Iguala, el pueblo que no encuentra la calma
VÍCTIMAS. Durante un segundo ataque perpetrado por miembros del crimen organizado en Iguala, cayeron muertos los jóvenes Daniel Solís y Julio César Ramírez, relató un maestro de la CETEG. (Foto: CRISTOPHER ROGEL / EL UNIVERSAL )
Chilpancingo
El recuerdo les taladra los tímpanos: ¡bang!, ¡pam, pam! Les vienen a la mente potentes disparos de policías y sicarios. Sólo distinguen las luces de las balas, convertidas en chispas al tocar el asfalto. Y el olor a plomo se les vuelve a impregnar. Entre las tres balaceras transcurrieron minutos, pero los sobrevivientes de esa noche aseguran, a seis meses, que aún no ven la luz.
En los ataques en Iguala, policías y sicarios desaparecieron a 43 normalistas de Ayotzinapa, asesinaron a seis personas: tres estudiantes, dos integrantes del equipo de futbol de segunda división Los Avispones de Chilpancingo y un mexiquense; más de 80 viven para contarla.
Cinco sobrevivientes reconstruyen los hechos del 26 de septiembre. En ellos hay rencor y odio: “¿En qué país disparan policías a estudiantes?”, “¿En qué mundo la fuerza pública es la delincuencia?”. Exigen justicia.
Narran que todo empezó así:
Los estudiantes de primer año tenían la comisión de viajar a Iguala, a fin de conseguir autobuses para ir a la marcha del 2 de octubre en el Distrito Federal. Salieron 90, en dos camiones de Estrella de Oro. Eran las 16:30 horas.
“Nos dividimos. Unos a la caseta y otros al crucero de Huitzuco”, dice José Armando, uno de los sobrevivientes.
Recalca que acordaron con uno de los choferes que les entregaría el camión en la terminal, por lo que al llegar al crucero se bajó la mayoría, pero 10 se fueron con el chofer. Eran como las 7:30 de la noche. Una hora después nos llamaron y nos dijeron: “¡Vengan, no nos dejan salir!”.
José desconoce porqué el chofer rompió el pacto, pero niega que en algún momento la intención haya sido ingresar a la plaza pública de Iguala para boicotear el informe de la presidenta del DIF, María de los Ángeles Pineda Villa, afín al grupo delictivo Guerreros Unidos, como se les ha acusado. Sólo iban por camiones, subraya.
Detalla que los normalistas llegaron a la terminal —cercana al Zócalo— y el chofer tenía encerrados a los 10 muchachos en el autobús. Se amotinaron abajo del camión; salieron sus amigos y procedieron a marcharse en ese y otros cuatro autobuses.
Dos camiones agarraron el Periférico Sur, en dirección a Chilpancingo; tres salieron por Galeana. Sobre la calle Salazar inició la persecución de los policías preventivos. Los disparos comenzaron cerca de las 21:00 horas frente a la plaza pública, donde había tocado la Luz Roja de San Marcos, en el informe de la señora Abarca.
“Los primeros balazos fueron al aire. Se bajaron seis compañeros del tercer autobús en el que yo iba. Nos dimos cuenta que estábamos rodeados. Había policías apuntando hacia los autobuses. A la primer descarga dijimos: ¡Compas, hay que defendernos!”.
Quien habla es Marlboro, otro sobreviviente que vio caer herido a su compañero Aldo Gutiérrez, hospitalizado en estado vegetativo. El 65% de su cerebro quedó inservible, porque la bala .223 milímetros le estrelló el cráneo.
Señala que contó unas 10 patrullas.
Era un intercambio de balas contra piedras, porque los normalistas lanzaban rocas hacia los policías con resorteras.
Cuando quisieron ingresar al Periférico Norte para irse a Chilpancingo, eran las 21:30 horas, fue imposible; los policías se colocaron en dos flancos sobre esa vía. Ya eran “muchas más patrullas”. No recuerda bien cuántas. Pero rememora que los disparos fueron en doble diagonal. Unos policías estaban como a 20 metros de ellos. Los encapsularon.
Como a las 23:00 horas, vieron que llegó otro grupo de policías, pero con chalecos tácticos que “parecían federales”. Ellos no dispararon.
Temblaron durante dos horas desde el primer ataque. Algunos no paraban de llorar, otros se quedaron callados. Llamaron al secretario general de la Normal, le dijeron que les habían disparado, que había muertos y heridos.
Los presuntos policías federales les gritaron que se largaran de su ciudad, de lo contrario se las verían con ellos, relata Marlboro.
Sus compañeros de apoyo llegaron después de la medianoche. Los policías se habían ido.
Ya había llegado la Cruz Roja por Aldo. Los maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG) convocaron a una rueda de prensa a esa hora. Cuando iniciaba el primer profesor a hablar del primer ataque había unos 20 maestros, cinco reporteros y 50 estudiantes, entre sobrevivientes y refuerzos de Tixtla. Pisaban sobre el periférico, cuando escucharon tres ráfagas.
Después el sonido fue peor, dice un profesor de la CETEG sobreviviente al segundo ataque. Con las ráfagas ya no distinguían entre “¡valió madres!” y “¡puta madre!”, se refugiaban todos con dirección al centro. Allí cayeron muertos Daniel Solís y Julio César Ramírez.
Allí, creen la mayoría, se llevaron al otro grupo de desaparecidos, porque los primeros se fueron detenidos por la Policía Preventiva. Ese era un grupo de unos 15 o 20 normalistas, de acuerdo con la PGR que fueron entregados a Guerreros Unidos, para después calcinarlos en el basurero de Cocula, a 20 minutos de Iguala.
Explica que ahí todos corrieron para donde pudieron. Varios se refugiaron en casas o en los montes para preservar sus vidas. Del segundo ataque resultaron varios heridos.
Édgar, quien necesita una cirugía plástica para volver a hablar, llevaba la boca destrozada, sin dientes y aún así no los quisieron atender en la clínica Cristina. Hasta ahí llegaron unos 12 o 15 militares que les tomaron fotos, les revisaron celulares, los atemorizaron.
El maestro ya había llamado a su hermano para decirle que si lo mataban se aclarara que él no estaba en malos pasos.
Vladimir encuentra en algún recuerdo merodeando a sus compañeros por Ayotzinapa. Él habló con 'El Chilango', Julio César Mondragón Fontes, antes de ser desollado. “Después de la primera balacera me dijo que se iba retirar, que ya mejor se iba a ir con su esposa”.
Ambrosio cuenta que desde esa fecha ninguna academia se ha podido recuperar de clases. De los sobrevivientes se fueron unos 20 a sus casas, sus papás ya no los dejaron seguir en la normal de Ayotzinapa.
Esa noche quedó marcada también para Facundo, director del Deporte de Chilpancingo, quien sobrevivió al tercer ataque que realizaron policías y miembros del crimen organizado. Una esquirla de bala le quedó dentro del cuerpo y no podrá salir, es más peligroso.
Sobre el crucero de Santa Teresa, donde fue atacado el equipo Los Avispones: están las cruces del chofer Miguel Lugo, 'El Bárcel' y el joven futbolista David Josué García Evangelistas, a cuyas familias ni el gobierno federal ni el estatal ha indemnizado. En total, hay 10 personas que siguen con daños colaterales graves.
En el crucero no hay una cruz para Blanca, la pasajera que iba en el taxi y fue asesinada. A seis meses el lugar está repleto de hojas invernales; enfrente de la cruz de 'El Pollito', como le decían al jugador asesinado, hay una noche buena, con ligeras flores rojas y unos frutos del árbol de zapote que les da sombra, que forman estrellas marinas.
Sumergidos en la tragedia
En el municipio de Iguala no hay paz desde el 26 de septiembre. Desde hace un mes la violencia se recrudeció: 25 asesinatos contabilizaron integrantes del comité de “Los Otros desaparecidos”, que mantienen una carpa informativa en la plaza de las Tres Garantías.
Ni porque tomó el control de la seguridad la federación, luego de los hechos del 26 de septiembre, se sienten más tranquilos.
Los asesinatos se atribuyen a la Sierra Unida Revolucionaria (SUR), un nuevo grupo delictivo que, de acuerdo con las versiones locales, quiere despojar del territorio a Guerreros Unidos —organización que perdió fuerza tras la detención del alcalde José Luis Abarca y su esposa—.
En su casa en el número 8 de la calle Roble, de la colonia Jacarandas, a aproximadamente 300 metros del centro, parece haber algo de calma. La vivienda simula una fortaleza. Está construida en lo ancho de media cuadra, camionetas lujosas como Lobo, Ranger, GMC, yacen dentro del lugar, cuyas paredes están recubiertas de un blanco aperlado. En la casa de los Abarca parece que nada ha pasado.
Iguala, aun con la Gendarmería, parece un pueblo fantasma.
Espera el regreso de sus compañeros
La esperanza es lo último que muere, dice Ambrosio. Comenta que a veces quiere llorar y llorar para superar lo que siente, pero le parece injusto porque “¿quién sabe que estarán pasando los compañeros?”. Espera su regreso para poder continuar juntos con sus estudios.
Él, como el resto de los sobrevivientes, no creerá en la versión oficial: que sus compañeros fueron quemados en el basurero de Cocula o tirados en el río San Juan. Lugares a los que sólo se puede ingresar con el permiso del juez que lleva la causa y están resguardados por la policía estatal las 24 horas desde hace cuatro meses, cuando la PGR dio a conocer el informe.