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Polleros desempleados

Laura Sánchez| El Universal
Sábado 22 de marzo de 2014

Video. Ante el incremento de la seguridad en la frontera y la violencia de los grupos criminales en ambos lados de la frontera, estos personajes que ayudaban a cruzar a indocumentados ahora enfrentan la falta de trabajo

Polleros desempleados

CAÍDA. Ahora los encargados de pasar a migrantes se dedican a vender ropa o comida. (Foto: ILUSTRACIÓN ISMAEL ÁNGELES )

Presume un traficante de migrantes que en cuatro décadas ha llevado a más de 7 mil personas a Estados Unidos; a todos los ha cruzado a través de la frontera ubicada en la ciudad de Tijuana

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Muchos años después, Carlos recuerda aquella tarde en que llegó a Tijuana, cuando era entonces una pequeña ciudad de vistas enormemente vacías. El crujido de los chamizos (planta redonda, seca) arrastrados por el viento, y el suave susurro de los coyotes lo hicieron pensar que llegó al desierto.

Era 1973 y había viajado dos días y una noche desde Oaxaca; reblandecido por el sueño cabeceaba contra la ventana del camión, hasta que una luz lo encandiló y lo espabiló. “Miré unas luces, ¡se me hizo increíble!”. Carlos, de 14 años, abrió los ojos y levantó las cejas: “¿qué es allá?”, preguntó fascinado; “se llama Estados Unidos”.

Las luces salpicadas se tragaban la oscuridad del cielo, iluminaban kilómetros y kilómetros al frente del niño; recuerda que todavía enceguecido, pensó, qué tanto sufrimiento debía costar llegar del otro lado de la barda de metal, que lo separaba de aquello que parecían miles de luciérnagas.

***

“Emiliano Zapata es de mi familia. Su mamá es familia, Cleofas Salazar, entonces ya lo traemos de sangre, Emiliano Zapata fue primo. Yo pienso que la valentía viene de eso”, explica que hace 41 años atrás pudo llegar al norte.

Carlos Salazar hoy cumple cuatro décadas de pollero, aunque el prefiere que le llamen coyote. “Ahora sí que me volví como ellos, por que gracias a mi inteligencia nunca me perdía. Como si fuera un animal me guío por el olfato, los árboles y los señalamientos”.

Dice que desde los 14 años ha cruzando a más de 7 mil personas a Estados Unidos. Se considera un hombre honesto “un coyote viejo” que ha ayudado a miles alcanzar el sueño de una vida mejor y a salir de su país que no les ha dado nada.

“Les cobraba barato desde que empecé en el negocio, es más, a veces nada y hasta les compraba la comida de mi dinero. El gobierno no tiene nada que decir, la gente venía llorando y rogándome que la ayudara y eso hice durante tantos años”.

Luego del reforzamiento de la frontera norte de México y la implementación de “drones” para la vigilancia, Carlos se queja: se acabó el negocio; la policía extorsiona a la gente; pandilleros y cárteles empezaron a secuestrar a los migrantes.

“Se dieron cuenta que aquí no hay futuro para cruzar la montaña, porque seguro te secuestran”. Expone que al menos 100 polleros en Baja California se encuentran desempleados. Lamenta que con la llegada de las extorsiones y los secuestros no han podido ayudar a más gente que se encuentra desesperada.

Se acabaron los cruces por Tijuana. Hoy los polleros trabajan en mercados ambulantes, vendiendo cigarros, ropa y zapatos. “Ya no existiremos los coyotes viejos, los que sin mucho a cambio arriesgábamos nuestra propia vida”, dice Carlos.

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Carlos se recarga en la banca de hierro de un parque localizado en la zona norte de Tijuana; una lugar que hasta hace poco sirvió como punto de reunión entre polleros y migrantes. Cierra los ojos, suspira y se echa para atrás; se acomoda.

Viste de gris y lleva una gorra. A pesar de la edad, su cabello aún conservan el color oscuro. Narra la primera vez cruzó a 28 personas. “Mi primo iba a cruzar 14, pero como no llegó me tuve que aventar con todo el grupo. Sí se admiraron que un niño los cruzará. Pero ahí empezó todo”.

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A los 16 años de edad, Carlos hacía vueltas por las montañas —al oeste de la ciudad— cerca del aeropuerto internacional. Llegaba a centros comerciales en California hasta con grupos de 150 personas; 10 horas de camino y a correr; 125 dólares costaba llegar.

“Había menos personal de la migra, para unos 10 kilómetros dos policías. Eran dos vueltas o tres por día en las montañas; no vigilaban, les daba flojera y era donde nos aprovechábamos”, comenta.

Dice que fueron épocas muy bonitas porque estaban organizados, respetaban sus caminos, no dañaban a la gente, no les hacían nada malo. Incluso, en varias ocasiones agentes de la Patrulla Fronteriza lo dejaron pasar con los migrantes que iba guiando. “Siempre han existido los que son buenos, humanos”, asegura.

Rememora los días de gloria; aquellos cuando igual que un caudillo, se preparaba para enfrentar la batalla. Participó en el primer movimiento de los denominados “Viva México”. Se ponían de acuerdo cientos de personas para reunirse en varios puntos a lo largo de la valla que separa el territorio mexicano de Estados Unidos.

Cuando daban las cuatro de la tarde, justo al cambio la guardia de la patrulla fronteriza, la gente corría con rumbo a Estados Unidos “gritaban, silbaban, me imagino que era como en los tiempos de la Revolución”.

Si Carlos tuviera que hacer un cálculo, confiesa que cruzó, al menos, ocho personas diariamente. Los últimos 41 años, 7 mil personas. Agentes de la Patrulla Fronteriza sólo lo detuvieron cinco veces; en una de ellas lo encarcelaron pocos meses, las demás inventaba que iba con su cuñada, hermana y sobrinos.

Irónico, Carlos era residente estadounidense. Sabía que cruzar personas ilegalmente sólo culminaría de una manera: “me quitaron mi tarjeta de residencia, pero no me arrepiento; los gringos son malas personas”.

Para los que piensan que su trabajo es desleal, el “Coyote Viejo” les tiene un mensaje: “No soy cualquier persona, el que nada más cobra o roba. Yo les doy mi libertad, mis desveladas, hasta mi dinero cuando es necesario. A veces la gente lo mira mal, pero nosotros únicamente somos un eslabón. Yo jamás traicioné a mi país porque nunca los llevé a la fuerza”.

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Según cifras del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés), durante 2013 el número de deportaciones bajó 10.05% en comparación con 2012.

Apenas 151 mil 834 personas fueron detenidas por agentes migratorios al intentar cruzar ilegalmente en la frontera sur de Estados Unidos, durante 2013.

“La situación empezó a dificultarse cuando los policías municipales comenzaron a perder el respeto; los federales empezaron a pagar a informantes, los dedos, para que les avisaran qué coyotes habían cruzado gente y tenían dinero. Empezaron a cobrarse cuotas de dos o tres mil dólares por cada cruce”.

Frunce la nariz y comienza a ponerse incómodo, al recordar cómo sus vecinos policías de repente comenzaron a construir un segundo y hasta tercer piso a su casa. Y nada de eso, dice, lo hubieran podido comprar con su sueldo.

“Aquí (los migrantes) no pueden andar con la mochila distraídos, así como perdidos, porque sobra gente que se aproveche de ellos. Los narcotraficantes y algunas personas que vienen de los barrios bravos de Estados Unidos convirtieron esto en un cochinero”.

Le consta que estos nuevos delincuentes son hábiles con el manejo de las armas, tienen conocimiento de transferencias bancarias, saben hablar con los familiares de los secuestrados, sobre todo son despiadados: torturan, violan a las mujeres y “son más listos que las policías de Estados Unidos y México porque nunca dan con ellos, o les dan dinero y siguen delinquiendo; es lo peor que nos pudo suceder”.

Hace un par de años secuestraron a su sobrino, que intentó cruzar ilegalmente a Estados Unidos por las montañas de Tijuana.

Ahora la tarifa para cruzar por el norte de México se ha incrementado: de 5 mil a 8 mil dólares es lo que paga un mexicano por ingresar al territorio estadounidense, y los riesgos van desde un secuestro exprés hasta el reclutamiento forzado por parte de las bandas del crimen organizado.

Los coyotes ahora trabajan de día, en un pequeño mercado sobre ruedas en zona norte de la ciudad vendiendo ropa, zapatos, perfumes chinos y fritangas. Carlos se lleva la mano al rostro, y después se tapa la boca para hablar quedito: “ahora si no cooperas con los narcos vienen a matarte, es la ley, y así va a seguir”.



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