Ritual huichol, raíz de las ofrendas
TEPIC, Nay.- La tradición de venerar a los muertos en la etnia wirrárrika (huichol), llevando a su velorio la comida y las bebidas que gustaban a los difuntos, data de hace más de mil años, pero ésta siempre se ha realizado en el momento del fallecimiento de un familiar y no como una celebración más producto del mestizaje, explica el historiador nayarita Pedro López González. De este tipo de rituales que realizan desde la época prehispánica indígenas de Nayarit, Puebla, Michoacán y Oaxaca, entre otros estados, viene la costumbre actual de ofrecer mediante la instalación de un altar con motivo del Día de Muertos, alimentos y bebidas a familiares o amigos fallecidos, apunta. López González, autor de diversas publicaciones de investigación, como el Calendario Histórico de Nayarit, admite que ante las pocas oportunidades de sobrevivencia que tienen en sus lugares de origen los wirraritari (huichol en plural), emigran cerca de las grandes ciudades, lo que ha ocasionado un proceso de aculturación. Hoy en día, los wirraritari que habitan en comunidades cercanas a las grandes poblaciones también empiezan a poner ofrendas. Es decir, se integran a las tradiciones culturales de la ciudad, pero en sus lugares de origen continúan sus ritos que guardan un enorme acervo mítico. "En la zona serrana que comprende los municipios de La Yesca y El Nayar de esta entidad, así como en Mezquitic y Bolaños, Jalisco, la muerte de una persona representa un rito de carácter familiar de mucho respeto, de mucha reverencia. Se contrata un cantador para que en el velorio a través de sus cantos y rezos le pida a los dioses ayuden al difunto para un viaje que se considera difícil y lleno de pruebas. Además, llevan la comida o bebida que le gustaba, como una forma de honrarlo, pero sin flores o coronas", precisa. Variación de rituales Rafael Medina Ávila, jefe del Departamento de Integración y Promoción Cultural de la delegación en Nayarit de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, agrega que los rituales contemplan también las condiciones en que se da el fallecimiento. Por ejemplo, en una muerte violenta, producto de un siniestro, ellos velan a su familiar aunque no esté presente el cuerpo y el cantador o chamán, con la interpretación de su cosmovisión trata de reingresar el espíritu a su cuerpo, para que no ande vagando y los familiares puedan estar en paz. Los chamanes o marakames son personajes importantes en la vida de los huicholes, pues fueron enseñados o tienen virtudes naturales para entrar al mundo sagrado y comunicarse con los dioses para lograr beneficios o evitar los males y enfermedades para ellos y sus comunidades, coinciden los entrevistados. A sus 89 años, Vicente Montoya de la Cruz, originario de San Andrés Cohamiata, Jalisco, es considerado como el marakame de mayor edad entre la etnia huichol y a pesar de que padece enfermedades propias de su edad, dice que si lo llevan a un velorio él le canta y le reza a los dioses para que le vaya bien al difunto. Recuerda que desde que estaba "morrillo" (adolescente), ya sabía ubicar a una persona que tenía malas ideas y curar algunas enfermedades con rezos y yerbas del campo. Dice que cumplió con el desempeño de todos los cargos dentro de esa estructura social hasta llegar a tatoani (gobernador tradicional), por lo que muestra orgulloso su itsú terrá (vara o bastón de mando), que le entregaron al tomar posesión del puesto, que sólo dura un año. Admite que la falta de oportunidades para sobrevivir en su tierra, lo llevaron a él y a sus hermanos de raza a peregrinar por varios lugares y hace 11 años se quedaron en la colonia Zitacua, ubicada en la loma de un cerro en la orilla de esta capital, gracias a la donación de un terreno de cinco hectáreas que hicieron autoridades locales. Señala que en esta capital se facilita más el comercio de las artesanías, actividad a la que se dedican la mayoría de las familias huicholas, por la presencia de turistas en esta ciudad, así como en playas de San Blas, Rincón de Guayabitos, Nuevo Vallarta, Puerto Vallarta y hasta Mazatlán, Sinaloa. Lamenta que el alejamiento de sus lugares de origen también provoca el abandono de las tradiciones por parte de los jóvenes.





