Un ataque que terminó con la vida nocturna de NL

VACÍO. Los establecimientos ubicados sobre la calle Villagrán, en el centro de Monterrey, están sin clientela después del atentado. (Foto: )
MONTERREY. Poco antes de las 21:00 horas del 8 de julio, los meseros del bar Sabino Gordo escuchaban atentos al administrador del lugar repartir las asignaciones de mesas que les tocaría atender en el antro esa noche. Al fondo del inmueble, los músicos afinaban los instrumentos.
A la par de las órdenes que se daban a los meseros, un hombre repartía pequeñas dosis de cocaína para dar “un servicio especial” a cierta clientela. Todo transcurría normalmente hasta ese momento.
Sin embargo, 30 minutos después el antro se convertiría en el sitio donde se perpetraría el primer atentado a un lugar público de esparcimiento en Nuevo León, cuando un comando del cártel del Golfo irrumpió en el bar controlado por Los Zetas, ubicado sobre la calle Villagrán en el centro de Monterrey, y acribilló a 20 personas, la mayoría meseros.
El rugir de las armas AK-47 eran ensordecedoras, la noche de baile en el Sabino Gordo se había convertido en una escena sangrienta. Unas 10 mujeres con minifaldas y maquillaje a granel se escondieron entre las mesas: dos de ellas fueron alcanzadas por las balas.
“Fue una noche de terror. Dos amigas murieron por los disparos”, contó a EL UNIVERSAL Ludivina, una mujer con un cuerpo delineado que “bailaba” con clientes en el bar por un pago de 20 pesos la canción, ahora trabaja en la “Puerta Negra”, un establecimiento ubicado sobre la calle Guerrero, en el centro de esta ciudad norteña.
“Los bares de Villagrán ya no son los mismos desde que entraron Los Zetas”, dijo la mujer. Ese sector era un punto estratégico para este grupo delictivo en la distribución de droga al menudeo. “Ahí se concentraba toda la droga y se repartía a los otros bares de Villagrán”, aseguró la mujer.
El recuento de la masacre
Las investigaciones de la Procuraduría de Justicia de Nuevo León establecieron que los sicarios arribaron a las 21:30 horas en dos camionetas con las armas por fuera de las ventanas de los autos, y se pararon rechinando las llantas frente el negocio, bajaron y dispararon ráfagas de alto poder contra las personas en el interior.
Parroquianos y personas que recorrían la zona de antros de Villagrán corrieron para protegerse de los delincuentes, ya que antes de entrar dispararon contra un carrito de comida rápida que estaba afuera del establecimiento. Se informó que más que vender la comida eran halcones que avisaban de los movimientos de las fuerzas armadas o de cualquier operativo que se implementara en los alrededores de la zona.
La información fluyó lenta esa noche, antes del ataque al Casino Royale, fue una de las mayores masacres a la población civil en el país relacionadas con el narco.
Al lugar llegaron dos equipos de peritos, conformados por ocho especialistas cada uno, de Servicios Periciales y Criminalística de Campo, para levantar evidencias y recolectar cientos de casquillos en la escena de la masacre.
Las unidades del Servicios Médico Forense salía repletas de cuerpos hacia al anfiteatro del Hospital Universitario, para los forenses la noche iba a ser larga, ya que tuvieron que tuvieron que trabajar durante ocho horas seguidas.
Una escena grotesca
Los últimos cadáveres salieron cuando amanecía, ante la mirada de decenas de regios que se dirigía a su empleo.
Adentro, contó un detective, había mucha sangre en el piso, “la escena fue grotesca”.
Efectivos del Ejército, Policía Federal y detectives de la Policía Ministerial montaron un cerco de seguridad. La zozobra en la zona fue notoria, la gente que se había atrincherado en los bares aledaños comenzó a salir cuando dejaron de escucharse las balas.
Los murmullos de los trasnochadores se escuchaban claros por el silencio que prevalecía en el sector, no sabían cuántos muertos eran, se hablaba de sólo cinco en un principio, pero conforme pasaron las horas, la cifra aumentó a 20. Un día después subió a 21 al fallecer un hombre en un hospital local.
Los últimos cadáveres salieron cuando amanecía, ante la mirada de los regios que se dirigía a su jornada laboral.
La investigación ministerial arrojó que entre las pertenencias de los meseros había pequeñas dosis de droga.
El pasado 5 de diciembre, el Ejército presentó a 10 presuntos integrantes del cártel del Golfo, quienes habrían participado en la masacre del Sabino Gordo. Además atentaron en mayo contra el bar Café Iguana, donde murieron cuatro.
Según el comunicado de la Sedena, todos los delincuentes confesaron participar en ambos ataques, y uno de los principales móviles del ataque se debió a la disputa del narcomenudeo de droga en la zona.
Una fuente castrense reveló que los detenidos eran informantes del grupo delictivo, además de participar en ejecuciones de rivales, tráfico de droga y colocación de mantas en la ciudad.
Tras la masacre en el Sabino Gordo, la zona de bares de la calle Villagrán luce desierta, muchos antros cerraron y otros locales están en renta.
Poco a poco, los regios dejan de acudir a centros nocturnos por temor a ser alcanzados por las balas del crimen organizado en algún enfrentamiento.





