Yolanda prefiere ser paramédico a casarse
CAMBIOS. En lugar de las faldas tradicionales, la joven usa pantalón . (Foto: Luis Fierro )
A 30 minutos —en automóvil— de la cabecera municipal de Cuauhtémoc, Chihuahua, el paisaje cambia drásticamente. Aunque la naturaleza semiárida prevalece, las construcciones son radicalmente diferentes. Las casas de ladrillo y cemento son reemplazadas por grandes moradas prefabricadas de madera, así como por locales con anuncios escritos en español y alemán. Las granjas y graneros recuerdan el estilo rural estadounidense. Es la comunidad menonita de Swift Current.
Ese establecimiento comenzó en el año de 1922, cuando colonos menonitas provenientes de Canadá se establecieron aquí, pero hace seis años se añadió un elemento que hasta antes parecía impensable: una unidad de la Cruz Roja, conocida como el Campamento 101.
Los primeros servicios de emergencia fueron rechazados por los habitantes, quienes se negaban a recibir ayuda de esta institución. Hoy, sin embargo, “La aceptación de esta unidad tiene un 100%”, afirma Cornelius Ferh, un hombre alto, de piel rosada y cejas pobladas que funge como coordinador de esta subdelegación de servicio de emergencias.
Cornelious explica que hasta el momento la unidad cuenta con 30 voluntarios, 12 de ellos paramédicos, seis bomberos y el resto rescatistas.
Yolanda, una joven sonriente, de cabello dorado y lentes que le cubren media cara, explica que es la única mujer que forma parte del Campamento 101. Su sueño desde pequeña era ser médico, un sueño al que las mujeres menonitas no aspiran.
Los habitantes de esta localidad se dedican casi exclusivamente a la agricultura y comercio. “Casi todas las mujeres se dedican al hogar. A los 20 años ya están casadas y después tienen a sus hijos y cuidan de su casa”, dice la joven de 32 años con voz grave y acento extranjero, a quien no le interesa el matrimonio por el momento.
Por eso, en 2008, cuando Yolanda les dijo a sus padres que se inscribiría a la clase de primeros auxilios que imparten en Cuauhtémoc, no se mostraron convencidos.
Confiesa que estudiar para ser paramédico no fue fácil por dos motivos: el primero, porque sus papás evitaban el tema; y en segundo, porque las clases eran los sábados, días en que sus amigas salían a pasear. Sin embargo, consiguió que sus papás aceptaran que ejerciera lo que llama su vocación.
“Un día mi mamá se puso muy mal y entonces la atendí. Como mis papás vieron que sabía cómo reaccionar, aceptaron que fuera paramédico”, señala.