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Ayotzinapa: Pesadilla de la que no pueden despertar

Vania Pigeonutt / Corresponsal| El Universal
Viernes 27 de marzo de 2015

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Ayotzinapa: Pesadilla de la que no pueden despertar

FAMILIA. La hermana y el padre de Julio César López Patolzin, Dulce María y Rafael, relatan que al joven de 25 años le gustaba mucho jugar futbol, por lo que conservan su uniforme con cariño. (Foto: CRISTOPHER ROGEL / EL UNIVERSAL )

Tras 180 días de búsqueda, familiares de los normalistas desaparecidos manifiestan ira, pesar y desgaste

Chilpancingo

En la cancha de la Normal Rural de Ayotzinapa platican a un lado del estante de las medicinas Ezequiel Mora, Epifanio Álvarez y Floriberto Cruz, los dos primeros padres de desaparecidos de esa escuela; el último, abuelo de otro muchacho. Se acuerdan cómo hace seis meses sembraban en sus parcelas, su vida era tranquila.

A 180 días de emprender la búsqueda de sus seres queridos, la vida de esta gente está en riesgo. Seis meses de lucha ha dejado a muchos en quiebra: la mayoría perdió sus cosechas, cinco padres ya fueron hospitalizados, han sufrido crisis nerviosas, no han ido a sus casas en meses; sus vidas tranquilas quedaron atrás.

Joaquina Patolzin de la Cruz y su familia saben de desgastes. En este tiempo ha perdido casi 30 kilos, desconoce si tiene diabetes, ella espera que no, pero bajó de peso de manera intempestiva “por lo mismo”, pero trata de no decaer porque tiene una hija adolescente —Dulce María, de 13 años— a quien cuidar.

Su casa, ubicada en el centro de Tixtla, municipio donde se encuentra la Normal Rural, está llena de recuerdos de Julio César López Patolzin, su hijo, el de enmedio. Un retrato del muchacho de 25 años recibe a los visitantes. A un lado están los santos de Joaquina, a quienes a diario reza para que su hijo vuelva pronto.

La economía familiar está muy desgastada también. Su esposo, Rafael, dejó de sembrar hortalizas que Joaquina vendía en el mercado de Chilpancingo. Ni siembra ni venta. Vive de lo poco que gana vendiendo refrescos en su casa, y su papá, don Cándido, le ayuda con la verdura que cosecha para que su hija tenga producto que ofrecer; también ella dependía de la huerta de su papá.

“Se me ‘descompuso’ mi rodilla, mi pie me quema, me lo compongo con hierba de golpe. Me llevaron a curar con el huesero, caminé, pero ya siempre ando distraída, luego pago de más, luego me voy sin pagar, ando como ida, es por lo mismo, y no me fijé. Hay ratos que me enfermo, me da frío, temperatura, a veces la presión. Ando piense y piense en si mi hijo ya comió, ya quiero que me lo regresen”.

El relato de Joaquina, una mujer cuya piel luce pálida, estremece a su hijo Gustavo, que también extraña a su carnal el Tribi, como le decían a Julio, porque estaba flaquito de chico. Su hermano recuerda que le gustaba jugar futbol. Enseña su habitación. “Aquí dormíamos, él dormía allá (señala una esquina de la cama)”.

En la pequeña morada viven los abuelitos de Julio también y se escucha el llanto de los nietos de la señora Joaquina, una de ellas, Karen Guadalupe, besa el retrato de bebé de su tío, a quien le dice papá. Don Cándido, un campesino con manos curtidas por el campo recuerda que le decía a su nieto: “Ponte cabrón, trabaja para mantener a tu mujer”.

La familia no cree en nada de lo que dice el gobierno, menos porque en dos ocasiones que le han leído las cartas a la señora Joaquina “me dicen que mi hijo está vivo… Será porque vienen las elecciones que lo tienen, será que quieren otra cosa, que ya nos digan, es feo esto, la angustia nos está matando”.

El dolor de Joaquina lo comprende don Cheque, papá de Alexander Mora Venancio, a quien ya dio por muerto la Procuraduría General de la República (PGR), pero que, reclama el señor, no le han entregado evidencia alguna del cuerpo de su hijo. Desde hace seis meses don Cheque dejó de manejar su taxi y tiene que beber aguardiente para poder dormir.

Ya tuvo un preinfarto y por eso trata de cuidarse, aunque a veces piense “¡Ya para qué!”. Su hijo, era su “chocoyote”, como le dicen en Guerrero a los menores. Jugaba futbol, quería mucho a su abuelita. Estudió Desarrollo Agropecuario en Tecoanapa, de donde es originario, pero no le gustó y buscó estudiar en la Normal.

'Chende', como le dicen en su pueblo, era un joven acomedido, recuerda don Cheque, quien fue a la Normal porque necesita estar al pendiente de la lucha, aunque sus fuerzas a veces no se lo permitan. Poco a poco ha intentado sonreír, por eso justifica que ya se puede echar sus risas con su amigos Epifanio y don Flori.

Don Epifanio ya no quiere hablar, por eso prefirió escribir, para sacar lo que guarda en el pecho y ya no lo hace sentir bien. Extraña trabajar, pero más quiere ver a su Jorge, Güero, para regresar a La Palma, Tierra Colorada, y ser feliz como antes era: sembraba, se sentaba tranquilo en las tardes a descansar, iba al campo, “ahora sólo es puro pensar, todo el tiempo”.

En la carta que Epifanio comparte a los lectores de EL UNIVERSAL se lee: “Ya de aquí a tres días de que van a ser seis meses, aquí seguimos esperando a nuestros hijos. No tenemos descanso, pero sabemos que no pararemos porque nuestros hijos son lo más importante. Es por eso que llegaremos hasta el final”.

“Como campesinos no le hacemos daño a nadie, pero este gobierno se ha ensañado con nosotros. La verdad, nosotros estamos indignados, porque nuestros hijos son muchachos muy inocentes. ¡Cuánto sufrimiento nos ha hecho pasar este gobierno! Lo que más deseo es ver a mi hijo, eso sería como despertar de esta pesadilla y volvería a ser feliz con mi familia”.

La carta del abuelito de Jorge Aníbal Cruz, Flori —quien tiene diabetes y buscaba con avidez su medicamento en el estante dispuesto en la Normal— explica que está muy triste. Quiere ver correr a su nieto, jugar con su caballo, que lo espera en su casa de la Costa Chica.

Otros cinco normalistas sobrevivientes escribieron cartas a sus compañeros. En una de ellas se lee: “Los echamos de menos camaradas, pero haremos todo lo posible para hacer justicia”… En otra se lee: “Son seis meses de desesperación, pero más de los padres, han jugado con sus sentimientos”.



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