Viola EU permiso humanitario

Durante años Ramón fue trabajador de la construcción y dice que su nieto le cambió la vida. (Foto: ESPECIALES )
Los Ángeles
La voz de Ramón Islas tiene una vibración extraña. Su desesperación se cuela por la línea telefónica; habla con impaciencia, por momentos con dolor. Hace pausas largas, resopla, elige las palabras. Toma su tiempo para responder. “Mi miedo más grande es morir y no volver a ver a mi familia”, dice rotundo. Su mujer, sus hijos, su nieto, su madre, se encuentran en Phoenix, Arizona, su hogar. Ramón fue deportado a Nogales, Sonora; los separan tres horas en auto, pero la línea fronteriza, infranqueable, representa una vida. Literalmente. “Yo le digo a Kathy, mi mujer: ‘si me muero acá, paga para llevarme allá’”. Y se le corta la voz.
Ramón Islas es uno de los 414 mil inmigrantes indocumentados deportados por el gobierno estadounidense durante 2014. Sin embargo, su repatriación, el 12 de diciembre, tuvo lugar en una circunstancia extraordinaria: ocurrió mientras gozaba de un permiso humanitario para permanecer en el país legalmente, con su familia, con el fin de recibir tratamiento para su enfermedad; en 2013 fue diagnosticado con cáncer en fase cuatro.
Debido a que Ramón tiene antecedentes penales, y utilizando como argumento una medida anunciada el 20 de noviembre por el presidente Barack Obama, en la que, entre otras cosas, reitera que en los casos de deportaciones deberán tener prioridad quienes cuentan con algún récord criminal, las autoridades de inmigración ignoraron la medida humanitaria otorgada por un juez a Ramón y cuya vigencia expira el 20 de enero de 2015. En 12 horas, sin oportunidad de ver a un abogado, sin despedirse de su familia, Ramón se encontraba en Sonora.
“Estoy en Nogales desde entonces. Mi familia está en Arizona, no puedo trabajar y no he recibido tratamiento en más de un mes”, dice desanimado. Es 8 de enero y Ramón tenía programado un estudio radiológico en Phoenix; sus abogados le sugirieron que se presentara en la frontera y solicitara una visa humanitaria para ir a su cita. Las autoridades de inmigración no recibieron su caso. “Allá me estaban dando quimioterapia cada tres semanas. Yo sé que voy a morir, pero con el tratamiento buscan contener el cáncer por un tiempo; uno de los médicos me dijo ‘no vamos a salvar tu vida, pero te vamos a dar más tiempo con tu familia’. Es lo que peleo”.
Claroscuros
El de Ramón es un caso marcado por claroscuros. Nació en México y su familia llegó indocumentada a EU cuando él tenía menos de un año; este 25 de enero cumplirá 47. Con el tiempo fue regularizando su situación migratoria, y en 1989 Ramón obtuvo una green card, su residencia permanente. Sin embargo, una vida adulta marcada por violaciones a la ley influyó en su futuro: su récord registra arrestos que datan de su juventud por posesión de sustancias controladas, vandalismo, violencia doméstica, posesión de armas, resistencia al arresto, conducir en estado de ebriedad y asalto a mano armada. En 2003, debido a su historial delictivo, le fue derogada su residencia legal, y en 2004 enfrentó su primera deportación a México. Sin amigos, sin familia, sin haber vivido en el país ni dominar el idioma, en tres ocasiones regresó ilegalmente a EU, el único hogar que conoce; el mismo número de veces lo deportaron.
La última vez que intentó el retorno, en 2013, las cosas cambiaron. Arrestado en la frontera, Ramón fue llevado al centro de detención de inmigrantes en Eloy, Arizona. Ahí, tras una revisión médica, recibió el diagnóstico: tenía cáncer en una pierna y había que amputarle el pulgar. Estudios posteriores revelaron la presencia de otros “puntos” malignos en el esófago y en el cerebro.
El 20 de enero de 2014 un juez le otorgó el humanitarian parole, un permiso humanitario temporal para permanecer en EU a fin de atender su enfermedad en su casa, cuidado por su familia; recibió una tarjeta con vigencia de un año y con posibilidad de renovación. Gracias a ello, durante 2014 Ramón inició el tratamiento que le permitiría prolongar su vida por unos meses; pero a principios de diciembre, extravió la tarjeta. Con la confianza de quien se sabe dentro de la ley, se dirigió a las autoridades de inmigración para solicitar la reposición. Ahí lo detuvieron y le hicieron saber que sería deportado.
“Esta es una historia complicada. El señor Islas lleva por lo menos siete años peleando con el sistema por su residencia en EU, pero este es un proceso complejo en el cual diferentes jueces, con diferentes criterios, aplican su conocimiento para evaluar si debe quedarse o no, aunque es un candidato perfecto para recibir el beneficio del permiso humanitario por su situación económica, de salud y familiar”, comenta Lilia Álvarez, abogada de inmigración de Phoenix a cargo del caso.
Álvarez explicó que la apelación realizada ante las autoridades de inmigración por la deportación de Ramón mientras su permiso estaba vigente aún no está resuelta; el Departamento de Seguridad Interna (DHS), del cual depende la Oficina de Control de Inmigración y Aduanas —cuyos agentes realizaron la deportación— deberá dar un veredicto en los próximos días.
“Aún existe una posibilidad, pero desafortunadamente el sistema de inmigración es extremadamente limitado para personas con casos complicados como el de Islas”, agrega Álvarez.
Ramón lo sabe
“Sé que soy el tipo de persona que... ves mis antecedentes, y piensas: ‘ésta es una persona horrible’. Sé que en papel soy ése, pero no soy un King Kong caminando y destruyéndolo todo; eso es lo que era antes, pero el gobierno de EU aún me ve así”. Ramón intenta explicar quién es hoy. “Soy fan del beisbol, he dedicado muchos años a entrenar niños. Soy un trabajador de la construcción. Soy papá y soy abuelo. Mi nieto, Adrián, es mi veneno, me cambió por completo. Un nieto te hace querer ser la mejor persona”.
Esta imagen, la del hombre de familia responsable que busca sobreponerse a su pasado delictivo, ha sido compartida por decenas de personas desde la deportación. Su expediente de solicitud de visa humanitaria incluye una serie de cartas firmadas por su familia y amigos.
“Conozco a Ramón desde hace más de 20 años. Cuando nos casamos yo tenía dos niños que él me ayudó a criar, por lo cual le estoy agradecida”, dice una carta firmada por Katherine Gonzáles, su pareja. “Él ha sido un modelo a seguir para muchos niños, incluidos los nuestros. Es el tipo de persona que ayuda a los demás sin esperar algo a cambio”.
Los testimonios se multiplican. Su hermana Carmen asegura que Ramón la ha ayudado “financiera y emocionalmente”. Su hermana María Eugenia comprueba su solvencia económica para mantenerlo mientras recibe tratamiento. Raymond, su hijo de 16 años, escribe una tierna misiva: “Me preocupa su salud y no quisiera perder más tiempo sin estar a su lado”. Frank, uno de sus hijastros, habla con admiración de su carrera: “Lo he visto construir escuelas, casas, comercios. Pero hubo un momento en el que la crisis económica hizo que muchas presiones cayeran sobre su espalda. (...) Mi madre tiene que seguir trabajando aquí para sacar adelante a la familia; ni siquiera podemos ir a estar con él”.
"Vas a morir aquí"
De acuerdo con un documento expedido el 22 de diciembre de 2014 por el Centro de Cáncer de la Universidad de Arizona, donde recibe su tratamiento, Ramón padece “melanoma metastásico maligno generalizado” y necesita un nuevo medicamento que no se encuentra disponible en México. “Adicionalmente, no creemos que existan expertos en melanoma a los cuales él pueda tener acceso en México”, indica la carta. Otro documento, firmado por un centro de radiación en Phoenix, explica que el paciente se encuentra en la fase cuatro de melanoma maligno. “En este punto (...) requiere de monitoreo cercano y de seguimiento de imagen para manejar este agresivo cáncer”. Ambos documentos forman parte del expediente de solicitud de visa humanitaria que el equipo de defensa legal tiene en curso.
Marla Conrad, trabajadora social de la Iniciativa Kino para la Frontera, explica que al acompañar a Ramón al hospital local en busca de tratamientos disponibles para pacientes de cáncer en Sonora, “primero nos dijeron que no había oncólogos, neurólogos o cardiólogos en Nogales. Para ver a un especialista se necesita hacer un viaje de cuatro horas a Hermosillo. Y para recibir el tratamiento es necesario que inicie los trámites desde cero. Ello puede tardar meses”.
“Mis primos han tratado de buscar doctores que me ayuden, pero uno me dijo: ‘vas a morir aquí. Aquí, si tienes suerte, te darán una quimioterapia cada seis meses’”, dice Ramón desolado. “Imagínese, allá me dijeron que la necesito cada tres semanas. Esto ha sido como ponerme una pistola en la cabeza”.
En las cuatro semanas que han pasado desde su deportación, Ramón ha perdido varias citas para su tratamiento. “Lo que ocurre con Ramón es cruel, decirle ‘te damos la oportunidad’, y luego deportarlo”, dice molesta Kathy. “Yo soy ciudadana estadounidense, mis hijos también, y estamos orgullosos de nuestro país, porque da segundas oportunidades. He recibido comentarios negativos sobre los antecedentes de Ramón, pero él merece lo que todos, venir a morir con su familia. Los permisos humanitarios son para eso. Él ha vivido aquí toda su vida, ha trabajado aquí, ha contribuido a este país y tiene derechos. ¿Por qué ofrecer ayudarlo y después cambiar de idea? Esto fue una sentencia de muerte”.
Una oportunidad
En las semanas recientes, la familia ha pasado del dolor a la acción, compartiendo la historia con organizaciones y políticos. Lanzaron una iniciativa en línea a través de la plataforma actionnetwork.org pidiendo firmas para solicitar al titular del DHS, Jeh Johnson, y al presidente Obama, la autorización de una visa humanitaria para Ramón. La iniciativa también solicita al congresista Raúl Grijalva, representante de Arizona, que impulse esta propuesta. Al 9 de enero se habían reunido más de 800 firmas; dos días antes Grijalva envió una misiva a la Oficina de Control de Inmigración y Aduanas apoyando la solicitud.
“Es muy triste. Tal vez no soy el primer caso de gente que, estando enferma, necesitaba atención médica y nunca la recibió porque fue deportada. Pienso que al menos puedo hablar y ayudar a la siguiente persona, ayudar a mejorar la situación para todos. Siempre he creído en Dios, pero hoy no puedo hacer más. Sólo necesito una oportunidad. Es lo único que necesito”.





