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“Deshilan” su vista en cada puntada

Lupita Thomas / Agencia Quadratín| El Universal
Viernes 14 de marzo de 2014
Deshilan su vista en cada puntada

DETALLISTAS. Mujeres realizan diseños coloridos para su vestimenta. (Foto: LUPITA THOMAS / AGENCIA QUADRATÍN )

Se han quedado ciegas en una labor que no les reditúa ganancias económicas, afirman

SAN PABLO TIJALTEPEC

Con cada puntada, las mujeres de San Pablo Tijaltepec desgastan su vista. Ensartan el hilo en la aguja, bordan. Atienden a los hijos, bordan. Hacen de comer, bordan. Van al campo y bordan. Como parte de su atuendo, van también los instrumentos de bordado, pues cualquier espacio es útil para avanzar en esta tarea que no les reditúa beneficios económicos.

Durante su vida, el gasto para vestir es mínimo. El costo real y más caro es la pérdida de visión a temprana edad.

Y aunque el presidente municipal, Moisés González Santiago, asegura que no se tiene un diagnóstico preciso de si la alta incidencia de problemas visuales en la población femenina se deba a la permanente actividad del bordado en este municipio —ubicado a más de dos mil metros sobre el nivel del mar en la región mixteca de Oaxaca— hay alrededor de doce mujeres ancianas que son ciegas. Otras, mencionan que han padecido enfermedades o infecciones en los ojos, sin que hayan sido atendidas por algún médico especialista.

“Por falta de dinero no hemos ido al doctor para que se hagan análisis”, comenta Catarino González García, agente municipal de Buena Vista, Tijaltepec. Su esposa, Virginia González, usa algunas veces sus lentes “con los que mira bien, porque son de aumento”.

En su opinión, “el trabajo que hacen acaba con su vista, porque tienen que ensartar el hilo, coserlo con mucha atención y la vista se desgasta”, pero es un tema “al que nadie le pone atención” y en la comunidad rara vez una mujer utiliza lentes para seguir bordando. A los 40 años, muchas de ellas ya resienten algún malestar en sus ojos.

De generación en generación

Las mujeres conservan su vestimenta tradicional y aprenden a bordar desde niñas. La hechura de una prenda les lleva entre mes y mes y medio. Utilizan manta, aguja e hilo. Además hacen sarapes, servilletas y manteles, elaborados en telar de cintura.

Candelaria Bautista explica que para cada manga utilizan un metro de tela. Otro más para la parte de enfrente y algunas bordan la espalda o lo hacen más sencillo. Primero hacen pliegues diminutos sobre los que crean figuras, como venados, aves y formas geométricas.

El peso de la manta cuenta; “si es de 50 nos dura como dos semanas, si es de 70 se tarda como un mes en una sola manga”. En total son cuatro piezas las que bordan para hacer una blusa. Después las cosen, a mano o máquina, si tienen una.

El costo de una blusa alcanza los dos mil pesos, dependiendo del trabajo; sin embargo, al año una mujer “si tiene suerte” vende una o dos piezas, el resto es para su uso diario. Las blusas más sencillas pueden costar hasta 400 pesos y son pequeñas, como para una niña.

“Se ha conservado de generación en generación, las abuelas lo enseñan a las hijas, las hijas a las más jóvenes, pero no existe una técnica especial”, explica Moisés González Santiago, presidente municipal.

En esta localidad la población va en descenso. Datos del Inegi señalan que en 2005 había dos mil 529 habitantes; de éstos mil 350 eran mujeres, y mil 179, hombres, pero para 2010 la población había descendido a dos mil 150 habitantes, de los cuales mil 202 eran mujeres y 948, hombres. Los hombres en edad productiva prefieren emigrar a Estados Unidos “porque aquí no hay otra forma de trabajo”.

Contrastes

El colorido de las blusas de las mujeres contrasta con el panorama desértico de la zona. Su tierra rojiza no es apta para el cultivo, por eso algunos hombres trabajan la albañilería, labor que es temporal y sólo cuando alguien envía dinero para construir una vivienda. También tejen tenates y chiquigüites, que venden en el mercado de Tlaxiaco en unos 20 pesos.

Las mujeres suplen a sus maridos ausentes en el tequio —labor colectiva—. Les toca llevar agua o preparar alimentos, contribuyen para la casa de salud o las escuelas. Pero su labor es marginal en la toma de decisiones, ya que por usos y costumbres sólo los varones son electos como autoridades municipales.

Los usos y costumbres también les prohíben a los hombres que ejercen esta responsabilidad percibir alguna dieta; “es un servicio social, no debemos cobrar”, dicen.

La preocupación inmediata es el empleo, conseguir de alguna forma el sustento. La atención médica es algo secundario.

“Como pueblo no nos hemos preocupado en atender a estas personas, hay otras cuestiones qué atender, tenemos la iniciativa de apoyarlas, pero a veces a las dependencias tampoco les interesa”, dice el edil sobre algún programa para atender los problemas visuales en la población.

Señala que se ha acercado a algunas instancias, como la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, pero no ha habido respuesta.

“El municipio conserva su cultura, bordan la blusa, pero sin apoyos, yo creo que es importante conservar la identidad, con la vestimenta nos identificamos como pueblo, pero lo hacen por su cuenta, no hay un programa, ni siquiera apoyo para su trabajo”, agrega el munícipe.

Hay quienes piensan en abrir una tienda de artesanías, explica, pero “cómo vender si todas bordan, además afuera de San Pablo hay quienes nos discriminan, nos juzgan por conservar la ropa tradicional, aunque yo me siento muy orgulloso de ser el único pueblo de la región que conserva su cultura”.

El alcalde, al igual que las mujeres, coincide en que de darles un mayor reconocimiento a las prendas que elaboran en forma manual, podrían tener mayores ingresos y una mejor calidad de vida. “Alguna vez se hizo un grupo de mujeres, pero luego hubo problemas y ya no seguimos”, dice Candelaria, quien debe caminar tres kilómetros para llegar a la cabecera de su pueblo.



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