Tarahumaras: de la sierra a la mendicidad
CHIHUAHUA, Chih.- La migración a zonas urbanas de indígenas tarahumaras ha llevado a cientos de individuos de esa etnia a padecer, como uno de los peores males que el chabochi (mestizo) le heredó, la adicción a drogas y solventes, así como el hacinamiento y la mendicidad. Según datos no actualizados de la Coordinadora Estatal de la Tarahumara, en el estado hay 70 asentamientos de inmigrantes indígenas, y de ellos 49 se encuentran en la ciudad de Chihuahua, donde viven 746 familias, con un total de 3 mil 464 personas, aunque pueden sumar hasta 4 mil 500 en épocas de cosecha. La mayoría de esos indígenas, hombres, mujeres y niños, son contratados para las labores agrícolas, especialmente para la recolección, pero también trabajan como albañiles y domésticas, y otros más mendigan la caridad pública. Felipe Ruiz, vocero de la Coordinadora, asegura que el éxodo de indígenas tarahumaras a la zona urbana "es muy fuerte y se da por cuestiones de supervivencia", ya que hombres y mujeres llegan en busca de trabajo, como albañiles o domésticas, aunque muchos de ellos sobreviven con la caridad pública. Ruiz asegura que los rarámuris representan la etnia más vulnerable a los vicios de las grandes ciudades, y en los asentamientos hay múltiples casos de adicción a drogas, pegamentos, solventes y el alcohol industrial. En lo que va del año, el departamento de Asentamientos Indígenas de la Coordinadora registró nueve casos de rarámuris enviados a una institución denominada Amar, donde los rehabilitan y rescatan de las drogas. Seis de esos casos eran niñas de entre los 12 y 16 años de edad. La Soledad, asentamiento marginal Cada miércoles, un grupo de voluntarios de la Coordinadora, encabezados por Roberto el chofer, Lupita, Vicky y Javier, este último un rarámuri, llenan sus alforjas con despensas, jabones, cepillos y crema dentales para visitar uno de los 49 asentamientos que existen en la ciudad, como el de La Soledad, en donde tarahumaras y mestizos comparten sus carencias. En La Soledad, junto a las empobrecidas viviendas de 25 familias tarahumaras 125 personas, en su mayoría niños, los mestizos, orillados por la miseria, levantaron sus casas de block y ladrillo para recibir también la escasa ayuda que las autoridades y algunas gentes llevan a los indígenas. Ahí, dos o tres familias indígenas ocupan una vivienda de un solo cuarto, no mayor de 15 metros cuadrados. En una de ellas, construida de viejas tablas de madera y techo de lámina de cartón, sobre el piso de tierra hay un pedazo de alfombra roída por el uso; así como dos colchones, un pequeño televisor en blanco y negro y un "tambo" que sirve de estufa. A la escuela del asentamiento dos derruidos cuartuchos con unas cuantas bancas asisten 45 niños tarahumaras además de una veintena de mestizos, todos atendidos por las maestras bilingües Julia Amelia Cruz Palma y Patricia Villalobos Ayala. La primera con niños de tercero a sexto grado y Patricia desde preescolar hasta el segundo año. En el asentamiento opera un matriarcado ejercido por Epigmenia Cruz Javalera, quien se queja de que la escuela no es oficial y por ello no se le asigna maestros; el piso es de tierra, las paredes son de aserrín aglomerado que se están cayendo, las ventanas no tienen vidrios y no hay bancas suficientes. "Las autoridades nos ponen peros para que la escuela siga adelante. Estamos batallando porque no nos quieren dar material para hacer otras dos aulitas, porque los niños están amontonados. Estamos pidiendo que nos ayuden con esta escuela", agrega Cruz Javalera. Los indígenas comentan que también carecen de servicios médicos y asegura que en el asentamiento hay niños enfermos de gripa, aunque no de gravedad, y que no tienen luz ni drenaje y les falta agua, "porque el Ejército viene cada mes o cada vez que les da gana a ellos, y en partes nomás reparten el agua, en una parte sí y en otra no". Según la encargada del Departamento de Asentamientos Indígenas de la Coordinadora, Ivonne Quezada, uno de los principales problemas de los rarámuris es que mantienen su condición de nómadas y en las zonas urbanas, al igual que en la sierra Tarahumara, viven dispersos en grandes áreas, y aunque aceptan la ayuda oficial, lo hacen con cierto recelo y desconfianza, razón por la que piden ayuda a los ciudadanos. Sin embargo, existe un programa oficial que permite coordinar la ayuda de las instituciones gubernamentales y organizaciones privadas para llevarle a esos asentamientos ropa, cobijas, chamarras, comida, herramientas y materiales de construcción, indicó Quezada. Es el caso de la colonia tarahumara, localizada al norte de la ciudad, en donde el consumo de drogas representa uno de los más serios problemas de la comunidad, junto con la pobreza y la carencia de servicios, entre otros, según Felipe Ruiz, vocero de la Coordinadora Estatal de la Tarahumara. La semana pasada relata un indígena, padre de familia de la colonia tarahumara, nos dijo que su hija había sido agredida. Le clavaron una navaja en el cuello varias veces y no podía hablar. La habían dejado por muerta en la salida a Ciudad Juárez. El problema era que su hija era adicta a la heroína. ¿Cómo, si es muy cara la adicción a esa droga? le preguntó Ruiz al rarámuri. No para empezar, porque la primera dosis te la regalan. Después ellas solas la buscan. ¿Cómo? Ella se las ingenia para conseguirla contestó el hombre.
Censo en la ciudad
Por otra parte, las autoridades locales estudian realizar un censo más confiable sobre la realidad de los asentamientos indígenas, muchos de ellos convertidos ya en pueblos.





