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Desplazados por el narco en Durango buscan paz

Mónica Perla Hernández| El Universal
Martes 31 de agosto de 2010
Desplazados por el narco en Durango buscan paz

TEMOR. Varias comunidades del municipio de Pueblo Nuevo han recibido amenazas de la delincuencia organizada. (Foto: ESPECIAL )

Alcalde y diputado exigen atención del estado y Federación en zonas dominadas por el crimen

DURANGO

 

Las comunidades serranas de los municipios de Pueblo Nuevo y San Dimas tienen una característica en común: sus pobladores han sido obligados a abandonarlas a punta de metralla o presenciaron un fusilamiento.

Autoridades lo han denunciado y piden ayuda de los más altos niveles de gobierno. Los lugareños denuncian que no hay policías ni militares que los cuiden.

Eso lo sabe muy bien la gente de Santa Gertrudis, quienes la mañana del pasado 12 de diciembre fueron levantados al alba a punta de culatazos de rifles y de gritos que pensaron provenían de los “guachos”, sobrenombre que le dan a los soldados.

Su intuición falló. No se trataba precisamente de integrantes del Ejército, sino de un grupo de embozados, con sus cuernos, que obligó a todos los hombres a salir de sus viviendas, encañonados.

Cuando los juntaron a todos, les pidieron las credenciales de elector y tras identificarlos dejaron a una docena para después elegir a seis de ellos, a quienes los llevaron a la plaza principal y les dieron unos segundos para correr… En cuanto iniciaron la carrera, los sicarios lanzaron las bengalas de sus ráfagas contra ellos. Las balas expansivas calibre 7.62 destrozaron casi por completo las cabezas y la espalda de los elegidos.

Para el secretario de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso local, Ernesto Alanís Herrera, la situación de desplazamiento forzoso es una clara muestra de la vulnerabilidad de derechos fundamentales como la libertad de tránsito de las personas y el derecho a decidir dónde vivir. “Se atenta contra su libertad, contra su posesión”, dice.

Se calcula que en áreas serranas más de 500 personas han tenido que abandonar sus casas, calles y modo de vida para huir de la inseguridad, como si fueran refugiados de guerra.

 

También en Durango, otra mañana pero de agosto de este año, centenas de personas debieron dejar las comunidades La Lagunita, El Campamento y Coscate por el acoso del crimen organizado. Sólo algunos hombres se quedaron: los que se aferraron a sus propiedades, los que quisieron defenderlas hasta el final. La mayoría de los poblados están semidesérticos.

“Necesaria, la policía única”

Daniel Delgado Meraz, presidente municipal de Pueblo Nuevo, lamentó que la problemática se recargue sólo en las instancias municipales, porque el resto de las autoridades no brindan apoyo para hacer frente al problema de la inseguridad por la presencia del crimen organizado.

 

Consideró que ante situaciones de éxodo como las de poblaciones en los municipios serranos de San Dimas y Pueblo Nuevo, es urgente la entrada en operación de una policía única, porque con esto se mejoraría la investigación y la operación en esas zonas de la serranía, a fin de que los pobladores cuenten con seguridad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Admitió que existe en esas localidades un marcado problema de migración consecuencia del tema de seguridad, mismo que ha provocado el desplazamiento de pobladores de la zona de las quebradas hacia los domicilios de sus familiares.

Alanís destacó que los tres niveles de gobierno deben brindar condiciones a la gente para no verse forzada a abandonar sus lugares de residencia o de origen.

 

Un niño ve a su padre fusilado

Aquel día de diciembre, el fusilamiento fue el preámbulo de la segunda tragedia que tendrían que enfrentar los que lograron mantenerse con vida y sus familias: les emplazaron a abandonar el pueblo en menos de 72 horas, tanto ellos como los de Los Laureles, la comunidad vecina.

Nadie debía quedar, porque esos territorios al igual que había ocurrido con el de Veneros —pero este perteneciente a Sinaloa—, serían usados como áreas para meter a los secuestrados por ese grupo y como centros de operación para el trasiego de la droga.

Si alguien decidía no irse correría la misma suerte que los seis jóvenes fusilados en la plazoleta de Santa Gertrudis.

En ambas localidades, las familias iniciaron en las 48 horas siguientes el éxodo. Cargaron las cosas que pudieron en las cajas de las camionetas y se enfilaron rumbo a la capital de Durango. Otros se quedaron en San Miguel de Cruces, una comunidad maderera que fue la más importante del norte del país entre 1960 y 1983. Santa Gertrudis y Los Laureles están vacíos; en el interior de algunas viviendas hay todavía unos cuantos objetos de las familias.

La advertencia de quienes armados con fusiles de asalto lanzaron al destierro a los habitantes de esas localidades provocó que muchas familias se desmembraran, informan autoridades. Algunos de los huérfanos de los hombres fusilados dejaron de vivir con sus madres, porque los abuelos paternos los llevaron a Durango, capital, o a municipios del estado de Chihuahua.

Por eso, ahora la esposa de Ruperto, uno de los jóvenes rafagueados por la espalda, se quedó sin sus cuatro niños, porque los suegros decidieron que sería mejor llevárselos lejos del peligro, no sea que los sicarios volvieran y cumplieran la amenaza de matarlos.

La mujer de Ruperto se resignó a fuerza, porque sabe el daño que causó a uno de sus pequeños ver el cadáver de su padre tirado en la caja de una camioneta, con el rostro desfigurado y la espalda convertida en una tela carmesí.

Comunidades desiertas

El pasado 9 de agosto, un centenar de mujeres, niños, un anciano y un joven discapacitado salieron de La Lagunita, El Campamento y Coscate ante la amenazas de hombres armados con rifles de asalto y granadas. El retrato actual de esas localidades es el de tres pueblos fantasma. Sólo quedaron pocos hombres que se resistieron a dejar sus pocas pertenencias.

En esa zona de Las Barracas, de Pueblo Nuevo y que colinda con municipios de Sinaloa, los padres de familia se quedaron a confrontar a narcotraficantes que se disputan el control territorial de la siembra y el paso de droga.

Los demás iniciaron un camino que duraría tres días: unos tramos a pie y otros auxiliados por vehículos prestados por pobladores de un rancho vecino, o por camiones conseguidos por soldados. En un clima templado, familias enteras caminaron las brechas de terracería.

Las mujeres agarraron unas mochilitas, menciona el edil; no traían cosas pesadas, sólo ropa y algunas pertenencias.

Tierra de nadie

Lo delicado para los desplazados fue pasar por parajes que desde hace dos años y medio son tierra con una ley impuesta por los malos, porque ante las ejecuciones múltiples no suben ni los militares. Todos los cuerpos policiacos y del Ejército “sólo llegan hasta que todo mundo se llevó sus muertos, por eso sólo encuentran camionetas quemadas por las granadas y mucha sangre”, asegura un lugareño.

Delgado Meraz explica que los hombres se quedaron a cuidar sus propiedades, su patrimonio de vida. Por eso le pidieron a sus esposas poner a salvo a sus hijos, algunos de ellos de meses de edad.

La gente que abandonó estas comunidades encontró ayuda, aquel día, en el poblado Chumonques, ubicado a mitad de camino. Ahí les facilitaron un vehículo que terminó por descomponerse algunos kilómetros después. Con el vehículo descompuesto, debieron retomar a pie el camino a El Salto. En su recorrido se encontraron a un grupo de soldados a la altura del poblado Corralitos. Los militares les consiguieron un camión y los escoltaron hasta la cabecera municipal.

Su travesía terminó el miércoles 11 de agosto cuando llegaron a El Salto (cabecera municipal de Pueblo Nuevo). Después, algunos buscaron techo y comida con sus parientes; otros aceptaron la ayuda del municipio alojándose por tres días en un albergue, y unos más siguieron hasta la capital para sentirse a salvo en las casas de los parientes. El resto vive con familiares de Sinaloa.

De pueblo “adinerado” a “fantasma”

Los Herrera, ubicado en Santiago Papasquiaro, pasó de ser un pueblo de gente adinerada, a un pueblo fantasma.

Las personas que vivían en esa localidad, una de las que más aportaba a la economía santiaguera, decidieron autodesterrarse pero su destino no fue ni la capital ni ninguna población sinaloense, ellos se fueron a Estados Unidos.

Los motivos del éxodo en Los Herrera: los levantones de sus parientes, las ejecuciones de los mismos y las intensas refriegas desde que llegó la gente de Los Zetas, a esa zona controlada por Chapos.

 

Una mujer resume así la desolación: “Antes era el pueblo de la gente adinerada, daban trabajo a los hombres de otros poblados de Santiago, abastecían a las boutiques de Santiago, en las que había ropa de la Fith Avenue; ahora ya no. Mucha gente se quedó sin los patrones porque se puso muy canijo, con esos fuereños, que llegaron hace como tres años”.

 

 



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