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Cambian de tierra...no de pobreza

Xóchitl Álvarez / Corresponsal | El Universal
Domingo 06 de julio de 2014

Un grupo de jornaleros guerrerenses, instalados en León, dijeron haber sido timados por la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), que durante el pasado 2013 prometió ayudarles mediante el programa de apoyos a jornaleros agrícolas, pero este recurso nunca llegó a sus manos Mario Armas /EL UNIVERSAL

En junio de 2013 un grupo de personas que se identificaron como trabajadores de Sedesol, y que portaban gafetes y camisas de la delegación en Guanajuato, se acercó a una centena de jornaleros que se encontraban trabajando en la pizca de chile en la comunidad de Los Ramírez Mario Armas /EL UNIVERSAL

El presunto personal de Sedesol solicitó a los jornaleros que entregaran documentación personal, entre ellos credencial de elector y acta de nacimiento, para inscribirlos en el programa a través del cual se les depositarían 800 pesos cada 4 meses Mario Armas /EL UNIVERSAL

Este apoyo nunca fue depositado a las cuentas de Banamex que el personal identificado como trabajadores de Sedesol les entregaría a los campesinos guerrerenses Mario Armas /EL UNIVERSAL

Cambian de tierra...no de pobreza

EXPLOTACIÓN. Menores de entre 6 y 14 años se meten por ratos a los campos para ayudar a sus padres en la recolección de las hortalizas. (Foto: Xóchitl Álvarez / Corresponsal )

Viajan de Guerrero, Oaxaca y Chiapas para emplearse en Guanajuato. No tienen prestaciones y los patrones amenazan con cerrar los campos si las autoridades los presionan

estados@eluniversal.com.mx 

LEÓN

Encorvados, sin hablar, se mueven por los surcos, deslizan sus manos entre las matas y cortan chiles por montones; de vez en cuando alzan la mirada, buscan a sus pequeños hijos y los encuentran debajo de mezquites o en el sembradío.

Son hombres, mujeres y niños que van y vienen empapados en sudor, indiferentes a la mirada vigilante de los caporales que se desplazan en camionetas de modelo reciente. Así pasan 10 horas, hasta que termina la jornada.

“¡Mire, son fuertes y trabajadores! Si por ellos fuera trabajarían de día y de noche”, menciona “JJ”, encargado de un grupo de jornaleros indígenas en el poblado de Los Ramírez, en Guanajuato.

A los campos agrícolas de León, San Francisco del Rincón, Romita, Silao y Dolores Hidalgo han llegado más de 5 mil indígenas mixtecos para la pisca de chile y tomate, el doble que se registró durante la temporada anterior.

El 26 de abril pasado, Silvino y Margarita cargaron con sus tres hijos, el comal de barro, la olla para los frijoles, un par de cobijas y tomaron uno de muchos camiones que salieron de la Montaña de Guerrero; con ellos también venían sus parientes y hasta los vecinos. Dejaron su tierra para trabajar en ésta y los siguió su pobreza.

Los niños enferman

Familias completas, abuelos, padres, hijos y nietos, procedentes de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, viven hacinados en fincas a medio construir u obra negra, bodegas y en carpas improvisadas en las parcelas.

Los menores padecen constantemente catarro, infecciones en la garganta, fiebre, dermatitis, lagrimeo y ojos enrojecidos, “fuegos” en los labios o diarreas. Usan ropa ligera y la mayoría anda descalza. “Los desconoció el clima”, dice Margarita Martínez.

Los patrones pagan lo mismo que el año pasado, a 25 pesos la arpilla de 27 kilos, 10% del precio que tiene el costal en la Central de Abastos de León.

Los plantíos pertenecen a empresarios del estado de Jalisco, a quienes los ejidatarios guanajuatenses les rentan sus tierras.

En esta ocasión, los patrones también impusieron la recolección en botes de plástico de 19 litros, los cuales son pagados a cuatro pesos cada uno.

Con las cubetas al hombro, en la cabeza o abrazadas recorren de 50 a 100 metros entre los plantíos para llenar decenas de cajas de plástico, que otros suben a un tráiler. Cada vez reciben una ficha que al final de la jornada canjean por dinero.

“Hay poco trabajo y mucha gente”, comenta Margarita. Entre ella y su esposo llenan nueve arpillas que les deja 225 pesos diarios. El día que llueve, indica, no hay trabajo.

“Uno gana poquito, allá en mi tierra no hay trabajo, puras milpas de maíz”, en la Montaña de Guerrero no hay dinero, explica la mujer originaria de Metlatónoc.

Si presionan se quedan sin trabajo

Los jornaleros trabajan 10 horas a destajo, sin día de descanso, en las parcelas de San Isidro, San Agustín del Mirasol, Barretos, San Carlos de Jagüey, Los Ramírez, Santa Ana del Conde, El Camaleón, Jalapa, Belén de Gavia, La Sandía, La Arcina, La Muralla, Santa Efigenia, San José de los Sapos y Monte de hoyos. Tienen un ingreso de 700 a mil 200 pesos por semana.

Enrique Ruiz Pacheco, de 18 años, inicia a las 5:00 horas y a las 17:00 horas regresa con su familia con 100 o 150 pesos. “Hay poquito trabajo”, recalca el joven mixteco, quien llegó con su esposa, sus padres, suegros, cuñados y hermano desde Cochoapa el Grande.

En breves recesos comen en tiendas móviles que los siguen por los campos. Se alimentan de tortas de bistec o chorizo, galletas, frituras, tamales, tacos dorados, jugos artificiales, refrescos. Por cada producto pagan de 7 a 12 pesos.

Los jornaleros se encuentran en las mismas condiciones que el año pasado, sólo que ahora son más, lamenta Giovanna Battaglia, directora general del Centro de Desarrollo Indígena Loyola.

Durante 11 meses, autoridades de Salud, Desarrollo Social, del Trabajo y la Procuraduría de Derechos Humanos proyectaron la construcción de un albergue para asegurar vivienda digna a los indígenas, el cuidado de la salud y la atención de niños, pero el tema quedó únicamente en planes.

“En las mesas advertimos que el fenómeno se iba a disparar por la situación que vivió Guerrero por las tormentas”, menciona.

No hay albergues, ni estancias infantiles, tampoco comedores comunitarios o baños secos, es mínimo el acceso a los servicios de salud; además, los patrones no les proporcionan alimentos.

La activista destaca que en las reuniones con funcionarios estatales y federales de primer nivel acordaron involucrar a los patrones para mejorar las condiciones “y parece que lo único que ha habido es la amenaza de la aplicación de la ley, de que van a clausurar los campos de recolección”.

Battaglia considera que la advertencia de la Secretaría del Trabajo de “te cierro el campo” no resuelve el problema. “¿Y qué va a pasar con la gente?, si vive de lo que corta cada día. ¿Dónde están los apoyos sociales que puedan aminorar la situación de pobreza que traen estas personas?”, cuestiona.

El patrón ya dijo que cuando empiecen las presiones, “le paran a la pisca y la gente se queda sin trabajo”, suelta “JJ”.

Carecen de apoyo

A dos meses del arribo de los indígenas, no se han activado los programas oficiales para jornaleros, incluido el denominado “Paja”, de la Secretaría de Desarrollo Social. La dependencia federal ofreció que iniciaría en junio.

Sólo se ha tenido el visiteo de los trabajadores por parte del personal médico de la Jurisdicción Sanitaria 7 y apoyo de ambulancias.

Battaglia llegó a una parcela, en Los Ramírez, acompañada de universitarios de servicio social para atender a los niños de entre 0 y 5 años que están expuestos sobre la tierra. Tienen infecciones respiratorias, en la piel y en los ojos.

Los de 6 a 14 años se meten por ratos a los campos a ayudarles a sus papás; no están quietos.

“Estamos en una situación de emergencia instalando campamentos para que puedan ser atendidos todos los niños, en dos campos en el municipio de León”, informa Battaglia.

Cocinan y se bañan al aire libre

Silvino, Margarita y sus tres hijos llegaron a la comunidad de Los Ramírez, se instalaron en un local de cuatro por cuatro metros que comparten con otra pareja de jornaleros para dividirse el pago de renta, que es de mil 500 pesos mensuales.

La esposa lava en una piedra con un cepillo y montó su comal de barro sobre un fogón que adaptó en un terreno anexo, que enciende por las tarde para tortear con maseca. Frente a ella, en dos locales, viven 10 familias, que, como Margarita, lavan, cocinan y se bañan al aire libre.

“Hay insuficiencia de vivienda, están a pie de carretera con nailon” o no les quieren rentar las casas por una cuestión de prejuicio cultural, expone Giovanna Battaglia.

En la comunidad de Barretos, un salón de fiestas es la casa-habitación para 50 adultos y sus hijos y ha hecho las veces de sala de parto. Las parejas limitaron su espacio con telas con las que simulan casas de campaña. Allí duermen y cocinan.

“Ahí, en el salón de fiestas, tuvo un bebé una señora mayor de edad y otra mujer que empezó su labor de parto”, recuerda la activista.

José Ramírez, delegado municipal en Los Ramírez, señala que la presencia de los indígenas mixtecos ha alterado el ritmo de vida del pueblo y ha enojado a la gente.

“Vienen con sus costumbres, no entienden cuando se les pide más orden con sus alimentos y que no destrocen los árboles para hacer leña”, acota el funcionario.

La presidencia municipal acondiciona un pequeño albergue en una bodega de San Agustín de Mirasol, que pretenden abrir en los siguientes días.



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