todos somos cómplices con nuestra naturaleza. La fuerza de Afrodita está adentro. Se crispa a flor de piel, vibra en los tuétanos, fluye en la pulpa misma de la sangre, crepita en la sustancia de las cosas, bulle en las entrañas. Afrodita vive.



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