Pugna legal de niños que llegan a EU
Video. Nunca han conocido a sus padres en persona y sólo saben que están en Estados Unidos porque conversan y los ven crecer por Internet. Conoce la historia de Allan, una de miles del drama de los niños indocumentados expulsados por la violencia en Centroamérica
COMUNICACIÓN REMOTA. Allan narra que sólo veía a su mamá a través de aplicaciones de internet; medio con el que ahora se comunica con su abuela. (Foto: Laura Sánchez )
Video. Video Historia: Niños de pixel, sólo ven a sus padres por computadora
CALIFORNIA
El verdadero día que Allan conoció Estados Unidos, fue desde la ventanilla de un avión con ruta Texas-San Diego. En breves instantes, también conocería a su madre, sus dos pequeños hermanos y un padrastro —que por primera ocasión— no se verían pixeleados; desde Honduras, vía Skype, su relación familiar se había achicado al tamaño de una computadora o un celular.
El 17 de octubre de 2013 tenía 13 años. Era otoño, y por esos días, en San Diego siempre hacía frío. Eso y las paredes de cristal, techos de lámina del aeropuerto, el ir y venir de miles de personas, pero sobre todo los diez años que lo separaban de su madre, Jenny, hicieron que antes de bajar del avión olvidara su rostro.
Por eso, cuando salió de la sala de abordar a las 11 de la mañana con 15 minutos y media hora de atraso, miró entre la multitud y no reconoció a su madre. A lo lejos, Jenny si lo conoció aunque también dudó, porque de cuerpo completo y, sin fallas de transmisión, Allan también era muy distinto.
“¡Es él, ahí viene!”, fue lo único que se le ocurrió gritar a la mujer que en el año 2003 dejó a su pequeño niño al cuidado de su madre para cruzar a Estados Unidos. También había tíos y primos hondureños exiliados por la violencia para recibir a Allan.
“Cuando volteo, lo miro que viene con una mochila y digo es él. Pero no me conocía porque no es lo mismo por Skype. Y ya lo vi, y me vio con miedo”. “¡Hijo soy yo!”, dijo desesperada Jenny a Allan, que al tenerla cerca se les humedecieron los ojos.
Antes de su llegada a California, estuvo encerrado en un Centro de Detención. Sumido en la penumbra de cuatro paredes, se había convertido en unos de los 55 mil niños que trataron de llegar a ese país para reunificarse con su familia. La diferencia entre Allan y otros, es que él sí llegó al “otro lado”.
Mil 100 dólares por Allan
La travesía de Allan fue tortuosa: salió de una pequeña ciudad en Atlántida, en la costa norte de Honduras. Desde Estados Unidos, Jenny mandó pagar 6 mil dólares por un “paquete” que incluiría atravesar México y cruzar el Río Bravo.
Salió de madrugada y abordó una pequeña lanchita con 37 personas. Siete niños, un bebé y su tío lo acompañaban. Y como las noches centroamericanas son hoscas, cuando llegó a México aún no amanecía. Se refugió en un cuartucho y se tiró a dormir en el piso cerca de Palenque, en Chiapas.
En México, el destino de Allan era llegar a Tamaulipas; en Estados Unidos, Jenny tenía retortijones que la doblaban: la idea de que su hijo de 13 años llegara a aquel lugar donde otros migrantes centroamericanos fueron enterrados en fosas clandestinas; le provocaban una angustia incesable.
“Es preferible pasar ese miedo, porque la incertidumbre será una semana arriesgando su vida, a que digas a tu hijo le pasó esto o lo otro por andar con los pandilleros, con vendedores de droga. Uno no quisiera que un niño pasara eso”, cuenta Jenny.
El cruce fue así: “por un lugar que creo que se llamaba Río Grande, y me metí corriendo a una WalMart, pero cuando cruce había una lodazera, y mi pantalón estaba lleno de lodo”, dice Allan; las autoridades sólo necesitaron mirar abajo: los zapatos desparpajados y la ropa jaspeada de mugre, lo delataron.
Nada duró en llegar el repiqueteó insistente del teléfono y al descolgarlo la noticia: “mira, no te preocupes, tu hijo está detenido en Texas y espera nuestra próxima llamada en 24 horas o dos días” y, en efecto, a pesar de que Allan estaba en un Centro de Detención del Departamento de Seguridad de EU, la mujer sintió descanso.
“La verdad es que para mí era más tranquilidad, porque sentí que por fin estaba seguro. Me hablaron 36 horas después desde Los Fresnos, Texas. Me pidieron mandar copias, actas, huellas, para que las revisará el FBI”.
Durante un mes Allan y Jenny sólo hablaron por teléfono, pero ya estaban acostumbrados.
“Cuando logré comprobar que era mi hijo, pero sobre todo que mi esposo y yo, a pesar de ser ilegales, trabajábamos, me dijeron que me entregarían a Allan, pero tenía que depositar dinero para su vuelo y el de una trabajadora social”.
Mil 100 dólares le costó a la joven madre reunirse con su pequeño hijo, al que dejó de ver a los tres años. Pero el sacrificio económico se reduce a nada ahora que están juntos en Estados Unidos.
Ahora también está pagando un abogado que pelea legalmente el caso de asilo político. Trabaja todos los días limpiando casas.
90% con familiares en EU
Durante años una generación de padres que emigraron a Estados Unidos por los conflictos civiles en Centroamérica, sólo han visto a sus hijos a través de una computadora. La consecuencia: como nunca en la historia, miles de niños han tratado de reunirse con papá o mamá.
Adriana Jasso, directora de la Organización Comité de Amigos Americanos en San Diego, California, explica que la tragedia se vuelve más extensa por la distancia de las fronteras entre las familias centroamericanas. Por eso, muchos padres aunque conocen el peligro de la muerte, las realidades de inseguridad, los llevan a arriesgarse en lo que a veces es un trágico viaje.
“La mayoría de los menores que emigran son niños que vienen en busca de reunificarse, como Allan que tenían 10, 15 años de no verlos, porque el estatus de los padres es indocumentado, y no pueden regresar a su país”.
Un dato que destaca, es que de los menores de edad que buscan refugio, el 90% tienen familia en Estados Unidos.
Allan y Jenny se han convertido en un caso significativo y estandarte, pues se dio una reunificación rápida y se aplicó un proceso que vio por el bienestar del niño.
“Son muy pocos los casos donde se han podido hacer un proceso rápido y que vaya de la mano con el interés y las necesidades básicas del niño”, cita Jasso en el caso de San Diego, donde en los últimos dos años apenas documentan 30 casos de menores de edad reunificados con sus padres.
Hoy Allan vive en un departamento al norte de San Diego. Está conociendo a sus hermanos pequeños: Anders, de 3 años de edad, y Abner, de ocho, ciudadanos estadounidenses, así como a su padrastro Héctor, también hondureño.
El día que llegó a San Diego estaba vestido de luto. En su rostro color cobre, resaltaban los pómulos pronunciados y ojeras moradas.
Ahora se asoman unas mejillas redondas, tan redonditas y coloradas, que su abuelita desde la computadora en Honduras, le dice: “¡ya no comas!”.
Ingresará en agosto al Highschool; mientras tanto se prepara intensivamente para aprender inglés, pues ninguna clase es en español.
El pasado 24 de junio a las 7 de la mañana, acompañado por su madre, se presentó en la Corte de Inmigración de San Diego.
“Ese fue uno de los días más maravillosos, cancelaron su deportación a Honduras, y aunque no tiene ningún estatus, aún seguimos luchando”, dice Jenny.
Rezagadas: 611 peticiones de asilo
De acuerdo con información proporcionada por el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos (USCIS, por sus siglas en inglés) en los últimos años, sólo el 25% de las solicitudes de asilo y refugios humanitarios en aquel país son aprobados.
Sus estadísticas hasta el primer semestre de 2014, indican que han recibido 20 mil 381 peticiones de refugio. El Salvador (6 mil 823) Honduras (2 mil 953) y Guatemala (2 mil 779) encabezan la lista.
Persecución y tortura son las principales causas para solicitar asilo en esa nación.
De éstas, sólo 4 mil 184 fueron catalogadas como “miedo razonable”, y están siendo analizadas.
En el caso de los menores la División de Asilo de la USCIS, ofrece poca información y en una consulta realizada por EL UNIVERSAL, refieren que tienen pendientes de aprobar, hasta el 31 de marzo, 611 solicitudes. Casa Cornelia, cuya directora es Carmen Chávez, lleva la representación legal de niños migrantes no acompañados que llegan a EU, considera en su experiencia, que sólo cerca de 20% de los menores de todo el mundo recibirán permiso para quedarse en EU, los demás serán deportados.